Lo primero es mandarlos a la mierda. Eso es siempre lo más urgente. Y luego ya viene el pedirles explicaciones. Porque a veces corremos el riesgo de olvidar que fueron ellos, y no yo, al menos, quienes prometieron acabar con la violencia de género y con la cultura de la violación.
Esta señora delegada del Gobierno en Valencia, por ejemplo, nos pregunta a los hombres qué nos pasa, y al hacerlo nos acusa a todos del más abyecto de los crímenes, por ser el único que no admite nunca excusa ni perdón. Que nos expliquen ella y los suyos por qué aumentan los casos de violaciones grupales durante su mandato y qué están haciendo mal.
Porque si es cierto, como dice, que aumentan los casos de violaciones grupales y lo hacen durante el mandato de un gobierno que hizo, porque lo consideró justo y urgente, porque le dio la real gana, de esta causa, feminista, pacificadora y reeducadora la principal de sus causas, alguna explicación tendrá que dar. No pedírnosla a nosotros, hombres de buena voluntad, la enormísima mayoría, que nunca jamás le pondríamos una mano encima a nadie.
Que estamos volviendo a la cultura de la violación, dice. Absurda denominación, claro. Porque no hay tal cosa. No hay pedagogía, ni elogio, ni reconocimiento de la violación. Ni siquiera subvenciones, o talleres municipales, o titulares socialdemócratas informando de que violamos mal.
Lo que hay, como ha habido siempre, es cultura contra la violación. Intento de reprimir las más violentas y bajas de las pulsiones naturales. De poner coto o de encauzar la naturaleza, si les parece que incluso aquí "reprimir" suena demasiado fuerte. Pero la naturaleza siempre vuelve a entrar por la ventana cuando los progresistas creen haberla echado por la puerta.
Es por eso por lo que la violación vuelve precisamente cuando desaparecen el poder represivo y disuasorio de la cultura y de la policía. Y ahí está la guerra de Ucrania para recordarnos la fragilidad de nuestra civilización y la impotencia de nuestros indignados soñadores frente a una naturaleza que es terrible y que siempre espera a la vuelta de la esquina.
Si se empeñan a poner el foco en la cultura, convencidos de que pueden controlarla porque pueden financiarla, entonces deberían atreverse a diferenciar o discutir sobre si hay culturas más y menos eficaces en la represión del instinto violador que encontramos en nuestra naturaleza caída.
De ahí la vieja polémica sobre si cabe o se debe informar sobre el origen de los criminales. Que tendrá todo el sentido o ninguno, digo yo, en función de la importancia que ese origen tenga en el crimen. Como lo tendría especificar siempre el barrio, la calle, la situación en la que se dio la violación y un montón de cosas más que tan a menudo se descartan por no "culpabilizar a la víctima".
Pero el caso es que hay violaciones grupales que se convierten en escándalo nacional durante meses y otras de las que no tenemos noticia hasta que se diluyen en la estadística. Porque los números no entienden de razas ni de culturas, sólo de sexos y presupuestos.
Y como no se atreverían a discutir sobre culturas y violaciones y valores, sexo y policía, seguirán con el discurso y los talleres de nuevas masculinidades y los observatorios y demás cuentos. Y volverán, como hacen estos días, a sacar el tema del porno y la prostitución para poder seguir diciendo las mismas cosas y subvencionando las mismas políticas sin tener que rendir nunca cuenta ni de sus palabras ni de sus actos.
Convencidos, como coaches, de que "fracaso" en chino es "oportunidad".