Pongamos por caso que Marine Le Pen ganó las elecciones presidenciales francesas y el joven Emmanuel Macron, que había deslumbrado en 2017 hasta llegar al Elíseo con tan sólo 39 años, sucumbió en la segunda vuelta a la lógica perversa de la última década, dando paso a la ultraderecha en el corazón de Europa. Hoy estaríamos analizando las causas de la nueva catástrofe, que se sumaría a la pandemia y la guerra.
Estaríamos hechos a la idea de semejante adversidad, pues sería como llover sobre mojado. En 2016 triunfó el brexit y Donald Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos, en una racha de infortunios que incluye el célebre referéndum de paz en Colombia, donde se impuso el no contra todo pronóstico.
En efecto, con Le Pen en lo alto del podio se habría cumplido una vez más la inercia maldita de un tiempo fatídico que ha revuelto todas las composiciones de lugar que imperaban en nuestra concepción de la política, del mundo y de la vida. Habría supuesto un chute de adrenalina para Vladímir Putin, que, ya con achaques físicos, la cara hinchada y mal humor, se podría dar con un canto en los dientes, sacar pecho y lanzarse sobre Europa y la OTAN arrojando por fin sus misiles 70 kilómetros más allá de Leópolis, dentro del perímetro vedado de la fronteriza Polonia.
Y tendríamos, por tanto, la temida guerra mundial (nuclear, por supuesto, que habría dicho el Tejero del Kremlin), sin más dilación. A Putin le urgía tapar sus vergüenzas y qué mejor oportunidad que esa, con la Unión Europea noqueada tras las elecciones francesas.
Al otro lado del mundo, Joe Biden sería un antagonista endeble tras el famoso despiste en Carolina del Norte el 14 de abril, reiterado en Aurburn el 22, al saludar a gente inexistente, dando la mano al aire como si se la estrechara a un fantasma.
Con Marine Le Pen habrían vuelto los trampantojos de la era Trump, su posverdad y salidas de tono, pues la ultra francesa tiene un plan, que pasa por dinamitar la UE e instaurar un régimen ultranacionalista y xenófobo de rechazo al foráneo y quién sabe a partir de ahí cuántas vilezas más guardadas en el manual de campo.
Siguiendo con la distopía, a Viktor Orbán y Le Pen se dispondría a seguirlos una pléyade de candidatos ultras regados por toda Europa que sólo aguardan su oportunidad. Le Pen habría sido la espoleta.
Con los partidos socialista y conservador muertos en Francia, España, Portugal y Alemania serían las últimas islas de izquierda del continente y Alberto Núñez Feijóo se haría la foto que rehuyó con Santiago Abascal para no tentar al monstruo con el viento a favor, temiendo que, cual Pablo Casado, también a él le movieran la silla por blando con la Moncloa en la nueva ola radical.
Es fácil imaginar el efecto dominó en el imaginario universo Le Pen. En España, Isabel Díaz Ayuso saldría disparada hacia Génova. Pedro Sánchez y Yolanda Díaz se mirarían estupefactos: "Esto es lo que hay".
Tampoco cuesta trabajo intuir los sucesivos cambios de chaqueta a diestro y siniestro, en un inevitable gatopardismo del cambio de época. Macron, el jupiteriano pelo en pecho, el trepa Rastignac de Balzac, el último Napoleón, ahogado en la orilla de su arrogancia, supondría el fin de una era, cuyo prolegómeno habría sido la marcha de Angela Merkel meses antes.
Je serai la Présidente de la paix civile et de l'unité de tous les Français, de tous horizons et sensibilités. 🇫🇷#DimancheJeVoteMarine pic.twitter.com/U1cDsNaC0V
— Marine Le Pen (@MLP_officiel) April 22, 2022
Como Dominique Strauss-Kahn o Nicolas Sarkozy, su caída consumaría el destronamiento de un estilo personalista de liderazgo, y Le Pen, la diosa del nuevo olimpo europeo de ultraderecha, emprendería su misión de refundar una nueva civilización, con dos palmeros, Putin embravecido y Trump celebrando los saludos de Biden al vacío.
"Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres", decía Maquiavelo, al que conoce bien Macron, filósofo vocacional al que dedicó su tesis. Una cita que invita también a reflexionar sobre este mundo de apariencias que se nos viene encima, justo cuando nos quitamos la careta.
Pero la pandemia sin mascarilla sigue igual de letal y la otra pesadilla, la guerra, ya dura más de dos meses y algo habremos hecho mal antes de que este apocalipsis sistémico nos trajera desgracias tan prolongadas. La democracia y Europa le acaban de ver las orejas al lobo Le Pen. Por suerte, ganó Macron y todo lo anteriormente expuesto carece de sentido. Salvo que, como en el cuento del pastor mentiroso, ya sabemos que cualquier día el lobo llegará al poder.