La mejor película del año tiene sólo un pequeño inconveniente: jamás fue rodada.
La editorial Pepitas de Calabaza ha salvado el escollo publicando su guion. Se trata de ¡Viva Rusia!, la cuarta entrega de la saga de los Leguineche iniciada con La escopeta nacional (1978), que Luis García Berlanga tenía previsto filmar c.1992.
A poco que el lector conozca las referencias y tenga frescos los tres títulos previos, y las características de los actores que interpretan a cada personaje, el libreto permite ver proyectada la película en la cabeza con notable fidelidad, imaginamos, a lo que hubiese sido la experiencia de contemplarla sobre una pantalla.
Manuel Hidalgo, uno de los cuatro autores del guion, cuenta la génesis del proyecto en el prólogo. Hacia 1990, el productor Andrés Vicente Gómez quiso seguir exprimiendo el limón de los decadentes aristócratas (las tres anteriores las había producido Alfredo Matas). Tenía especial interés en un protagonismo claro de Luis Escobar en el papel del marqués.
Sobre esa premisa trabajan Berlanga y Azcona en un guion que titulan, sin demasiada originalidad, Nacional IV. La mala fortuna quiso que Escobar falleciera al poco, cuando le quedaban unos días para finalizar su participación en la película Fuera de juego (Fernando Fernán Gómez, 1991).
Berlanga es partidario de modificar el guion y seguir con el proyecto. Aquí ya no cuenta con la complicidad de Azcona. De modo que se pone a trabajar con su hijo Jorge. Posteriormente, Hidalgo trabajaría sobre ese texto con el encargo del productor de, sobre todo, acortar el relato.
La ausencia del marqués original fuerza a ¡Viva Rusia! a pivotar sobre su heredero (end of saga), ese Luis José que es, quizá, el personaje con el que José Luis López Vázquez mejor encontró el equilibrio en su insuperable registro cómico. Tras haber huido de España por sus causas penales abiertas, regresa para el sepelio de su padre. Por su cabeza no dejan de pasar los más disparatados proyectos de negocio. Aquí reaparecen personajes que habían terminado su periplo por la saga en la primera entrega.
Descubrimos que el industrial catalán Jaume Canivell (José Sazatornil "Saza") se hizo con la inmensa mayoría de la finca de los Leguineche, en la que languidece un ruinoso "safari park" con un león que sólo aparece en los momentos más inoportunos. Ya está casado con su otrora secretaria y amante, Mercé (Mónica Randall), de modo que no hace falta modificar pies de foto en la revista Luna y Sol.
En la parte que sigue siendo de uso para los Leguineche, mora una familia rusa que se dice descendiente de los zares, y que cree llegado, recién desmoronada la URSS, de postular al abúlico Alexis como legítimo heredero al trono. Luis José ve la puerta abierta a medrar en la nueva Rusia democrática, a la que imagina una suerte de monarquía parlamentaria al estilo de la española.
Quizá la parte más floja sea la excesiva facilidad con la que consigue enredar en sus propósitos tanto a Canivell como a su exmujer, Chus (Amparo Soler Leal), que ahora se ha casado con su primo Álvaro (José Luis de Vilallonga) y dirige el Club Tercer Milenio (parodia del Club Siglo XXI y de las conferencias vespertinas que animan el madrileñeo y alimentan a toda suerte de canaperas es tan salvaje como divertida). Todo se tuerce con la llegada de Sisita, la hermana que se creía perdida en la familia Leguineche, localizada con vida en Mauritania. La descripción de su llegada a la finca, conduciendo un "autobús destartalado de mediano tamaño", dice así:
"(…) Veterana dama de figura delgada y mirada algo demente, vestida con una mezcla de atuendo árabe y hábito a lo Madre Teresa, viajan seis o siete Negros, con un niño entre ellos. Dos de los Negros tocan unos bongos y los demás cantan Joanna o algo por el estilo".
La promesa de títulos nobiliarios y pelotazos varios sobre las ruinas del comunismo anima a varios poderes fácticos a interesarse por esa restauración monárquica en Rusia. También vuelve el abogado Cerrillo (Rafael Alonso), que organiza un safari heredero de aquellas cacerías franquistas (imaginar a Saza, López Vázquez o Luis Ciges con alguno de los atuendos que aparecen descritos en las indicaciones del guion ya mueve a la sonrisa).
En el mayor momento de delirum tremens, Berlanga pone a unos exultantes Luis José y Canivell a bailar Kalinka, "en plan cosaco" junto al grupo folclórico Kaláshnikov. Están eufóricos porque creen que su plan ha triunfado. Al tratarse de una película de este director, no es ningún destripe avanzar que están muy equivocados. El desenlace es el mismo que siempre se repetía en su filmografía.
¡Viva Rusia! es una delicia por muchos motivos. Lleva el esperpento berlanguiano a la España de la "beautiful people" (un poco lo que terminó siendo Todos a la cárcel, en 1993). Este firmante cree reconocer trasuntos muy evidentes de Mario Conde, Jesús de Polanco y Miguel Durán entre los personajes.
Si Berlanga ya era incorrecto para los estándares de 1992, imaginen leer sus propuestas ahora. Casi se tiene sensación de estar cometiendo algún pecado.
"¡Lo sabía! Los catalanes son unos viciosos. ¡Si no hay más que ver los anuncios de masajes de La Vanguardia!", exclama Luis José mientras contempla los juegos sexuales de Canivell y Mercé a través de un agujero que tiene en su habitación.
Algunas ocurrencias mueven a la carcajada por su mero planteamiento, como el combate entre el Padre Calvo (Agustín González) y un pope de la Iglesia Ortodoxa.
La actualidad plagada de comisionistas da una pincelada mayor de interés a la lectura. Pero, sobre todo, hay aquí un juego irresistible: el de fantasear con todos esos actores prodigiosos, ya desaparecidos, protagonizando una nueva aventura. Un escape de este país cada día más triste que carece ya de la mirada de Berlanga. Algún cariño le debía tener a este proyecto no realizado cuando su guion formaba parte del legado secreto depositado en el Cervantes y que conocimos al cumplirse su centenario.
Hoy podemos leerlo. Gracias a todos los que lo han hecho posible.