La última vez que vi a Borja Sémper supe que iban a matarle. Me felicité de que fuera en sentido figurado. Ahora que ha vuelto a entrar en política nadie quiere ponerle una bala en la nuca. Entre uno y otro debut apenas han pasado treinta años. ¡Hemos avanzado mucho!
Fue en Zaragoza. Habíamos ido a hacer el programa de Carlos Alsina. Él, su sección con Eduardo Madina. Eduardo no había podido viajar. Y allí andaba Sémper, solo, dejando pasmado a más de uno, a todos aquellos que creían que "Sémper y Madina" eran como "Ortega y Gasset", una sola persona.
Estaba Sémper sentado en primera fila, escuchando la entrevista que Alsina le hacía a Javier Lambán. No se puede meter a Sémper en ningún sitio con público. Las dos señoras que tenía detrás se debatían entre la entrevista y su cara de guapo. Una de ellas, que acabó al borde del estrabismo, corrió a por el ex del PP para pedirle que le firmara un libro.
Sémper miraba a Alsina y Lambán como el que mira una de esas prórrogas que por desgracia suele ganar el Madrid. Miraba con unas gafas de pasta que habrá que ver si se atreve a mantener en calidad de portavoz de un partido conservador. Borja miente cuando cuenta que le gusta más el fútbol que la política. Entregaría la Liga a cambio de un gobierno de Feijóo.
Le dije: "¿Qué tal, Borja?". Él ya sabía a qué me refería con "qué tal". En realidad, todos los que le hemos preguntado a Borja "qué tal" en los últimos dos años nos referíamos a "¿vuelves o no?". Me respondió algo así (no utilizo comillas porque no sabía que acabaría escribiéndolo): "Vivo de puta madre y me lo estoy pasando muy bien, pero la política me pone demasiado".
En esa segunda parte de la respuesta estaba su regreso. Pero yo no vi nada. Ni siquiera insistí. ¡Cómo iba a ver algo si me había levantado a las 5:00 de la mañana! Borja también había dormido poco, pero tenía mejor cara que yo pese a sus 15 años más.
Luego, ya en el tren, cuando lo procesé, dije: "A ver si a este tío le gusta la política tanto como parece y se va a suicidar antes de que acabe la puñetera dinámica de bloques". No, no era posible, ¿cómo iba a estar tan loco? Pero lo está.
Borja ha dejado su puesto como director de relaciones institucionales en EY para convertirse en portavoz de la campaña del PP. No sé cómo es trabajar con Alberto Núñez Feijóo, pero sí sé que el ya exjefe de Borja, Federico Linares (presidente de EY), es un tío cojonudo. También sé que le pagaba mucho más de lo que le va a pagar Feijóo. Y todos sabemos que, de aquí a unas semanas, a Borja le habrá salpicado ese barro del que se compone la política hoy. Esa es su muerte anunciada. Y él lo asume.
Pero, más allá del factor ego (tan a tener en cuenta en el sector político-periodístico), hay algo que puede redimir el sacrificio de Sémper. O por lo menos otorgarle un resquicio de racionalidad: su condición de ministrable una vez Feijóo acceda al poder.
Sémper (me juego un brazo a que esto está en la cabeza de Feijóo) podría ser un ministro de Cultura bien considerado. Más leído que la media de su especie, amante de todas las disciplinas, inquieto. Y, fundamental, no genera un rechazo visceral en las élites del gremio, tradicionalmente progresistas. Hasta escribe poesía en sus ratos libres. ¡Poesía! ¡Pero qué racionalidad! Está totalmente loco, Sémper.
Su acceso al poder, al verdadero, al que escribe el BOE, es, seguro, la ambición última de este salto que podría parecer al vacío a ojos de la mayoría. Porque si de algo tenía ganas Sémper últimamente es de hacer políticas públicas, de "cambiar las cosas" en el sentido más pleno de la expresión.
Porque influir ya influía. Ser portavoz de la oposición es como ser lo que era: director de relaciones institucionales de una gran empresa. Se influye mucho, pero la potestad del cambio la tienen otros. Ahora se embarca en un proyecto con la esperanza de que esa vara de mando recaiga en su equipo.
El poder tiene un precio para (casi) todos. Hay muy pocos ministros que llegan a mesa puesta. En tierra de Sémper suele decirse eso de "si quieres peces, tendrás que mojarte el culo". Ha llegado ese momento. La muerte anunciada de Sémper sólo puede comprenderse con una probable resurrección. Morir como estandarte de la moderación absoluta para resucitar ministro.
Así morimos todos, en realidad. Los más ateos también. Con la esperanza de que, al cerrar los ojos, volvamos a abrirlos en un lugar mejor. Sémper no cree en Dios, pero refiere la cultura judeocristiana como la más valiosa de las conocidas. Su último gesto es el de un apostólico romano de la política.
Ya lleva unos párrafos siendo Sémper. Ha muerto Borja, lo hemos enterrado en una isla. Y Sémper está tras las líneas enemigas. Vamos a por ti, Sémper. Nos hemos dado cuenta. Las hojas te temblaban en las manos cuando fuiste a colocarlas en el atril.