Hace un par de años me dediqué a estudiar con cierto detenimiento el caso de Greta Thunberg. Quería conocer sus ideas y su historia familiar. Quería, también, entender qué proyectábamos como sociedad al convertir a una niña diagnosticada con síndrome de Asperger, autismo de alto funcionamiento y trastorno obsesivo-compulsivo en una profeta o un anticristo de nuestros tiempos.
Quien esté interesado en el tema puede empezar por leer Cambiemos el mundo, una recopilación de sus discursos. Y también Nuestra casa está ardiendo. Una familia y un planeta en crisis, donde Malena Ernman, la madre de Greta, narra la historia de cómo su hija se convirtió en una líder global contra el cambio climático.
Lo que saqué en claro de esas lecturas fue que, por un lado, Greta Thunberg es una niña con unas condiciones psiquiátricas no menos auténticas que sus preocupaciones ecológicas. Estas últimas expresadas de la manera que sus rasgos de personalidad le permiten.
Más cuestionable me pareció el discurso de la madre, que aprovechaba la historia familiar para elaborar una especie de hagiografía de su hija con evidentes fines publicitarios.
Por otro lado, me sorprendió ver que Greta despertaba un rechazo visceral que impedía a sus más feroces críticos captar las líneas más interesantes de su pensamiento. Por ejemplo, la rabia que expresaba no tanto hacia a los políticos y multimillonarios negacionistas del cambio climático, cuyo máximo representante fue Donald Trump durante su mandato presidencial, sino contra Barack Obama, Emmanuel Macron, los filántropos de Hollywood y los burócratas ambientalistas. Toda la élite progresista que hacía greenwashing mientras seguía viajando en aviones, con el mismo ritmo de vida consumista y contaminante de siempre.
El tiempo pasó, vino la pandemia del coronavirus y Greta se hizo mayor de edad. Un reportaje de enero de 2021 la mostraba alejada del activismo público, viviendo sola, estudiando y, sobre todo, con una nueva y gran sonrisa. La profeta del apocalipsis climático se estaba permitiendo ser una muchacha joven como cualquier otra.
Hasta esta semana, en que Greta Thunberg ha vuelto a ser noticia a su paso por Alemania, donde ha participado en distintas protestas. La más sonada fue la de Garzweiler, una mina a cielo abierto de donde Thunberg, junto a unos 70 activistas más, fue desalojada a la fuerza.
Al menos, es lo que se veía en el primer video, cuando fue cargada por varios policías para sacarla de la zona del conflicto. Poco después circuló otro video donde se mostraba el muy civilizado preparativo de cámaras antes de proceder a su supuesto desalojo violento.
Making-of pic.twitter.com/BOhzUpfZbL
— Philmore A. Mellows (@PhilAMellows) January 18, 2023
Tanto en el behind the scenes como en el momento de la filmación del traslado, Greta sonríe con la arrogancia de quien se sabe, en esos momentos, el centro del mundo. Las imágenes, debo decirlo, me parecieron un tanto grotescas. Ese rostro todavía infantil, con su mueca adolescente, en un cuerpo de una mujer que ya tiene 20 años, y que no se sabe si está protestando o actuando.
Lo más probable es que en este asunto, aquello que de grotesco o de glorioso tengan sus actitudes, sea lo de menos para la propia Greta. Para su familia, su fama fue una válvula de escape y una solución perfecta al descalabro psicológico que estaban viviendo puertas adentro con sus dos hijas. Porque Beata, la hermana menor de Greta, también fue diagnosticada con diversos trastornos neuropsiquiátricos (TDAH, Asperger, TOC y Trastorno negativista desafiante).
Una muy difícil situación que la madre resignificó en su libro como un síntoma doméstico de un desorden planetario (el calentamiento global) en el que su hija cumplía la función de un Mesías: "Greta ha sido diagnosticada, pero eso no excluye que sea ella quien lleve razón y que todos los demás estemos totalmente equivocados", escribió.
Para muchos líderes políticos, empresariales, mediáticos y tecnológicos, Greta ha sido también de gran ayuda. Les ha permitido cargar sobre sus hombros menudos las reflexiones, las estrategias, las decisiones y los errores que, en materia ambiental corresponden a los adultos.