Octubre es un mes muy marcado por efemérides relacionadas con el mundo hispano. El 12 de octubre, por supuesto, Día de la Hispanidad convertido en día nacional de España.
También el 7 de octubre. El día de la victoria cristiana sobre el Turco en Lepanto, y de la que este año se cumple el 450 aniversario, fue, en términos cervantinos, “la más alta ocasión que vieron los siglos”.
Cervantes, por cierto, nunca perdía oportunidad de recordar que combatió en esa batalla, mostrando con orgullo, así se lo dice al falsario Avellaneda, la gran herida que sufrió en combate y que le dejó paralizado el brazo izquierdo.
También será en octubre cuando se marque el hito más importante de la presencia española en el océano Pacífico. Lo que había empezado un 10 de agosto de 1519 en Sevilla con la partida la expedición de Magallanes hacia la Especiería (las islas Molucas) culmina el 8 de octubre de 1565 cuando la nao San Pedro, pilotada por un Rodrigo de Espinosa tutelado permanentemente por Andrés de Urdaneta, llega a Acapulco llevando a buen término el llamado tornaviaje. Es decir, la ruta que permitía la vuelta desde Filipinas a Nueva España.
Por fin la parte de Asia que se supone caía en el hemisferio español (las propias Filipinas, Nueva Guinea, Borneo, etcétera) podía conectarse náuticamente con la Nueva España. Y ello, tras 40 años de intentos sin éxito. El primero de ellos por parte de la nao capitana de la expedición de Magallanes, la Trinidad, con otro Espinosa al frente como capitán.
Con el tornaviaje de Urdaneta, que unió Cebú con Acapulco, el Pacífico se hacía transitable para la navegación española al poder ir y volver por él, siempre por el hemisferio español, sin que el retorno a territorio español dependiera de Portugal. El Pacífico se convertía por fin, ahora sí, en lo que el historiador australiano Oskar Spate llamó, algo hiperbólicamente, el “lago español”.
La ruta abierta por Urdaneta, que después recorrió el llamado Galeón de Manila durante tres siglos, había hecho de la masa oceánica de agua más vasta del planeta un lago, un mar interior (mare nostrum), al verse todas sus orillas, con las numerosas expediciones que a partir de este momento se pudieron emprender, envueltas por el dominio español.
Tan sólo Australia, Birmania y Nueva Zelanda, que no es poco, permanecieron inexploradas para los nautas españoles. Si bien Vaz de Torres, con el descubrimiento del estrecho entre Nueva Guinea y Australia que hoy lleva su nombre, avistó la costa australiana por la parte de la península del Cabo York.
Lo curioso es que el Pacífico fue invisible para la cosmografía hasta que la expedición magallánica lo fijó en los mapas en toda su extensión. Hasta Colón, los cálculos del volumen del orbe terrestre no contaban ni con un continente interpuesto, el americano, ni con una masa de agua tan enorme igualmente interpuesta entre Europa y Asia (véase el globo famoso de Martin Behaim elaborado en 1492). De tal modo era así que, del otro lado del continente americano, una vez hallado este (y desechada definitivamente su interpretación asiática), se suponía que ya se encontraba el mar de la India. O sea, el océano Índico.
De hecho, Vasco Núñez de Balboa lo llamará mar del Sur al verlo por primera vez en 1513 desde el istmo del Darein (hoy Panamá), probablemente identificándolo con ese mar de la India, y tomará posesión de él en nombre de Castilla, considerándolo siempre como tal mar austral (“aprehendo la posesión de mares e tierras e costas e puertos e islas australes”) e ignorando, en cualquier caso, su extensión.
Cuando el 27 de noviembre de 1520, tras culminar la travesía de 20 días del estrecho llamado en principio de Todos los Santos, la expedición capitaneada por Magallanes accede por primera vez a ese mar del Sur y tiene que atravesarlo, tardando cinco meses en hacerlo (el Atlántico se atraviesa en dos meses), se descubren sus verdaderas dimensiones. Aunque sin tener claro aún que represente un mar distinto del mar de la India.
Ese vasto mar sólo quedará dominado náuticamente, y por tanto operativo desde el punto de vista geoestratégico, cuando la nave San Pedro, con Urdaneta al mando, llegue con éxito al puerto de Acapulco el 8 de octubre de 1565. Ahora sí, se produce la conexión hispana (sin dependencia portuguesa) entre el Occidente y el Oriente, asegurando una ruta plenamente española de acceso al Asia extremo-oriental. Lo que había buscado Colón desde el principio: la conexión con China.
El 8 de octubre de 1565 el proyecto colombino, por fin, se consumó en Acapulco. Y el hombre que lo culmina es un paisano de Villafranca de Ordicia llamado Andrés de Urdaneta.