Hasta hace apenas unos meses, no había conversación con un alto representante del Ibex, de las energéticas o del sector financiero en la que no se hablara de Yolanda Díaz como de la comunista buena.
Alguno de esos altos representantes sostenía incluso que la amabilidad y capacidad de diálogo de la vicepresidenta son mucho mayores que las de algunos ministros del PSOE a los que se les presupondría una mayor sintonía con las necesidades del sector privado que una furiosa partidaria del exprópiese y de la planificación estatal de la economía. José Luis Escrivá era el contraejemplo habitual.
La necesidad de las elites españolas de encontrar esa Shangri-La de la política que es el comunista bueno merece, sin duda alguna, un buen análisis freudiano.
Pero baste decir que esas elites, a las que dios llamó por el camino del dinero pero no de la perspicacia, creen encontrarlo cada vez que entra por su puerta un comunista que da los buenos días, calza zapatos, se peina, huele a melocotón y, sobre todo, carece de poder ejecutivo para imponer lo que le pasa por la cabeza. Digamos que el comunista les parece bueno mientras carece de poder para hacer comunistadas.
Hay dos razones que explican ese autoengaño.
El primero es el viejo sentimiento de culpa católico. Para expiar el remordimiento por su riqueza, que ellas incluso más que los propios líderes de Podemos consideran inmoral, las elites empresariales y financieras españolas necesitan como el agua la bendición del comunista bueno.
[Si alguno de esos potentados no se ha lanzado ya como un vampiro sediento de sangre sobre los ungidos pies de Yolanda Díaz para besuquearlos con delectación no es tanto por sentido del ridículo como por miedo al posterior metoo].
El segundo es la esperanza. "¿Qué poder tendría el infierno sobre los condenados si estos no tuvieran la esperanza de escapar algún día de él?" dice durante una de sus visitas al averno Sandman, el personaje creado por el guionista Neil Gaiman en 1989.
Y la comunista buena Yolanda Díaz, como la Unión Europea, o los barones del PSOE, o Nadia Calviño, es el deus ex machina en el que confían las elites empresariales y financieras españolas para salvar al héroe en el último minuto de la película. "Sí, amenazan con derogar la reforma laboral, intervenir el mercado de la vivienda y convertir España en un infierno fiscal, pero no lo harán porque la comunista buena / la UE / los barones del PSOE / Nadia Calviño actuarán sensatamente en última instancia".
Huelga decir que, en la España socialdemócrata, el deus ex machina no suele hacer acto de presencia jamás.
Pero varias cosas han sucedido durante los últimos meses que han cambiado la percepción de muchos. Yolanda Díaz sigue siendo comunista, sí, pero ya no tan buena. ¡Paren rotativas! ¡Las elites españolas han descubierto que los comunistas españoles son comunistas (aunque den los buenos días)!
La primero que ha ocurrido para ese cambio de percepción sobre Yolanda Díaz es que Ione Belarra ha demostrado su absoluta inidoneidad intelectual y profesional para cualquier tarea levemente más compleja que la lectura de una nota de prensa.
La invotabilidad de Irene Montero, una ministra perpetuamente al borde de la quiebra emocional y poseída por una obcecación ideológica rayana en la devoción mariana, ha hecho el resto. El único camino posible para la supervivencia de Podemos es una candidatura a la presidencia de Yolanda Díaz al frente de una plataforma que reúna a los morados, a Más Madrid y a IU, probablemente con un nombre de nuevo cuño.
Dicho de otra manera. Yolanda Díaz está llamada a evitar la caída de la extrema izquierda en la irrelevancia e incluso acercar a esta al PSOE. Si lo consigue, Díaz tendrá más poder ejecutivo del que tuvo jamás Pablo Iglesias II El Fracasado.
Lo segundo que ha ocurrido son unos sondeos de opinión que confirman a Yolanda Díaz como la política más valorada del país. Un dato que por sí solo no significa nada (el político más valorado durante años en este país ha sido un tal Alberto Garzón, al que no debe de votar ni su mujer) pero que, sumado a los halagos de la prensa y del propio Iván Redondo, que incluso ha otorgado a Yolanda Díaz la vitola de candidata a la presidencia con posibilidades verosímiles de éxito, la han convencido de que ella es, en efecto, la última Coca-Cola en el desierto de la izquierda verdadera.
Lo tercero que ha ocurrido es el propio convencimiento de Yolanda Díaz, que hasta hace apenas un par de meses apenas se planteaba la posibilidad de optar a la presidencia, pero que ha acabado convenciéndose de que la reforma laboral y de las pensiones, pero sobre todo la presión de Bruselas sobre Pedro Sánchez (presión que ya aniquiló a José Luis Rodríguez Zapatero en 2010) abrirá una ventana de oportunidad entre el electorado de izquierdas que ella podría aprovechar.
La comunista buena, en fin, ha vislumbrado un sendero hacia el poder que no existía hace apenas unos meses. También lo ha vislumbrado el PSOE, y de ahí que Pedro Sánchez haya impuesto el control de Nadia Calviño y José Luis Escrivá sobre esa reforma laboral que Yolanda Díaz pretendía gestionar sin tutelas socialdemócratas y de la mano de los sindicatos más asilvestrados de la Unión Europea.
Lo mejor que le podría pasar a España, a los españoles y a su economía es que Yolanda Díaz continuara siendo durante muchos años más la comunista buena (oxímoron). Porque cuando empiece a ser la comunista mala (pleonasmo) ya será demasiado tarde para todos.