Con la misma vehemencia con que Kim Jong-un lanzó el otro día el mayor misil que tenía en la estantería contra el mar de Japón, en España hace tiempo que no se hace política sin otra premisa que arrojarse proyectiles con innegable saña, o chinitas infantiles que hagan rabiar. Se trata de alimentar el ardor guerrero para que cada mañana el cielo se tiña de venablos al rojo vivo como en una exhibición de petardos y cohetes de feria de pueblo.
La política española despliega cada mañana sus cañones de riel y en los medios el relato es la hilaridad de la guerra de Gila. "Está el enemigo? Que se ponga". Y Pablo Casado tomó la iniciativa y llamó a Pedro Sánchez para ofrecerle contra su voluntad apoyo en Ucrania, que sería una guerra verdadera si se consuma.
Pero de resto, la rutina es pendenciera y es rara la ocasión en que se establece un alto el fuego para acordar un asunto de Estado.
Están los nervios a flor de piel, incluso entre propios, como evidencia la arremetida de José María Aznar a Casado por sus fricciones en el centroderecha, a riesgo de perder votos afines y trasvasarlos a Santiago Abascal, que no es Rafa Nadal, pero que ya ganó su primer Grand Slam en el Open ultra de Madrid.
Aznar, que, por cierto, le da al pádel, lanzó a Casado algunas pelotas envenenadas y está la grada sumida en un silencio expectante por este berrinche, que diría Santos Cerdán. No es un asunto menor el match Aznar-Casado estando el PP en las encuestas en un extraño impasse, a rebufo del PSOE, perseguido por el acezante jinete del Apocalipsis de Vox.
En Portugal, la mayoría absoluta de António Costa no esconde el ascenso de la ultraderecha, que se aúpa tercera en el podio parlamentario. En España acaricia el empate con el PP si progresa el fuego amigo entre Aznar, Casado e Isabel Díaz Ayuso, ese triángulo norcoreano de misiles en el cielo de Madrid.
El concilio español de la extrema derecha europea agrupó al tercer sector de la política del continente que no se rinde a los efluvios de la socialdemocracia de Alemania y Portugal. España es una plaza a batir para ese espectro nostálgico que desentierra fantasmas de la historia de otros tiempos bélicos, a los que acaso estamos condenados a volver. La ultraderecha no aplaude públicamente a Vladímir Putin, pero le ríe las gracias, pues los dardos del ruso también son misiles endiablados en la línea de flotación de la UE, que es el bebedero común de Viktor Orbán, Mateusz Morawiecki y sus mascotas.
Vox pesca tanto en los caladeros del negacionismo Covid como en la cruzada de Casado contra Sánchez sobre el reparto de los fondos Next Generation. Desde el fondo de la red, Abascal imita mejor a Nadal que los líderes del PSOE y del PP, cuyo duelo suele dirimirse preferentemente arriba, donde los errores se pagan caro.
Pedro y Pablo han llegado incluso al insulto, como no hace mucho, cuando todo empezó con un coño y acabó con el cuchillo en la garganta de la democracia, esa metáfora de Joe Biden contra Donald Trump sobre el asalto al Capitolio, antes de la rebelión de los ganaderos de Lorca, que a algunos les recuerda las escenas insólitas de Washington, y a Vox le parece bien.
Ahora el lío es el trío. Porque ya no discuten Sánchez y Casado a solas y a pecho descubierto, sino que cuando no es Ayuso es Aznar. La irrupción del expresidente en Valladolid, a expensas de Alfonso Fernández Mañueco, no es un suceso político menor para el PP dado el calibre y el rango en el altar del partido de las apariciones del líder ungido en batallas memorables con Felipe González cuando era Dios.
Casado puede enmendar la plana a Ayuso, que todo queda en casa y el que manda está en Génova. Pero Aznar hizo la guerra de Irak, puso los pies sobre la mesa junto a George Bush, sufrió un atentado de ETA y se marchó cuando quiso. Tiene auctoritas. Casado todavía no.
Habló el oráculo y su diktat menea al partido. "Unir, construir, sumar esfuerzos… tener proyectos comunes… y no sembrar la discordia… construir es liderar", dixit Aznar, y el estribillo resuena en los oídos de todas las familias del partido que él heredó de manos de Manuel Fraga el día que el patriarca gallego rompió la carta con la dimisión preventiva del sucesor en el congreso de la refundación de AP.
Además, Aznar no traga a Abascal por muchas razones. Y una de ellas fue una osadía radiofónica de este, meses antes de la pandemia (cuando en España se alardeaba de agallas antes de que un virus le bajara los humos a todos), aquella vez que dijo que Aznar compartía con su partido "lo de la derechita cobarde".
Casado ha querido pasar de puntillas sin mentar al jarrón chino de su mentor, pero ni el discurso de investidura de la convención de Valencia, ni los 400 expertos que le dieron su opinión, logran acallar el eco del berrinche del icono del partido, el tenista que se encarna en Nadal y afea la conducta del Djokovic español: "Abascal, el que la hace la paga".