Por qué no hay que decirle a un niño enfermo de cáncer que es un superhéroe
Si mañana se cruza usted con un niño enfermo de cáncer y quiere ayudar, dígale cuánto ha crecido y pregúntele qué tal las mates. Pero no le diga que es un superhéroe.
Uno de los lugares comunes cuando las instituciones y los medios de comunicación tratan la cuestión de los niños y adolescentes enfermos es el de convertirlos en superhéroes. Seguramente con buena voluntad y la intención de ayudarlos, la lucha contra "una cruel enfermedad", es decir, el tratamiento contra el cáncer, se disfraza de fantasía y se le vende al niño como un acto de magia.
Como una batalla que se ganará con superpoderes.
Pero la buena voluntad no convierte un error en un acierto.
¿Por qué es un error?
1. Porque el objetivo es normalizar
Desde el mismo instante en que a un niño o adolescente se le diagnostica un cáncer, un equipo de médicos, enfermeras, auxiliares, voluntarios, fisioterapeutas y profesores, entre otros, se ponen a trabajar hombro con hombro con un objetivo común: curar la enfermedad.
Pero ese "curar la enfermedad" no puede ser ya sacar el cáncer de su vida sin preocuparse de nada más. Se trata también de eliminar sus secuelas hasta donde sea posible.
No estaríamos haciendo bien nuestro trabajo si durante el tratamiento de un tumor convertimos al niño en alguien especial. No tiene ningún sentido sustituir un problema por otro, por mucho que este último sea menor que el primero.
Ese "alguien especial" presenta principalmente dos peligros. Ser un protegido, es decir, alguien que se curó gracias a la providencia. O bien tener una cuenta pendiente con la vida. O sea, convertirse en un tirano porque la vida lo puso frente a una situación injusta y terrible a una edad impropia (como si la vida fuera justa en términos generales).
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El objetivo, como digo, es normalizar. Hacer que el cáncer se convierta en parte de la vida del niño, que intercepte la menor cantidad posible de proyectos y en ningún caso el desarrollo de sus potencialidades.
El cáncer no debe impedir que el niño o el adolescente se conviertan en la mejor versión posible de sí mismos. La experiencia no sólo nos dice que es posible, sino que un correcto desempeño de los profesionales de una Unidad de Oncopediatría lo convierte en habitual.
2. Porque el cáncer no es un supervillano
Los medios envían mensajes tan machacones que escribir esto parece extraño. Pero el cáncer no tiene voluntad, ni es un castigo (ni una bendición: cuidado), ni mucho menos una prueba del destino. Detrás del cáncer no hay una presencia malvada.
Y quien ha pasado por una experiencia potencialmente traumática sabe que afrontar esa prueba sabiendo que ha sido causada por la maldad es totalmente diferente a hacerlo rodeado de otros seres humanos que nos tienden la mano. Que se nos entregan simplemente por amor.
Todos compartimos el deseo y la tarea de que el cáncer deje de existir. Pero eso no lo convierte en una materialización del mal. Esa visión convierte el asunto en una pelea entre dos bandos y en esta tarea sólo hay un bando.
O, mejor dicho. En esta tarea no hay bandos.
3. Porque cabe la posibilidad de que lo estemos haciendo por nosotros y no por ellos
Nadie quiere ser un bicho raro. Estar enfermo es normal. Tener superpoderes no lo es (y además es mentira).
Es más que posible que en las raíces de este engaño (porque para los más pequeños puede convertirse literalmente en un engaño) esté la satisfacción de una necesidad nuestra y no suya. La de apelar a la magia para hacer de la enfermedad grave algo extraordinario "que no me puede pasar a mí".
Cuanto más insistamos en esta lógica de ellos y nosotros, en ese muro entre la enfermedad real y la hipocresía de las redes sociales, más capacidad de noqueo tendrá el diagnóstico y más aislados se sentirán después, en un mundo de superhéroes sin poderes, de palmaditas en la espalda. De gente que cambia la voz y les habla de manera extraña.
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Un niño con un tumor no se convierte en un tumor. Sigue siendo un niño. Y los niños toman un bocadillo a media mañana y aprenden a multiplicar y se ríen con cierta frecuencia porque están un poco locos, y su risa es nuestra gasolina.
Pero también se les reprende cuando no trabajan. Porque son niños y no "pobrecitos", y deben aprender a hacer las cosas igual o mejor que los adultos. Y porque dentro de unos años tendrán la misión y el privilegio de cuidar a otros seres. A nosotros, por ejemplo.
Porque no hay un "ellos" y un "nosotros". Estar enfermo es una cuestión de tiempo, y ayudarnos entre todos a entenderlo eliminará una barrera que nos impide ver lo fundamental. Que el ser humano es lo suficientemente extraordinario en sí mismo como para no necesitar supercosas, y que su dignidad y su maravilla no dependen de nuestra arrogancia disfrazada de compasión.
Así que, ya sabe. Si mañana se cruza con un niño enfermo y tiene la voluntad de ayudar, haga algo extraordinario. Dígale cuánto ha crecido y pregúntele qué tal las mates.
*** Sergio C. Yáñez es profesor de Humanidades en ESO y Bachillerato, y colaborador del Aula Hospitalaria del Servicio de Oncología Pediátrica del Hospital Universitario HM Montepríncipe.