De entre las muchas tragedias que los humanos somos capaces de concebir, siendo tal vez la más increíble la de asfixiar nuestro propio planeta debido a un comportamiento infausto, destaca la capacidad de provocar guerras, primero, y la de causar dolor de forma gratuita, después, por el mero hecho de hacerlo.
De las guerras sabemos mucho, ya, y lamentablemente las tenemos presente por culpa de la invasión rusa de Ucrania, que se ha convertido en un nuevo campo de batalla que amenaza, mientras siguen muriendo civiles cada día, con una profunda transformación del orden mundial. Una metamorfosis internacional que acabará produciéndose, pero de la que aún desconocemos sus características principales. Esas que soportarán el nuevo escenario que albergará a la humanidad.
Del dolor gratuito que somos capaces de provocar al prójimo ha habido muchos ejemplos lamentables. Uno de los episodios más sangrientos en este sentido se produjo durante la última dictadura en Argentina (1976-1983), y lo recoge de un modo riguroso y excepcional la película de Santiago Mitre Argentina 1985. El juicio a las juntas militares que durante siete años sembraron el terror de Estado en su país constituyó un hecho histórico de magnitudes universales: por vez primera, el poder civil juzgaba al militar.
Hasta entonces, las democracias recién consolidadas solían transigir con lo que había sucedido los años previos, sin apenas exigir responsabilidades a quienes habían conducido a la nación a un laberinto de conductas tan injustas y arbitrarias como a menudo imperdonables. Al menos, desde el punto de vista moral, porque desde el estrictamente jurídico las democracias parecían contentarse con su débil existencia, prefiriendo no mirar atrás, quizá para no tener que analizar o posiblemente juzgar nada. Algo así sucedió en Sudáfrica, en Chile o en Portugal, por nombrar solo tres casos.
Algunos filmes tienen una utilidad que va mucho más allá de su talento cinematográfico, y resultan imprescindibles para una generación que se va olvidando (o que nunca supo) de lo que pasó, no hace tanto tiempo, en lugares como Brasil, Cuba o Paraguay.
Stroessner, Pinochet, Castro, Somoza, Trujillo. Son nombres que ya no generan sensación alguna a muchos jóvenes. Y es bueno no olvidarlos, ni sus nombres ni sus biografías, para no repetirlos. Como expresa el fiscal Julio César Strassera en el juicio a los nueve militares enjuiciados, para que no ocurra “nunca más”.
Ricardo Darín, que encarna a Strassera, completa uno de sus trabajos más sólidos y también más emocionantes, dotando al fiscal del heroísmo que logró al acusar, en medio de múltiples amenazas, a Videla, Massera y los demás. Pero reflejando también los miedos de un ser humano que acaba de ver cómo en su país desaparecían miles de individuos sin que jamás se les pudiera encontrar. Se estima un número de 30.000 desaparecidos.
Aún hay dictaduras en el mundo, como son Corea del Norte, Eritrea o Cuba. Según la unidad de Inteligencia de The Economist en su informe de 2020, la mitad de la población mundial vive en un sistema democrático, y solamente el 8,4% reside en lo que la publicación británica considera una democracia plena. Los humanos necesitamos muchos Strasseras para convertir este mundo en uno más justo, para alejarnos de toda esa barbarie que nosotros mismos somos capaces de provocar, quizá para nuestra propia sorpresa.