Vamos a jugar a la Guerra Civil en una versión menos cruel que la original. En una versión, de hecho, que aspira a evitar todas las Guerras Civiles del futuro.
Dividamos primero España en tres partes exactamente iguales.
Obviemos el factor geográfico y el de los recursos naturales suponiendo que a cada una de esas partes le corresponde una proporción similar de sol, viento, playas, ríos y montañas.
Supongamos también que a cada una de las tres partes le corresponde un tercio de los 700.000 millones en gas que los expertos aseguran que atesora el subsuelo español. Es decir, 233.333 millones de €.
Apliquemos el mismo criterio a los 140.000 millones en petróleo de los que dispone España hoy. Hagamos lo mismo con el resto de recursos naturales.
Y, por supuesto, hagamos lo propio con el PIB y la deuda y el patrimonio histórico. Todo repartido salomónicamente en tres partes exactamente iguales.
Hagamos, en resumen, tabla rasa de la España actual.
[Por cierto, aquellos a los que interese saber cómo la geografía determina el destino de las naciones tanto o más que la política y la tecnología, que lean La venganza de la geografía, de Robert D. Kaplan]
Luego hagamos que en cada una de las tres partes impere un régimen distinto. En la primera, un régimen que aúne socialismo, comunismo y nacionalismo (periférico).
En la segunda, un régimen que aúne la derecha clásica, el conservadurismo y el nacionalismo (nacional).
En la tercera, un régimen liberal.
No nos hagamos trampas al solitario. No supongamos para nuestra España preferida las mejores promesas de nuestra ideología y para las otras dos Españas la peor de las realidades de las ideologías que aborrecemos. Supongamos una aplicación honrada y coherente de las principales tesis políticas de cada una de esas ideologías. Supongamos además una aplicación de esas tesis "en su justo término medio".
Es decir, supongamos que en la España socialista el Estado controla férreamente los medios de producción. No tanto como desearía Podemos, pero más de lo que desearía el PSOE. Supongamos que la presión fiscal es alta o muy alta, que la política respecto a la inmigración es de puertas abiertas, que la política energética se basa casi exclusivamente en energías renovables y que las políticas públicas están fuertemente condicionadas por las tesis feministas, ecologistas e identitarias, además de por las teorías pedagógicas del posmodernismo.
Supongamos finalmente que esa España está fuertemente federalizada.
Supongamos que la España conservadora está por su parte un poco menos centralizada de lo que desearía Vox, pero más de lo que desearía el PP. Que las "regiones" de esa España ejecutan la gestión de algunas competencias menores, pero que no disponen del poder político para decidir sobre ellas. Que el aborto está prohibido salvo en casos extremos. Que las políticas económicas son relativamente proteccionistas, que las empresas dependen en buena parte de su proximidad al poder político, y que la presión fiscal es menor que en la España socialista, pero mayor que en la liberal.
Supongamos además un sistema educativo tradicional, meritocrático y jerárquico, y una política sanitaria de financiación pública, pero de ejecución privada.
Finalmente, supongamos que en la España liberal se aplica el programa defendido por Ciudadanos o por el sector más liberal del PP. Supongamos, para no extendernos demasiado, que esa España liberal está diseñada con el equilibrio justo para que se sientan tan a gusto en ella Luis Garicano como Daniel Lacalle, Inés Arrimadas como Isabel Díaz Ayuso, y Cayetana Álvarez de Toledo como Esperanza Aguirre. Supongamos, en fin, una mezcla de Singapur, Irlanda y el Hong Kong de los años 90.
Bien. Vayamos ahora al segundo paso.
Supongamos que esos regímenes son inamovibles. Que no existe la democracia en ellos. Que la España socialista será siempre socialista. Que la España conservadora será siempre conservadora. Y que la España liberal será siempre liberal.
La idea es que los líderes de esos regímenes no se vean obligados jamás a "negociar" con la realidad o a aguar sus políticas. Precisamente porque su condición de líder no depende del voto de los ciudadanos.
Pero esto es lo más importante de todo.
Una vez dividida España en esas tres partes, los españoles deberán escoger libremente en cuál de las tres vivir. Pero sin que exista la posibilidad de arrepentirse de la decisión y cruzar la frontera hacia alguna de las otras dos Españas.
Supongamos que un rayo desintegrador atómico (esto es una fantasía y por lo tanto podemos jugar con elementos absurdos) fulmina al instante, sin juicio ni leches, a quienes intentan escapar de una España para instalarse en algunas de las otras dos.
Supongamos, finalmente, que la decisión de los españoles de hoy se aplica a toda su descendencia. Si la familia Gutiérrez opta por la España socialista, todos los Gutiérrez serán, por siempre, socialistas. Si la familia Pérez opta por la España conservadora, todos los Pérez serán, por siempre, conservadores.
Lo que pretendemos evitar con esta cláusula del juego es el 'efecto Echenique'. Es decir, el que lleva a tantas personas en la vida real a huir de la miseria de su país hacia un país más próspero… para acabar intentando implantar en este las mismas políticas que generaron la miseria de la que huían en un primer momento.
Es decir, tiene el sentido de evitar la generalización de la pobreza a manos de aquellos que aspiran a sacar rédito de la ruina ajena. Porque en este juego se vota con los pies y uno asume de forma total las consecuencias de sus decisiones.
¿En qué España decidirían vivir ustedes?
Una maquiavélica intuición me dice que nos llevaríamos muchas sorpresas con la elección de muchos personajes públicos de este país.
Un inciso. Recordemos esa tesis que dice que las sociedades civilizadas del siglo XXI han llegado a un consenso básico. A un pacto social "tácito". Ese en el que el socialismo acepta el libre mercado por su capacidad para generar riqueza y el capitalismo acepta a cambio las políticas redistribuidoras del socialismo por su capacidad para generar bienestar social.
No es de extrañar que esta tesis sea la preferida de la socialdemocracia. "Nosotros reconocemos que el socialismo no sabe generar riqueza, pero nos arrogamos el derecho de redistribuir el producto de esa riqueza, porque redistribuir sí que sabemos".
Pero ¿cómo sabe alguien que reconoce ser incapaz de producir prosperidad que esa redistribución no está perjudicando, precisamente, la creación de riqueza que le permite a él redistribuir?
Un poco ventajista esta versión "pactista" de la fábula de la gallina de los huevos de oro, ¿no creen?
¿Qué creen qué ocurriría en cada una de esas tres Españas? ¿Cuál caería antes en la miseria? ¿Cuál de ellas crecería exponencialmente? ¿Cuál derivaría antes en una dictadura? ¿Cuál reventaría primero por los conflictos internos? ¿Cuál sería más libre? ¿Cuál sería más igualitaria en la pobreza y cuál más desigual en su riqueza? ¿Cuál regalaría antes su soberanía? ¿Cuál regalaría antes sus recursos a potencias extranjeras?
¿Mi apuesta?
La España socialista estaría deshabitada. Los que hoy se definen como de izquierdas, a la vista de la imposibilidad de hacerse un Echenique a posteriori, escogerían la España liberal e intentarían convertirla en la socialista a la fuerza a pesar de haber rechazado esa opción, jodiéndonos la marrana a los pocos liberales que quedamos en este país. A los doce.
Y las carcajadas de la España conservadora se oirían hasta en Helsinki.