Cuando era adolescente, leí una novela de ciencia ficción en la que un grupo de científicos era capaz de regenerar tejidos y crear órganos enteros a partir de unas pocas células. Aquello me sorprendió e hizo volar mi imaginación. A pesar de mi fallido historial con los trasplantes de corazón en lagartijas que comenté en una columna anterior, no dudé en diseñar varios experimentos para hacer crecer un órgano partiendo de minúsculos fragmentos de tejido. De lagartijas, por supuesto.
Durante semanas, me empeñé en la tarea. Preparé varios medios de cultivo con azúcar, sal y pedazos de hierbas varias, pero sólo obtuve grandes contaminaciones con unas estructuras filamentosas que mi madre clasificó rápidamente con un "tira eso que se ha llenado de hongos".
Evidentemente, no logré mi objetivo. En cambio, me interesé por los hongos y centré mis esfuerzos científicos en estudiarlos, algo más fácil de abordar en una isla (Cuba) con altísima humedad relativa durante todo el año.
Aunque mi carrera científica se ha centrado en la inmunología, la regeneración de órganos siempre ha sido una incógnita a la que vuelvo con frecuencia. De vez en cuando hago una búsqueda sobre el tema para mantenerme al día. Y precisamente esta semana ha habido un ¡eureka! en el campo de la regeneración de órganos. Se ha publicado un experimento seminal que nos acerca a la ficción que leí en mi adolescencia.
Un grupo de científicos con la meta de estimular el cuerpo para que vuelvan a crecer extremidades ha publicado un asombroso trabajo que muestra el crecimiento de nuevas patas en ranas adultas que, previamente, habían sufrido la amputación de sus extremidades. En estos animales, al igual que ocurre con los humanos, la capacidad de reemplazar partes perdidas es muy limitada al llegar a una edad determinada.
En cambio, sabemos que existió un programa celular de cómo hacerlo, algo que se bloquea o destruye al pasar el tiempo. En estado embrionario, algunas células son capaces de diferenciarse hasta convertirse en órganos y estructuras como las extremidades. De hecho, esta capacidad regenerativa se mantiene sutilmente en algunos tejidos, pero se pierde totalmente en la mayoría. Un ejemplo claro son las yemas de los dedos, que se regeneran en niños, pero no en personas adultas.
El experimento consistió en amputarle las patas traseras derechas a un centenar de ranas africanas adultas llamadas Xenopus laevis y dividirlas luego en tres grupos experimentales.
Aproximadamente a un tercio de las ranas se les puso una funda de silicona para cubrir la zona donde se realizó la amputación. Al otro tercio se le colocó la misma funda, pero con un cóctel de sustancias químicas que incluía una hormona del crecimiento, un promotor del crecimiento de nervios y un compuesto antiinflamatorio. El tercio restante no recibió tratamiento alguno. Las fundas con o sin cóctel fueron retiradas a las 24 horas, momento en que todas las ranas fueron trasladadas a un tanque con las condiciones naturales de su hábitat.
Después de 18 meses, a las ranas que recibieron los productos químicos les habían vuelto a crecer las extremidades y tenían protuberancias donde normalmente crecerían los dedos de sus patas. Según se demuestra por las evidencias que publican estos investigadores, las ranas con patas regeneradas son capaces de saltar usando sus nuevas extremidades y no hay diferencias palmarias, en cuanto a habilidades, con ejemplares que no sufrieron amputaciones.
Una observación interesante que apuntan los autores de este avance es que la funda de silicona ayuda a recrear las condiciones propicias para estimular el crecimiento, algo que se observó en el grupo de ranas a las que se les colocó la funda sin el cóctel de sustancias. Sin embargo, sólo aquellas a las que se les aplicó el tándem funda y coctel lograron tener nuevas patas con sus correspondientes vasos sanguíneos y nervios.
¿Magia? No, ciencia.
Varios mensajes se leen entre líneas al estudiar el artículo de este grupo de científicos de la Universidad de Tufts (Massachusetts, Estados Unidos). Me llama la atención que no sólo es importante la aplicación de los factores de crecimiento específicos para estimular la regeneración de tejidos. Sino que, además, hay que evitar la inflamación del sitio en cuestión.
Una vez más, nos encontramos de frente con la inmunología (recordemos que la inflamación es consecuencia de una respuesta inmunológica a un estímulo que se considera dañino).
En este caso, es la propia amputación la que ejerce de desencadenante para que ocurra una inflamación. Evitarla significa modular el sistema inmunológico y esto parece ser esencial en el camino que lleva a la generación de nuevos órganos y estructuras, incluidas las extremidades.
Todos los caminos llevan a Roma, se suele decir. Yo lo cambiaría por "todos los vericuetos nos llevan al sistema inmunológico".
¿Estamos cerca de regenerar miembros y órganos en personas que lo requieran? La cercanía en la ciencia suele depender de los medios que se pongan a disposición de quienes trabajamos en ella. Es una realidad que este intento de estimular el crecimiento de las extremidades constituye un grandísimo comienzo.
Sin embargo, no olvidemos que queda mucho trecho por recorrer. Los propios autores de este hito nos dicen que se necesita perfeccionar la metodología usando compuestos que alteren el estado eléctrico de las células para hacer más eficiente la entrada del cóctel regenerador.
Por otra parte, hay que comprender a fondo lo que ocurre en este proceso. Es importante saber cómo encenderlo y apagarlo de manera precisa para regenerar. Pero también saber cómo evitar un crecimiento no deseado.
Muchas son las incógnitas por desvelar. Pero la brecha está abierta. Otro secreto que arrancamos a la naturaleza.
Insisto. No es magia, es ciencia.