Pensaba que no dejaban entrar comunistas en Estados Unidos y después pensé que no sé si Irene Montero y sus acólitas son o no comunistas. ¿Qué es un comunista, ahora y aquí? En España, en su Gobierno.
Nuestras seudo comparten con los viejos totalitarios una especie de fascinación fetichista por los frutos de la libertad. Los selfies en Times Square, digamos, tienen algo de perversión ideológica, de desviación diría yo, de la vieja ortodoxia según la cual el capital es el mal y esa plaza sería algo así como Mordor.
A diferencia de otras fotos históricas en la sede del mal, como aquella de Adolf Hitler en la Torre Eiffel, por poner un ejemplo simpático, esta foto no era la celebración de una conquista, sino la conquista de la celebración.
Cuando uno llega a Times Square llega a algo. Algo ha conseguido. Algo ha conquistado, incluso. Es un viaje largo y pesado que la mayoría hacemos contadas veces en la vida o ninguna. y que siempre es especial por lo de las pelis y canciones y demás. Es el Empire State of Mind. La franca, por Sinatra, sensación de que si has llegado hasta allí puedes llegar donde quieras.
Todo propaganda capitalista, claro, pero que funciona y ya ven cómo.
Y quizás sea este el gran logro del capitalismo del que tanto se lamentan los supuestos revolucionarios. Esa capacidad para integrar la disidencia, la alternativa real y demás. Que obliga a quien pase por Times Square, aunque sea en misión laboral, aunque sea porque ha ido a salvar a la mujer de las garras de la explotación económica del neoliberalismo global, a comportarse como un turista más.
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Los selfies de nuestras más revolucionarias en Washington y Nueva York recuerda a los selfies que se tomaban los asaltantes del Capitolio al llegar a la Rotonda de las estatuas. Habían ido a derribar el sistema, pero se encontraron con todo dispuesto, con el caminito marcado por esas cuerdas de terciopelo con pies dorados. Todo muy bonito, todo muy pensado, todo muy preparado para convertir al asaltante en visitante y al revolucionario en un simple turista.
Porque, ¿quién querría hacer la revolución pudiendo hacer turismo de calidad, del caro que sale gratis porque pagan otros, por Nueva York?
Pero si la izquierda se presta al juego no es sólo por necesidad. La izquierda que flirtea con el comunismo lo hace encantada, porque está convencida de que Times Square sería lo mismo, pero mejor, si gobernase el sector izquierdista del Partido Demócrata, con Alexandria Ocasio-Cortez o Bernie Sanders o quien sea a la cabeza en lugar de Joe Biden.
La izquierda de verdad sueña con un Times Square sin pobres ni miradas lascivas, y sin contaminación, y con tenderetes de hummus y grillos rebozados y kombuchas de todos los colores en lugar de hot-dogs y coca-colas.
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Tiene sueños más bien modestos, digamos, porque la izquierda de verdad cree que el comunismo es como el capitalismo, pero gobernando ellos. Con un mayor control de las cosas, que con un poco más de poder en sus manos y no en las otras, podríamos tener todo lo bueno del capitalismo sin nada de lo malo.
Por eso no tiene problema con la contaminación del Falcon, que es menor y menos preocupante si se usa para hacer la igualdad de género, que hay que hacerla y no se hace sola, y por eso han ido a las Américas. Y por eso no tiene ningún problema con el gasto público si se gasta bien, porque el dinero público no es de nadie, chiqui. Es decir, es suyo. Que por eso son los legítimos representantes del pueblo.
De ahí que toda la discusión sea si es o no es legítimo, si es moral o es machista, reírse de sus selfies en las redes. Porque para ellas, el comunismo ya no es aquello tan pesado y tan viejuno del control de los medios de producción. Ahora y aquí, el comunismo es el control de la producción de memes.