Dabiz Muñoz llevaba años siendo el mejor chef del mundo, pero deben de estar en lo cierto aquellos que creen que el universo conspira en favor de los justos porque su entronización en los Best Chef Awards ha coincidido con el premio concedido a Isabel Díaz Ayuso por el Instituto Bruno Leoni de Milan y con la noticia de que el PIB de la Comunidad de Madrid ha crecido un 32% durante el último año, doce puntos por encima de la media nacional.
Gastronomía, ideas y crecimiento económico: eso había sido siempre, antes de que se nos obligara a los españoles a olvidar el verdadero sentido del término, el progreso. Luego llegó el PSOE, confundimos el progreso con la igualdad, entendida como entiende la izquierda la igualdad, y ahí se jodió el Perú.
Hace unas décadas, esas tres noticias, las del primer párrafo, sólo podrían haberse dado simultáneamente en la Barcelona española, es decir, la de los años 70 y 80. Hoy, la Barcelona catalana, que durante los años 90 todavía vivía de las rentas de ese franquismo que tanto la benefició, apenas aparece en la prensa internacional como símbolo de rústica decadencia mientras Madrid lo hace por un desparpajo cultural y empresarial que antes era marca de fábrica de Occidente y que hoy hay que buscar más bien en ciudades como Singapur, Delhi, Tokio, Bangkok, Tianjin o Seúl.
[Para comprobarlo, viajen fuera de este asilo decrépito para faltos de pigmentación con pretensiones de faro moral que es la Unión Europea para darse cuenta de que la Historia no efectuará parada en Europa durante el siglo XXI: lisa y llanamente, a nadie le importan ya los europeos y sus causitas humanitarias y medioambientales].
Pero Madrid es ya la ciudad más asiática de Europa y esa es, paradójicamente, la mejor de las noticias para una España sociológicamente socialdemócrata que se adentrará en la tercera década de este siglo quebrada en dos. La España de Ayuso, con delegación en Málaga y algún que otro foco de resistencia. Y otra estrictamente aldeana, es decir, populista y nacionalista, obsesionada con el folclore de boina y linde, los dialectos regionales, el progresismo y la envidia de la metrópolis, tan española como los calçots de Consuegra o las guerras civiles.
Ya me perdonarán el simbolismo reduccionista, pero hay que echarle un vistazo a este vídeo de Ferran Adrià en el que el chef del Bulli "cocina" un "dúo de mejillones" para identificar cómo Cataluña pretende seguir viviendo de las rentas (de los madrileños) mientras le vende al respetable que una miserable tapa de conservas en lata es un manjar de alta cocina si te lo sirve con pinzas un catalán al grito de voilà. Derrotada Cataluña en la única trinchera que aún presentaba batalla, la gastronómica, ¿qué le queda a la región digno de ser presentado en público?
Perdonen que plagie al Cristian Campos de Twitter, pero debo recordar aquí que no queda ya ni un solo independentista en Cataluña que crea que él, sus hijos, sus nietos o los hijos de sus nietos verán jamás la república catalana. Ni uno. La mayor perversidad de los indultos no fue el perdón en sí a los golpistas, sino el hecho de que ese perdón llegara para apaciguar a una soldadesca que desertó hace tiempo del campo de batalla y que ha vuelto a sus quehaceres habituales sin ánimos ya ni para atar lazos en las farolas. Nos los podríamos haber ahorrado, ya ven.
Sí quedan catalanes, sobre todo entre las elites burguesas de las cien familias catalanas de siempre, que saben que la mesa de diálogo acabará, también, como siempre: con el Estado detrayendo inversiones de las comunidades de siempre para financiar la reconstrucción de esa Cataluña hoy arrasada, como siempre, por el nacionalismo. Entiendo la necesidad del paripé, pero sería más rápido hacerles un bizum a los Carulla, los Folch-Rusiñol y los Godó, y que luego se apañen ellos con los Aragonès, los Puigdemont y las Borràs. Y a otro con esa beatería tan de pueblo pequeño que exige dignificar con bellos gestos y palabras lo que no es más que el alquiler que el Estado le paga a Cataluña por haberle ganado todas las guerras que esta le ha presentado.
Como catalán de nacimiento, que no de convencimiento, sigo sorprendiéndome, eso sí, con la bobería con la que muchos en Madrid siguen creyendo que el problema catalán es el que los catalanes dicen que es. Porque el problema catalán no tiene nada que ver con la singularidad y la identidad, sino con su primitivismo. Es decir, con el que surge cuando durante siglos se privilegia, en detrimento de sus vecinas, una determinada región insuficientemente sofisticada política, social y culturalmente para la gestión de esa riqueza. Cataluña es ese futbolista que a los 17 años se encuentra con un contrato del F.C. Barcelona encima de la mesa y más discotecas a su alcance de las que jamás habría soñado. Un nuevo rico, efectivamente.
Lo siento por los ferranadrianistas que todavía lloran al del dúo de mejillones et voilà, pero yo dije un día que a Cataluña sólo la salvarían las chonis de Castefa, y hoy las chonis y sus novios están en Madrid haciendo la mejor cocina del mundo. El futuro les pertenece a ellos.
Quién nos iba a decir a nosotros que la Cataluña silenciada era Madrid.