"Que levante la mano quien haya comprado un diario esta mañana" pidió el rector durante su charla de bienvenida a los estudiantes de primero de Periodismo de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Debía correr 1997 o 1998. La levantamos una docena de los aproximadamente 60 o 70 estudiantes que estábamos allí.
Luego, el rector dijo "y ahora, bajad la mano si ese diario es el Sport". Nos quedamos cuatro o cinco con la mano en alto. Creo incluso haber oído alguna risa. "No llevamos ni dos minutos de carrera y ya hemos identificado a los mataos" debió de pensar alguno.
Ahora soy yo el que de vez en cuando da alguna charla para estudiantes de periodismo zoomers. En la última de esas charlas, ninguno de ellos dijo comprar o leer jamás un periódico. Tampoco ver la tele. Uno afirmó incluso que no conocía a los conferenciantes. Entre ellos estaban Vicente Vallés y Carlos Franganillo, que acababa de entrevistar al presidente del Gobierno hacía apenas 72 horas. Me pregunto si alguno reconoció a la tipa que dio la charla de inauguración de las jornadas (era Isabel Díaz Ayuso).
Cuando les preguntaron cómo se enteran de lo que ocurre en el mundo, esos estudiantes dijeron que "por las redes sociales".
—Será a través de las redes sociales, pero ¿de dónde salen las noticias que leéis? ¿De El País? ¿Del ABC? ¿De la Cope? ¿De EFE?
Esto lo preguntó la directora de un diario regional. No recuerdo que respondiera nadie. En la cabeza de nuestros estudiantes de periodismo, las noticias están en las redes sociales, como los yogures en la nevera de sus padres, y eso es todo lo que necesitan saber.
Una estudiante preguntó cómo pensábamos convencerla de que hay que pagar por las noticias. Otro se quejó del poco dinero que le habían ofrecido por un trabajo. Seguramente infrapagado, no lo dudo. Pero también, y con total seguridad, muy por encima de las capacidades profesionales con las que sale el estudiante medio de periodismo de una universidad cualquiera de este país. Incluidas las privadas.
La respuesta correcta a su pregunta habría sido "te vamos a pagar lo que tu compañera está dispuesta a pagar por el periodismo". Pero este tipo de ramalazos de ingenio se te ocurren siempre dos horas tarde.
Otro me riñó cuando dije que Ibai no es competencia para el periodismo, sino para el Disney Channel, porque su público tiene doce años. "¿De dónde sale ese dato?" me dijo. Tenía razón, por supuesto. Mi afirmación era sólo una boutade, pero me llamó la atención la exigencia de fuentes rigurosas en un seguidor de un streamer de videojuegos. A Ibai nadie le pide fuentes y si mañana dijera que beber lejía cura la Covid, millones de adolescentes invertirían en Conejo sin más preguntas. A pesar de ello, lo busqué. La edad media del usuario de Twitch (según Twitch) es de 21 años.
"Según Twitter, el 89% de mi audiencia es mayor de edad" dijo el propio Ibai en un tuit. Si yo fuera empresario o publicista y buscara a una estrella zoomer con la que vender mi producto (es lo que ha hecho Gerard Piqué asociándose a Ibai para la retransmisión de algunos partidos de la liga de fútbol francesa) no deduciría de ese dato que el público de Ibai es adulto, en el sentido de ciudadano personal, financiera y profesionalmente independiente, sino que los 21 son los nuevos 12.
No recuerdo que yo fuera más maduro o más consciente de la realidad laboral de ahí fuera o de mis verdaderas capacidades profesionales a la edad de estos chicos. Es posible que lo fuera menos: si me pidieran que fechara mi mayoría de edad real, diría que eso ocurrió aproximadamente a los 35. O incluso más tarde. Pero claro, ahora tengo 48 y el Cristian Campos de la treintena me parece un niñato a pesar de que sus responsabilidades a esa edad (alquiler, trabajo, pareja) serían vistas como plenamente adultas por un observador externo. Pero yo sé lo que había de la piel p'adentro.
Lo que no recuerdo, desde luego, es que nadie le dijera al Cristian Campos orgullosamente ignorante de los 20 años que él era el futuro del periodismo. Nadie me dijo "todos los que hoy ocupamos puestos de responsabilidad en los diarios, las radios y las televisiones deberíamos renunciar y daros paso a vosotros, porque sois vosotros los que tenéis las claves de cómo será el periodismo del futuro y nosotros no tenemos ni la más remota idea y mira qué bien se os da TikTok, sois unos genios".
Entre otras razones, porque alelado y todo, mi respuesta habría sido: "Mensaje recibido, presenta tu carta de renuncia y dime qué día empiezo a hacer tu trabajo".
Pero ese es el mensaje relamido, y sobre todo profundamente hipócrita, que reciben millones de jóvenes a diario en nuestro país. Hay algo de desalmado en cargar sobre las espaldas de un chaval de 20 años que no sabe quién es Vicente Vallés la responsabilidad de refundar el periodismo del siglo 21. En buena parte, porque quien dice esa tontería no confiaría en ese chaval ni para redactar la cartelera. Y si tuviera que pagarle con su dinero y no con el de la empresa, todavía menos.
Lo cual, por cierto, es deliciosamente irónico. Esos profesionales del periodismo confiesan compungidos no saber leer los códigos sociales de las nuevas generaciones y vivir en la inopia de su rancia madurez. Pero el postureo, que es el único código verdaderamente propio e idiosincrásico de esas nuevas generaciones, lo niquelan como si tuvieran 15 años. Ahí no hay adolescente que les haga sombra.
Viene esto a cuento del bono cultural de 400 euros que el Gobierno regalará a los españoles que cumplan 18 años. La medida es una réplica del bono manga que Emmanuel Macron prometió este mayo a los jóvenes franceses, llamado así porque más de la mitad de esos bonos se gastó en cómics japoneses. Es probable que en España acabe ocurriendo algo parecido y que de los 200 millones presupuestados más de 100 acaben recalando en las editoriales Planeta, Norma y Panini, las verdaderas destinatarias de esas ayudas.
Más dudoso es que esos millones acaben en los cines, las librerías o los teatros, a no ser que el Gobierno restrinja de forma tajante los productos culturales en los que los jóvenes pueden gastarse su bono. Toros no. Pedro Almodóvar sí. Netflix no. Libros de Elvira Lindo sí. Discos de Andrés Calamaro no. Conciertos de Rosalía sí.
Donde no acabará seguro ese dinero será en el periodismo. En primer lugar, porque ni siquiera los propios periodistas consideran que lo suyo sea cultura. Y, en segundo lugar, porque no habrá dieciochoañero que no prefiera regalarle ese dinero a Ibai antes que invertirlo en la suscripción a un diario. Ojo, no me parece mal: es sólo el signo de los tiempos, como cantaba Prince. El mismo Prince que ahora sería considerado como un boomer más si no hubiera muerto por una sobredosis de fentanilo en 2016.