¿Puede quedar resumido Pedro Sánchez en una sola semana? Si la respuesta a este interrogante fuese "sí", la que acabamos de abandonar constituiría un ejemplo magnífico. Quizá efímero: nada impide que la que estamos arrancando ahora la supere como ilustración de un tiempo y de un modo de ver –y hacer- la política.
No vamos a manosear todavía más la cita de Vargas Llosa y el Perú. Pero los males que aquejan a España sí tienen un momento en el que puede escucharse el crack que rompe algo. Fue cuando Rodríguez Zapatero decidió que el PSOE tenía más en común con la izquierda nacionalista catalana y vasca que con el PP. Y aún más: que tenía más en común con la derecha nacionalista catalana y vasca que con el PP.
Rubalcaba y la interinidad de Javier Fernández pudieron suponer un paréntesis. Pero Pedro Sánchez, tras intentar la moderación en las primarias de 2014, ha retomado el mantra y ha ido con él mucho más lejos de lo que se atrevió su antecesor. Del no es o no de la oposición de bloqueo a Bolaños perdiéndose la paella del domingo para ser despreciado por Vilagrá, bastante convincente en el rol de directora de instituto que se muestra desesperanzada ante la imposibilidad de enderezar el rumbo de su alumno más díscolo.
El ministro de Presidencia es casi un monumento a la dignidad comparado con su jefe, decidido a homenajear a López Vázquez en su centenario recreando ante Rufián al Fernando Galindo de Atraco a las tres. Que nos perdone Katia Loritz. Meritxell Batet ha hecho las veces de Gracita Morales.
Es difícil precisar qué resulta más desconcertante: reducir a pantomima una comisión que dé a los que buscan la destrucción del proyecto común toda la información que necesitan para lograr sus propósitos o comprobar cómo a la jefa del Legislativo le falta tiempo para retorcer la institución siguiendo sólo los intereses del Ejecutivo. La separación de poderes está muy bien siempre que sean todos míos, diría una viñeta de Daniel Gascón.
#LoMásVisto | Sánchez pide disculpas por su "lapsus imperdonable" de llamar Abascal a Rufián y este ironiza: "Que me espien vale, pero que me llame Abascal me fastidia" https://t.co/bJt4Hc5MWg pic.twitter.com/2Bh7V5DV6m
— Europa Press (@europapress) April 27, 2022
Que la deserción de Esquerra quede en nada gracias al concurso de EH Bildu viene a ser un buen resumen del marasmo. Se han fijado, ¿verdad? Una parte no menor de la creación de opinión compite por lanzarles el guiño más cariñoso. Bildu como un paradigma cool. Nos lo llegan a decir en aquellas manifestaciones de hace 25 años, llenas de personas -votantes del PP, del PSOE, de IU- unidos en su repulsa a aquel movimiento de eliminación física del adversario, y no lo hubiésemos creído.
Su contribución decisiva a la aprobación del decreto "anticrisis" por la invasión de Ucrania corona la trayectoria de Mertxe Aizpurúa: del Egin al BOE. La Memoria Histórica se torna amnesia con la responsable de "Por los gudaris de ayer y de hoy".
Casi lo de menos es que Rufián reconozca que ellos no votan en función del contenido de un proyecto, sino exclusivamente de sus intereses.
Ojalá sólo fuera un lapsus imperdonable.