No, claro que no sería un cambio justo. No podría serlo.
Porque no es lo mismo una jugadora de baloncesto que un “mercader de la muerte”. Y porque no es lo mismo una condena rusa por llevar un poco de aceite de cannabis en la maleta que una condena estadounidense por tráfico de armas.
Pero es que iguales sólo lo somos ante Dios y un poco ante la ley. En su ausencia, en sus afueras, y especialmente en una guerra como esta, más o menos templada, somos, a lo sumo, intercambiables. Y aquí manda el mercado, no la justicia.
Y en el mercado el intercambio es posible porque las cosas son distintas en valor y en naturaleza. Y por eso, porque las valoramos distinto, podemos cambiar una cosa por otra y salir todos ganando y tan contentos. Podemos preferir un iPhone que los 1000€ que cuesta. O a Brittney Griner en casa que a un maldito asesino ruso entre rejas.
Porque aquí fuera, en el terreno del realismo político y de la guerra de propaganda, los hombres tienen precio y valen tanto como representan.
Por eso no son lo mismo y por eso son intercambiables una jugadora de baloncesto estadounidense, negra y lesbiana, para más inri, y un “mercader de la muerte”. E iba a decir que ni hecho aposta. Pero es que con Putin nunca se sabe y seguramente esté hecho aposta.
Porque ha tenido que ser ella la condenada para que a Biden y a buena parte de la opinión pública, americana y diría que occidental, se le haga insoportable la injusticia de su situación y relativo el heroico principio de no negociar con terroristas.
A nosotros nos parece intolerable ver o incluso imaginar a Griner en una prisión rusa por viajar con un poquito de aceite de cannabis. Y Putin finge intolerable que los demás países se defiendan de él y de sus sicarios. Porque cada régimen se define por los ídolos que encumbra. Y no hace falta decir mucho más.
Pero es en esa discrepancia y en esa teatralización de las diferencias políticas, culturales e incluso civilizatorias que hace ahora el régimen ruso, donde se entiende el intercambio y su perversa lógica propagandística.
El intercambio de prisioneros nos remite a una lógica de guerra, que es donde halla su sentido, y especialmente a su fin, porque en realidad es allí se asume que todos han hecho más o menos lo que debían, que era lo mismo, y que lo han hecho más o menos por los mismos motivos aunque con distintas excusas, nacionales o ideológicas.
Pero esto ahora es imposible de asumir. Y es imposible, por lo tanto, asumir la justicia de ningún intercambio con el gobierno de Putin. Para empezar, porque cualquier condenado en Rusia debe ser considerado inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y por eso, toda apariencia de igualdad entre los presos, que es una apariencia de igualdad entre los regímenes, es una victoria de Putin y de su propaganda de guerra.
También por eso suele decirse que no hay que negociar con terroristas y secuestradores. Que no hay que pagar rescates para no incentivar secuestros y que toda negociación con ellos que no les sea en realidad una trampa mortal es ya una cesión, y por lo tanto una derrota. Por eso se repite que no se negocia con terroristas incluso cuando se negocia a escondidas. Y por eso esta negociación, tan pública y tan cruda. Y por eso este cambio de política de la administración Biden, se ve y tiene que verse como una señal de debilidad. Y, por lo tanto, como una derrota.
Es una debilidad comprensible, porque es la debilidad fundamental, existencial, del Estado moderno, que justifica su existencia y sus impuestos y decretos leyes en el principio de protección. Al menos, de la vida de los ciudadanos. Pero es una debilidad que nuestros enemigos no pueden dejar de aprovechar siempre que pueden.
Se ve bien claro aquí, cuando se intenta el cálculo de cuántos inocentes justificarían la liberación de un culpable de los peores. Porque en el fondo de nuestro sistema garantista y de su presunción de inocencia está la convicción de que más vale un culpable suelto que un inocente preso. Y, sin embargo… ¿cuántos inocentes nuestros vale un culpable de Putin?
Sabemos que este uno por uno no sería suficiente. Que no está bien intercambiar una inocente americana por un culpable ruso. Y tampoco tres inocentes. Ni mil. Que no es cuestión de cantidad sino de calidad. Y de la calidad, en el fondo, de la propaganda. De lo útiles que sean unos y otros y su liberación para ganar una guerra que nosotros, con Estados Unidos, en principio, no estamos luchando.
Este es, por lo tanto, un intercambio en el que Putin saldrá mejor pagado y una batalla que sólo él puede ganar. Entre tantas otras cosas, porque él es el único que puede hacer los cálculos en limpio. Porque soltar inocentes es siempre más barato que soltar culpables y porque comerciar con la vida y la libertad de los hombres y de sus ciudadanos es lo suyo. Es su política, son sus principios y es su estrategia (y su conveniencia).
Putin ganará esta batalla, simplemente, porque no puede perderla. Es el tipo de lujo asiático que los autócratas pueden permitirse y los demócratas no.
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