El pasado domingo, el diario El Mundo abrió portada con una declaración de Mariano Rajoy a cinco columnas: “El gran problema de España es que el PSOE ha roto con la reconciliación nacional”.
En una larga entrevista (plagada de excusas y lugares comunes, muy propios del expresidente del Gobierno) el diagnóstico de Mariano Rajoy era acertado: el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero y de Pedro Sánchez se ha deslizado por un camino de polarización y de apertura de heridas que creímos cerradas o, al menos, parcialmente curadas en 1978.
Igualmente, el Partido Comunista (PC), que ahora lidera lo que queda de Podemos, ha roto también con su antigua reivindicación de reconciliación nacional.
La Transición democrática fue el triunfo de la idea de la reconciliación de los españoles desarrollada por don Juan Carlos I en un amplio acuerdo con el conjunto de la clase política, los reformistas del régimen franquista y la oposición democrática.
El pionero de la idea de la reconciliación nacional fue don Juan, el conde de Barcelona. La plasmó en el manifiesto de Ginebra, que en realidad fueron unas declaraciones a la prensa suiza, el 11 de noviembre de 1942, en las que entre otras cosas dijo:
“Mi suprema ambición es la de ser el rey de una España en la cual todos los españoles, definitivamente reconciliados, podrán vivir en común”.
Una idea de reconciliación nacional que don Juan amplió y repitió en el manifiesto de Lausana, de 15 de marzo de 1945, apenas dos meses antes de que finalizara la II Guerra Mundial.
En España, el ambiente de enfrentamiento civil no desapareció en 1939 y Francisco Franco instituyó un régimen de vencedores. Vista la experiencia de 1936, lo mismo o peor habría ocurrido con el PCE y el PSOE en el poder en caso de un triunfo de las milicias republicanas.
Todavía el 1 de octubre de 1975, Franco, en una breve alocución en la plaza de Oriente ante centenares de miles de fervorosos seguidores, citaba a los enemigos derrotados en 1939: la izquierda y la masonería.
Por su parte, el Partido Comunista se percató de la fortaleza del régimen de Franco y, a principio de los años 50 del pasado siglo, abandonó definitivamente el maquis, la lucha armada y la esperanza de una caída del régimen por medios violentos. En adelante se dedicó a reforzar su organización nacional. También incorporó a su estrategia política la idea de la reconciliación nacional.
Desde entonces, el Partido Comunista pareció el adalid de las libertades, la democracia, la amnistía y la reconciliación nacional. Con esos mimbres y con una dedicación y trabajo constantes, el Partido Comunista era en 1975 la principal organización política de oposición al franquismo. En realidad, en la España de 1975 sólo había dos organizaciones o partidos dignos de tal nombre: el Movimiento Nacional y el PC. El resto eran siglas y personalidades más o menos destacadas.
Así se explica que, entre 1976 y 1978, el entendimiento del presidente Adolfo Suárez con Santiago Carrillo fuera muy relevante para arrastrar al PSOE por el camino de la aceptación de la monarquía y de la legalidad proveniente de la dictadura.
Los miembros y simpatizantes del PCE que nos opusimos a la dictadura de Franco con huelgas y manifestaciones, hasta su fallecimiento en la cama en 1975, asumimos los valores de la Transición, especialmente la idea de la reconciliación nacional que el PC venía postulando desde hacía 20 años.
El periodista y escritor Javier Pradera, hijo y nieto de asesinados por milicianos republicanos, fue un encendido defensor de la reconciliación de los españoles. Pradera, muy crítico con el revanchismo de la mal llamada memoria histórica, y refiriéndose a los “descendientes y observadores (historiadores, periodistas) identificados con los derrotados de la Guerra Civil” declaró en una entrevista en TVE de 2010 lo siguiente:
“Bueno, yo creo que tienen que reflexionar sobre esto; tienen que reflexionar sobre que no se recuperarán las vidas de los fusilados, los encarcelados no recuperaran los años en la cárcel, ni los exiliados las oportunidades perdidas. Lo que ocurre es que en 1977 los encarcelados y exiliados dijeron: ‘Sí, nos compensa’. ¡Esto es lo paradójico de la situación!”.
La propuesta de reconciliación de don Juan de 1942 fue plenamente aceptada en 1978 por la generación que había sufrido, en ambos lados, la Guerra Civil. Ahora resulta que los nietos de los vencidos, que no padecieron la dictadura y la exclusión, y que disfrutan en democracia de las mieles del poder y de la administración del Presupuesto, tratan de revertir y reiniciar las dos Españas en la creencia de que con ello ganan un puñado de votos y retienen la mayoría parlamentaria.
Reivindicar el escenario de las dos Españas es una paradoja y un error de cálculo del PSOE. Romper con la reconciliación nacional supone arrinconar a la derecha, obtener una suerte torticera de superioridad moral y ganar votos. La respuesta del centroderecha debe ser enarbolar la reconciliación nacional e informar sobre la miseria moral y electoralista de Sánchez y sus aliados, cosa que no hizo Rajoy entre 2011 y 2018.
Salvo que esta nueva izquierda perciba que reabrir heridas provoca rechazo y tiene un coste electoral por parte de los españoles, no cejará en su empeño de perturbar la paz, la reconciliación y la convivencia.