Concluye este domingo el polémico Mundial de la Vergüenza con una final previsible, tres periodistas fallecidos en extrañas circunstancias, un último migrante muerto en un estadio, y una selección que acapara el reconocimiento de todos, la de Marruecos.
Qatar tal vez logró su objetivo de convertirse en la capital deportiva del mundo durante un larguísimo mes, pero apenas ha conseguido transmitir la idea de tolerancia y modernidad que pretendía. Todavía menos lo ha logrado cuando se ha conocido, estos días, el enredo corrupto surgido en el Parlamento Europeo, con este país como gran responsable de sobornos a políticos de la Eurocámara para influir en sus decisiones.
El estallido del escándalo en Bruselas, con la caída de la vicepresidenta Eva Kaili junto a la de su pareja, Francesco Giorgi, y la del representante de los trabajadores frente a la UE, Luca Visentini, oscurece las expectativas de un final del evento qatarí suave y más o menos feliz. Y eso que el Qatargate no ha hecho más que empezar.
El Mundial de fútbol es, con los Juegos Olímpicos, el mayor escaparate posible para un país que quiere transmitir una imagen determinada. Pero al mismo tiempo también es una palanca para mostrar lo contrario, si la nación organizadora soporta reprobaciones constantes que le gustaría ocultar.
Qatar tiene, sin duda, un problema con la observancia de los derechos humanos; con el espacio de la mujer dentro de sus fronteras; con la situación laboral de los migrantes que ha utilizado para, precisamente, poder presentar al mundo unas construcciones arquitectónicas sublimes que reflejen el perfil moderno e innovador que ha intentado proyectar.
La muerte del joven keniata John Njau Kibue, que cayó de una altura similar a un octavo piso tras el partido de cuartos de final entre Argentina y Países Bajos en el estadio, mientras trabajaba, como antes la de otro trabajador filipino, recuerda las difíciles condiciones a las que se someten los migrantes extranjeros. El diario británico The Guardian publicó que habían muerto más de 6.500 trabajadores durante la preparación de este Mundial.
Resulta improbable que, si concurrieran exigencias claras respecto del historial de los países organizadores, Qatar hubiera sido elegido sede de este Mundial. Quizá algún día sepamos, exactamente, por qué todas las competiciones nacionales del mundo estuvieron de acuerdo, por vez primera, en detener su calendario, siempre tan exigente, para acoger un mundial en otoño.
La selección marroquí ha hecho historia en este campeonato. Nunca un equipo africano había llegado a semifinales de un mundial de fútbol. Derrotó a dos candidatos al premio final, como España y Portugal, y sólo cedió, tras una gran batalla, ante el vigente campeón, Francia. Para un país con escasa capacidad económica y tan limitado historial futbolístico, la proeza realizada resulta colosal.
Nunca debió celebrarse este mundial en Qatar. A su conclusión, el emirato no sale tan reforzado y victorioso como esperaba. Si un país lo ha aprovechado al máximo, ese ha sido, sin duda, Marruecos.