El expediente que Génova le abrió a Isabel Díaz Ayuso por sus "casi delictivas" acusaciones de espionaje contra Pablo Casado será cerrado porque las explicaciones de la presidenta sobre el contrato de su hermano son satisfactorias. Quizá sería esto lo más razonable que se hiciera en el seno del PP esta semana: cerrar un expediente abierto por un asunto A porque las explicaciones sobre un asunto B parecen suficientes.
Pero la nota de Génova no dice "cerrar", sino "concluir satisfactoriamente". Es un lenguaje calculadamente ambiguo.
Dependiendo de cuál sea su bando en esta fiesta, usted pensará que esto es 1) una bienintencionada oferta pública de tregua a Isabel Díaz Ayuso por parte de Pablo Casado, 2) una recogida de cable o 3) un gesto-trampa de Génova para recuperar fuerzas y arremeter con más fuerza en unos días, cuando El País se haga eco del contrato que el cuñado del exmarido de la fisioterapeuta que una vez tomó un café con la presidenta firmó con la Comunidad en 2002, cuando Ayuso pegaba carteles en el PP.
Pero primero están los hechos.
El viernes por la tarde, Ayuso y Casado se reunieron en Génova a petición de este último, y la reunión acabó sin acuerdo.
Según Sol, Casado le ofreció cerrar su expediente a cambio de que ella se retractara de sus acusaciones de espionaje.
Según Génova, a Ayuso se le ofreció "darse por satisfechos con sus explicaciones y cerrar el expediente".
¿Por qué no cedió la presidenta? Porque Ayuso ha exigido para zanjar el asunto la cabeza de Teodoro García Egea. Lo mismo que pide una amplia mayoría de los barones del partido para cerrar la crisis y evitar la convocatoria de un congreso que releve a Casado de la presidencia.
¿Por qué Génova ha anunciado el cierre del expediente a pesar de no haber acuerdo con Ayuso? Porque las nada veladas acusaciones de tráfico de influencias contra Ayuso (recordemos, por el momento sin un solo documento que las avalen) estaban rompiéndole el espinazo al partido y a Pablo Casado.
Pero el simple hecho de que el PP haya dicho 1) que Ayuso ha dado la información que se le solicitaba, 2) que Casado da por válidas sus explicaciones y 3) que el expediente, que ahora se llevará al comité de derechos del partido, "concluirá satisfactoriamente", indica que, efectivamente, este será cerrado sin sanción para Ayuso.
No hace falta ser un lince para comprender que ese cierre del expediente indica que Casado se ve débil en esta batalla y que comprende que la caída de Teodoro García Egea sería sólo el preludio de la suya propia. Cerrando el expediente de forma unilateral, es decir como gesto de buena voluntad, Casado confía en salvar ambas cabezas. Veremos ahora si este paso atrás permite volver a meter en el tubo la pasta de dientes de Alberto Núnez Feijóo, que ya sonaba como recambio para Casado en un hipotético congreso extraordinario.
Si este paso atrás es el fin de la batalla o sólo el tiempo de descanso hasta el inicio de la segunda parte del partido está por ver. Pero lo que parece claro es que la presidenta llevaba, en el momento del pitido del árbitro, algunos goles de ventaja en el tribunal de la opinión pública.
¿Por qué? Porque de una comisión por valor de 280.000 euros el asunto pasó en apenas 24 horas a una contraprestación de 55.850 euros por un trabajo realizado para una empresa en la que su hermano no desempeña ningún cargo. Algo bastante más difícil, por no decir casi imposible, de vincular con un ilícito penal.
Sin prueba alguna de un hipotético tráfico de influencias (recordemos, algo para lo que es necesario una intervención directa de la presidenta en favor de su hermano) pasamos en las televisiones de estricta obediencia socialista a una trama de empresas pantalla y testaferros que convertía a los Ayuso en los Ayuselli, y a Isabel Díaz Ayuso en capo di tutti capi.
Por supuesto, las sospechas son libres. Por poder, Ayuso podría ser también la líder de una red de blanqueo de dinero negro del narcotráfico. Pero las especulaciones de la prensa de izquierdas no eran hechos. Y el problema es que este asunto ha estallado de forma tan sorpresiva y se ha desarrollado con tanta celeridad que parece imposible sostenerlo en el tiempo sin presentar una pistola humeante que confirme todas esas especulaciones.
Y la pistola humeante, de momento, no ha aparecido. Eso no quiere decir que no exista. Pero tampoco quiere decir que exista. Quiere decir que, de momento, tras las sospechas sólo se oye el cri-cri de los grillos.
Cuestión aparte es el uso político que se va a hacer de esta crisis. Porque si algo han hecho sus protagonistas, y les dejo a ustedes la decisión de quién tiene más responsabilidad en ello, es servirle en bandeja a la izquierda un nuevo caso Rita Barberá.
La información que daba ayer el diario Público es un ejemplo de ello. La noticia hablaba de los contratos (legales) con la Comunidad de una empresa propiedad de un empresario con el que la madre de Ayuso habría tenido vinculación profesional en el pasado. Es decir, nada. Añadan a dicha nada que la madre de Ayuso es hoy una viuda jubilada que vive con la pensión embargada y que su vinculación con esa empresa y ese empresario es, según confirman fuentes de Sol, nula a día de hoy.
Una vez más, podría ser que Sol mintiera y que la madre de Ayuso fuera la capo di capo di tutti capi por encima de la propia presidenta. Pero habrá que demostrarlo. Y la información de Público es en el mejor de los casos una insidia y, en el peor, ese tipo de información que los periodistas clasificamos en el cajón de "difama que algo queda".
La prensa y las televisiones de izquierdas no dejarán escapar tan fácilmente el hueso que el PP ha puesto en su boca. Nos esperan cientos de portadas y de especiales televisivos con informaciones tan inanes como la de Público. Un vaticinio: las 169 portadas que el diario El País le dedicó a los trajes de Camps van a ser un ejemplo de fina ética periodística al lado de lo que le espera al PP y a Ayuso hasta que la justicia archive el asunto tras marearlo todo lo que le convenga a aquel "de quien depende la Fiscalía".
Suponiendo que el asunto acabe aquí, que es mucho suponer, el balance final de esta crisis será un PP destrozado y sorpasado por Vox, un Pedro Sánchez que ya ve la próxima legislatura cuesta abajo, y un centroderecha arrasado tras el suicidio de los populares (y el ocaso de Ciudadanos).
Ayuso sale con rasguños de consideración, Casado con heridas muy graves de pronóstico reservado y el partido, suspirando por un líder al que no se le pide ya, como decía Alfredo di Stéfano de sus porteros, que pare los balones que van dentro, sino que no se meta los que van fuera.
Y esta semana, el PP sólo ha hecho que meter dentro de su portería balones que iban fuera.