Pide Yolanda Díaz que los andaluces salgan a votar este domingo "por los represaliados del franquismo". ¿Y por qué no por los del golpe de Manuel Pavía? Lo raro, en cualquier caso, no es que la ministra de Trabajo permanezca congelada en el permafrost ideológico de 1945, sino que no haya sido capaz de concretar una sola propuesta relativa a los problemas de los andaluces de 2022. "Qué andaluz merece respeto", debe pensar Díaz, "cuando les puedo tratar como a unos majaderos".
En eso consiste el federalismo de hoy. En defender la idea de que cualquier danza regional amerita nación, himno y bandera para, tras generar entre los ciudadanos el suficiente resentimiento cantonalista como para convertir en invivible este país, introducirles por el gaznate el mismo pienso para pollos guerracivilista que vende en Madrid, en Barcelona o en Cangas de Onís. One size fits all monkeys. O en español de España, "el mismo rollo para todos los macacos".
Yolanda Díaz ha caído en Andalucía como Lord Mountbatten cayó en la India y le ha faltado el pelo de una mosca para imitar a Agustín de Foxá cuando aterrizó en el aeropuerto de Montevideo y pidió "un esclavo" que le llevara las maletas.
–Señor, en Uruguay no hay esclavos, somos todos demócratas –le respondió un diplomático uruguayo.
–Ah, qué bien. Pues que venga un demócrata a llevarme las maletas.
Yolanda Díaz, que se pasea por el sur de España como si no fuera la ministra de Trabajo con más parados de la Unión Europea, cree que Andalucía es una nación. Pero una de esas cuyos lugareños no merecen siquiera el esfuerzo de que les agiten alguna baratija reluciente frente a la cuenca de sus ojos de famélico subdesarrollado. Con un poco de Franco resucitado van sobrados.
Por si no tuvieran poco en Andalucía con los complejos de superioridad de las tribus catalana y vasca, ahora se suma a ellos el de la gallega patrocinada por Prada, a la que el cargo le ha sentado como a un santo dos pistolas y que se pasea por España como si fuera Klemens von Metternich.
Y del complejo de superioridad al narcisismo instagramer de Macarena Olona, que le ha arrebatado a Justin Trudeau el galardón Mortadelo de Oro por su habilidad para disfrazarse de andaluza, o de lo que ella cree que es una andaluza, media docena de veces por jornada. Ya sólo le falta lavarse los pies con Cruzcampo, como Carmina Ordóñez en el Rocío, para que le pongan su cara a la virgen de la Macarena.
Vox podría presentar un ornitorrinco como cabeza de cartel y sacaría los mismos escaños que presentando a Jesucristo porque la marca está hoy por hoy muy por encima de sus candidatos, incluyendo a Santiago Abascal, Iván Espinosa de los Monteros y, por supuesto, Macarena Olona. Entre los 15 escaños del desastre total y los 22-23 del "fatal, pero al menos podremos disimular" estará Vox este domingo, si hemos de hacer caso a los sondeos. Es decir, ni bien ni mal, sino todo lo contrario.
Se rumorea en los pasillos de San Telmo que Olona, salvo gigantesca sorpresa en las urnas, no será vicepresidenta, que ella lo sabe y que por eso ni siquiera ha tenido la cortesía con los andaluces de renunciar en firme a su escaño en el Congreso de los Diputados.
Se rumorea también que no será vicepresidenta por la misma razón por la que no lo sería Pablo Echenique: porque no da la talla, porque lo que menos necesita ahora mismo Andalucía es alguien que no distingue la provocación del encabronamiento, y porque Olona es la antítesis de un Juan Manuel Moreno Bonilla que está a lo importante y no a pintarse lemas de Gladiator en la cazadora.
Pero quién sabe lo que podría haber ocurrido con los de Abascal si Olona, en vez de calzarse por todo lo alto todos y cada uno de los estereotipos de la mujer del sur de los cuadros de Julio Romero de Torres (mantillas, claveles, abanicos, trajes de gitana, toreros, botijos y copas de fino), como si los andaluces fueran un perro de Pavlov regionalista salivando a la vista de una peineta, se hubiera dedicado a tratarles un poco, sólo un poco mejor, de lo que los ha tratado Yolanda Díaz.
No ayuda el histrionismo teatral de una Olona que se ha vendido a sí misma con el mismo victimismo que exhibe Irene Montero en cuanto le ponen una cámara de televisión enfrente. Me pregunto qué diferencias hay entre la Olona que sube de forma constante a las redes fotos y más fotos en las que la protagonista es ella, ella y ella, y esa ministra de Igualdad desencajada que mueve la cabeza como si tuviera las vértebras de goma mientras se felicita por haber traído a España la democracia, el voto femenino e incluso el sexo consentido. El adanismo no será. El culto al yo tampoco.
Un solo detalle. Cuando Olona habló durante el primer debate en televisión de la bahía de Cádiz como si se tratara de una especie de Somalia del sur de España, a no pocos gaditanos con más pares de Bontonis en el armario que el mismo príncipe Carlos se les cayó el mito macarenista al suelo. Si Olona no se da cuenta de que a nadie le gusta que describan su tierra como si fuera un Mordor de violaciones, atracos y miseria africana, sobre todo cuando eso es mentira, alguien de su campaña debería explicárselo.
Es más. El silencio que se hizo en el plató cuando Olona acabó una perorata apocalíptica que ya le hemos visto repetir una docena de veces en el Congreso de los Diputados no fue, como pretenden sus incondicionales, la prueba de que los había dejado a todos sin habla, sino el estruendo de la vergüenza ajena cayendo como un manto de plomo sobre el resto de los allí presentes.
El problema de Olona, en resumen, no es que sea alicantina, algo que a la inmensa mayoría de los andaluces se la trae al pairo. Su problema es que le ha calzado a los andaluces el mismo rollo que Yolanda Díaz. Es decir, lo peor de esa nueva "política femenina" que a la hora de verdad sólo ha sustituido el paternalismo por el maternalismo de una madre superiora que ve visiones. De Franco, de violaciones en masa o de vete a saber qué otro delirio sin relación alguna con la vida del andaluz medio.
Si sólo nos quedan ellas, que Dios nos pille confesados.
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