A la izquierda madrileña, esa que exige dispensadores públicos de crema solar en las calles de Madrid mientras se pregunta desconcertada por qué la gente vota a José Luis Martínez Almeida e Isabel Díaz Ayuso, no le gusta la reforma de Sol.
Ellos habrían preferido una dehesa tapizada con un césped como el del Augusta National Golf Club. En ella plantarían dos árboles mastodónticos como los del Silmarillion a los que bautizarían Tercera y República. Sus raíces se enredarían armoniosamente en las vías de la Línea 1 del metro y entre sus ramas viviría una tribu arborea de migrantes de piel azul a los que los madrileños alimentarían con huevos y miel ecológica.
En el Sol de la izquierda madrileña pastarían los miuras indultados en Las Ventas. Tampoco sería raro cruzarse con alguna manada de perros callejeros como las que deambulan por Mumbai, pero mansos. En el Sol de la izquierda, las reformas no se harían con cemento, sino con fibra de coco y sustrato orgánico para orquideas.
Mientras sufrimos en #Madrid olas de calor, cada vez más fuertes y duraderas, Almeida sigue tirando el dinero de todos haciendo urbanismo de cemento del siglo pasado. Enmedio de una #emergenciaclimática el PP hace esta reforma incomprensible de la Puerta del Sol. Poco nos pasa... pic.twitter.com/IbR6PmF9SA
— Chema Dávila Pérez (@chemadp) July 17, 2022
En Sol se reunirían cada tarde los 3.200.000 madrileños para debatir, tras ordenados y generosos turnos de palabra, las mejoras que desean para la ciudad.
A las 21:00 horas, el triunvirato de alcaldesas Flora, Fauna y Primavera aparecería en Sol para recoger las sugerencias votadas por sus ciudadanos, que serían puestas en práctica de inmediato con los impuestos verdes cobrados a los ricos. Luego, los 3.200.000 madrileños volverían en bicicletas municipales a sus apartamentos okupados, cuyos suministros pagaría generosamente Endesa porque, cojones, qué menos.
[En realidad, Madrid es la segunda ciudad del mundo con más árboles y superficies verdes del mundo después de Tokio. Pero algunos pretenden convencer a los madrileños de que Sol, que no es una plaza sino un cruce de caminos como el de Shibuya y por el que pasan cada día cientos de miles de personas, 250.000 sólo en el metro, es en realidad un rincón bucólico donde pasear al perro mientras oyes cantar a los mirlos].
A la izquierda madrileña tampoco le gusta Madrid Nuevo Norte ni su unión con las Cinco Torres para la creación del distrito financiero de Madrid, que será el 22º de la ciudad. No le gusta el impacto de 15.200 millones de € que tendrá en el PIB nacional, ni los 350.000 empleos que creará (50.000 de ellos fuera de Madrid), ni los casi 6.000 millones de € de recaudación fiscal que se agenciarán las Administraciones públicas.
La izquierda cree que Madrid debe competir con Guadalajara o con Toledo, pero no con la City de Londres, con el Distrito Financiero de Frankfurt o con La Défense de París. La izquierda madrileña te pide que pienses "a lo grande", pero se refiere a que plantes tomillo en la maceta del perejil.
La izquierda madrileña cree que Madrid debe atenerse a su lugar en la jerarquía internacional, que es el que dicten para ella los de la boina periférica. Y si la niña se empodera, se la devuelve a la cocina a cinturonazos de armonización fiscal, no sea que los españoles vislumbren en Madrid lo que podría ser una España libre del yugo cantonal.
En realidad, nadie ha comprado con más entusiasmo la leyenda negra madrileña que la izquierda capitalina. Una izquierda que sería más feliz viviendo en una aldea de provincias de lo que lo será nunca en Madrid. Por eso intenta que Madrid se parezca a una aldea de provincias en vez de lo contrario, que sería lo civilizado y lo civilizacional.
La izquierda no ha comprendido ni comprenderá jamás Madrid porque la izquierda, en España, no huye de ningún lado y es por tanto incapaz de valorar su actual condición de ciudad-refugio. De Mayflower de todos los españoles. Porque Madrid es hoy el México DF de 1942, la Colonia de 1965 y el Perpignan de 1972 para los españoles de 2022 que huyen de la Cataluña de 1714, del País Vasco de 1890 y de la España de 1936.
La historia, sí, produce estas paradojas.
La izquierda madrileña cree que Madrid debería ser una ciudad media y mediana, de ambiciones rasantes y vuelo gallináceo, de huertos urbanos y talleres artesanos autogestionados. Una ciudad antifascista y por lo tanto anticapitalista, hostil a la economía financiera, pero cuyas cajas públicas financien generosamente los "proyectos de vida" de sus ciudadanos, aunque estos consistan en vivir sin dar un palo al agua. Una ciudad con una economía de intercambio africana pero en la que el dinero fluya desde el Ayuntamiento hacia los ciudadanos como si esto fuera Luxemburgo.
La izquierda madrileña no ha digerido bien que Jim Kenney, el alcalde demócrata de Filadelfia, compareciera frente a la prensa para alabar la seguridad de las calles de Madrid tras un tiroteo en su ciudad. Y enfundado en una camiseta del Real Madrid.
Y no lo ha digerido bien porque esa seguridad es la prueba de que algo se está haciendo mal en Madrid.
El alcalde de Philadelphia, @JimFKenney ante el aumento de violencia en su ciudad, diciendo que Madrid es maravilloso y que puedes andar por la calle a la una de la mañana. Y lo dice encima con una camiseta del Real Madrid puesta.
— Ismael Sirio López Martín (@ismaelquesada) July 5, 2022
Madrid, un ejemplo para el resto del mundo. pic.twitter.com/UUezW0pclx
En las ciudades diversas, como Bruselas, o Marsella, o Estocolmo, lo democráticamente sano es la existencia de barrios en los que no se atreve a entrar ni un mercenario de Blackwater. Lo sano es ese clima tóxico de guerra civil urbana que demuestra que el racismo sólo se cura confirmando todos los prejuicios que lo generan.
A la izquierda madrileña le gustaría que Madrid se pareciera a Barcelona en su suciedad, sus tasas de criminalidad tercermundistas, su abandono, sus terrazas delimitadas por palés y vomitonas, su decadencia económica y su chabolismo urbano. Aunque sin playa, porque no todo van a ser cosas buenas.
La idea de la izquierda sobre una sana competencia entre las ciudades de Barcelona y de Madrid es la de dos ratas peleándose por un churro vegano.
A la izquierda madrileña también le suele gustar ese París que disfruta de todas las miserias de Barcelona, aunque en su versión premium. Lo llaman París, pero no es ya más que un suburbio delincuencial que hace metástasis desde hace décadas sobre el París aristocrático de 1804. Ese del que sólo disfrutan ya las élites internacionales que lo visitan sin alejarse mucho de la ruta que une el Nolinski con L'Ambroisie.
A la izquierda madrileña también le gusta la tesis de la socialista Anne Hidalgo de una ciudad a 15 minutos. Es decir, la de que cualquier parisino debe disponer de todos los servicios esenciales a sólo 15 minutos a pie de su casa con el objetivo de regresar a un "modo de vida sostenible" en el que el ciudadano no se identifique ya con la ciudad en su conjunto sino con "la comunidad de afectos" de su barrio.
En otras palabras, a la izquierda madrileña le gusta la idea de un París convertido en una amalgama de docenas de pequeños burgos desconectados entre sí y de los que no sea necesario salir jamás. Juderías modernas, segregadas por clase social, y en las que los habitantes de los barrios privilegiados, en nombre de "lo local", no se crucen nunca, ni siquiera por error, con los de los barrios miserables. No digamos ya con los habitantes de las banlieues de la periferia de París. ¡Y allá tú si coges el metro!
A la integración por la segregación clasista. O algo así.
A la izquierda madrileña no le gusta Madrid porque su condición de cruce de caminos, de ciudad de paso en la que te quedas a vivir, de ciudad orgánica y vacunada contra el diseño "inteligente" del sector público, contradice su visión de este país como una república de pequeñas aldehuelas obsesionadas con el folclore localista y segregadas en función de atávicas fantasmagorías provincianas. Para la izquierda madrileña, España debe ser "un país a 15 minutos" en el que un tipo de Lugo no se cruce jamás no ya con uno de Cádiz, sino con uno de La Coruña.
Y eso sería España si no existiera Madrid, que es el nudo gordiano con cuya espada sueñan todos nuestros fascistas nacionales.
Madrid es el Unabomber de esa visión atomizada y deconstruida de la sociedad que glorifica la comunidad ratonil y asfixiante de "lo propio".
Una visión atomizada y deconstruida que ha actualizado el aislacionismo del franquismo y lo ha adornado con palabras que significan exactamente lo contrario (diversidad, multiculturalidad, pluralismo).
Una visión atomizada y deconstruida en la que Madrid, la única ciudad de España que no se acaba de creer a sí misma (aunque es probablemente la única que merecería y debería hacerlo), no encaja ni a tiros.
La izquierda madrileña, como esas empresas que no soportan a sus clientes porque los querrían más posmodernos y progresistas y hormonados y solitarios, no soporta Madrid y a los madrileños. Pero sobre todo no soporta a aquellos que no lo son y que llegan a Madrid para deshacerse del pesado y pueblerino fardo de su catalanidad, o de su vasquidad, o de su asturianidad. La izquierda madrileña sería feliz vaciando Madrid de madrileños como la izquierda española sería feliz vaciando España de españoles y sustituyéndolos por ciudadanos Corporate Memphis. Es decir, por seres planos, corporativos y homogéneos por fuera, pero rellenos de chatarra identitaria por dentro.
Y mientras esa izquierda sueña con decrecer Madrid e igualarla por el extremo inferior de las métricas con las ciudades españolas que ya ha decrecido hasta el punto de la irreparabilidad, la capital sigue su camino como ciudad-Estado a la que todos quieren venir para vivir e invertir, que es esa doble condición mágica de la que hoy disfrutan muy pocas ciudades internacionales.
Lo que jode, en fin, es que la liga de Madrid ya no es la de Mordorcelona, una ciudad de provincias, pero sobre todo de provincianos, cuya propaganda extiende cheques que su deprimente realidad no le permite pagar. En el Madrid de hoy todas las promesas se pagan al contado porque a su futuro los madrileños están llegando limpios de polvo, paja, ideología y complejos. Es decir, libres y prósperos.