Estamos a dos cafés de una nueva guerra civil a cuenta de Eurovisión, que, por otra parte, hasta hace dos días nos resbalaba: el hooliganismo ibérico es esto y me hace sonreír. Todo se pasa de rosca, divertido y caliente, hiperbólico, mientras la verdadera vida corre, destartalada, en los karaokes subterráneos de las ciudades, donde seguimos cantando en círculos las mismas canciones gastadas y hermosas que nos atravesaron ya hace décadas. Es difícil ser eterno. Como José Alfredo, como Calamaro, como Antonio Vega, como Rocío Jurado. Bien.
Mientras tanto, en la nadería líquida, Chanel, tan guapa y flexible en la burbuja de su victoria pírrica, levanta un show más que digno performáticamente, pero completamente hueco dentro de su sublenguaje, cosa que a mí me toca el arco del triunfo porque todo el mundo sabe que por la memoria de Cervantes rajo, y esta coplilla ridícula salpicada de anglicismos necesita de subtítulos para mi vecina del cuarto y para mí. Una canción que no se puede cantar no es una canción y, mucho menos, un himno. Lo mala que es se demostrará como se demuestran estas cosas, en el ring inconfundible de la noche, cuando la pinchen en una discoteca a las tres de la mañana y los parroquianos aprovechen esos minutos para ir a la barra a pedirse la próxima copa.
Pero lo peor, está claro, lo sonrojante más allá del zafarrancho y del tongazo, es que enuncie frases como "si tengo un problema, no es monetary / yo vuelvo loquitos a todos los daddies" y que desde la compañía discográfica nos digan que es un tema "feminista" y "empoderador" porque "trata sobre amar tu cuerpo, sentirte cómoda en tu propia piel y se dueña de una misma sin ningún tipo de miedo". Qué cosas. Yo siempre entendí que quien paga, manda. Y que si el daddy apoquina, la chica obedece. Es el mercado, amigos.
La movida, como siempre, anda desenfocada: el problema de esta canción no es, en ningún caso, su género urbano, su tremendo baile o su aura erótica (cosas que celebro y me resultan expectorantes: qué pechaíta de mojigatería). El problema es cómo se perpetúa, así, de coñita (medio con gracia y pillaje, medio con embriagador femmefatalismo, al estilo Despentes, al estilo regulacionista) que el capital sexual de las mujeres va a seguir intercambiándose en pleno 2022 por la chequera de los hombres poderosos. Nunca hemos sido tan pobres como cuando vendemos un cuerpo: nunca un contrato más misógino y tramposo y temporal, porque el cuerpo es cáscara y se pudre.
Lo contaba Cher hace veinte años: "Mi madre solía decirme: '¿Sabes, hija? Algún día deberías sentar la cabeza y casarte con un hombre rico'. Mi respuesta fue: 'Mamá, yo ya soy un hombre rico'. Quiero decir: mi experiencia con los hombres ha sido siempre fantástica porque los he escogido porque me gustaban, no porque los necesitara". Lo canta hoy la mismísima Bad Gyal: "No necesitamos un man que pague la cuenta / las que estamos por aquí, facturamos cada día". O Karol G.: "Las Jordan, nuevas de caja / y la cuenta nadie me la paga". O Beyoncé: "Pay my own fun, oh, and I pay my own bills / always 50/50 in relationships / The shoes on my feet / I’ve bought it / The clothes I'm wearing, / I’ve bought it (…) If I wanted the watch you're wearing’ / I’ll buy it / The house I live in, / I’ve bought it, / The car I'm driving, / I’ve bought it, / I depend on me".
O sea: no es incompatible ser sexy, o hablar de deseo, o jugar a la seducción, con tener tu propio trabajo y tu propio dinero y usarlo. Con financiarte la propia vida para no tener que sonreír nunca más a los mandatos del putero de turno (llámalo daddy ¡o llámalo novio o marido a veces!). A fin de cuentas, un notas que compra tu docilidad, tu pusilanimidad y tu mansedumbre con una cenita en el Amazónico. Me avergüenza. Pretty Woman, por los cojones. Cenicienta, por los cojones. Georgina, por los cojones.
"Luchad y cumpliréis vuestros sueños", dice la novia de Cristiano Ronaldo en su hilarante documental de Netflix. Qué gracia lo de los "sueños". ¿Cuáles? ¿Cómo legitimarlos, cómo entender que el sueño sin autorrealización, sin vocación, sólo es humo y purpurina? Nos sirva De Beauvoir para analizar nuestros propios deseos y sus complejas profundidades: "Una mujer libre es todo lo contrario de una mujer fácil". Y lo de luchar, bien, lamento decírtelo, Gio, pero eso nunca tuvo nada que ver con echarle el lazo al marido solvente del distrito: más bien, querida, con vivir de tal manera que nunca lo necesitásemos para ser alguien.