Antonio Ibáñez, actor, modelo y artista, ha fallecido este martes a causa de un linfoma. Siempre me ha impactado la fragilidad sobre la que nos movemos, esa desde la que acaba de desplomarse este intérprete al que, hasta hace nada, le desbordaba la vida, la luz, las palabras.
Es algo que casi me obsesiona. Admito que el eco de la inestabilidad de la existencia adquiere un tono escandaloso cuando se asoma la circunstancia menos previsible. Sobre todo si lo hace a los 34 años. Esa era la edad de Ibáñez.
El actor de la serie Aída abandona el mundo solo tres décadas después de comenzar a habitarlo, dejando muchas cosas por hacer, y señalando sus cuadros como el lugar donde residirá su alma, llenos de su energía más pura, como alguien publicó por él en su cuenta de Twitter una vez que hubo perdido la gran batalla, y a pesar de haberla disputado, como confesó, con todas sus fuerzas.
A veces, uno cae incluso en la más trascendente de las luchas, después de haber perdido otras muchas refriegas. Estos días leo Flores tardías, la nueva novela de Mo Yan que Kailas Editorial publicará en septiembre.
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En esta obra, la única que ha escrito el Premio Nobel después de haber logrado la mayor distinción posible, aparece un personaje que quería ser alguien en la vida por sus propios medios, "pero finalmente no consiguió absolutamente nada. Su vida entera se convirtió en una aspiración irreal, utópica; su intento de hacerse a sí mismo, su sueño de convertirse en un individuo importante, fracasó".
No está muy claro qué es el éxito y qué el fracaso en la vida. Pero Ibáñez señaló no hace mucho que había paz en la suya. Qué gran victoria.
Esa paz profunda se halla en lugares poco transitados. En ocasiones hace falta un diagnóstico demoledor u otro detonante de similar envergadura para que uno se ponga a buscarla. Pero encontrarla ya es otra historia.
Esa la circunstancia fascinante de la vida. Algún día concluye. Así ha sido siempre, así seguirá siendo. Un día cualquiera llega el último.
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Concluir el periplo pensando que le has extraído todo lo posible puede ser uno de los objetivos. Agotarlo, exprimirlo, convencido de que ya no había nada más que se pudiera obtener en ninguno de los ámbitos cardinales, entre los cuales no está el material.
Ibañez quería seguir viviendo. Echaba mucho de menos el teatro y quería seguir pintando. Pero esa sensación de que cuando te llaman por tu nombre no hay nada que puedas hacer es una certeza. No sabemos quién o qué nos convoca, solo cuándo. Y resulta, claro, irrebatible.
La vida vivida, la vida por vivir. Tenga o no sentido. A los 34 años, desde luego, esa llamada no parece tenerlo.