La huella sonora de Rick Rubin (Nueva York, 1959) no se escucha en estéreo, ni suena en mono, ni tampoco en biaural, es tridimensional. Rubin fue el primero en demostrar que a las audiencias de consumidores blancos norteamericanos se les podía vender rap -colocó el disco de los Beastie Boys Licensed to Ill en los primeros puestos de las listas de ventas en 1986- (9 millones de copias solo en Estados Unidos).
Durante décadas ha sido el productor discográfico de moda y si dejamos al argentino Bizarrap aparte, el trono sigue en sus manos. ¿En qué consiste el trabajo de un productor discográfico? La pregunta provoca cientos de respuestas y casi todas son correctas. El productor discográfico es el responsable de que lograr que un puñado de canciones conecte con las audiencias finales y que tengan éxito, que den dinero.
Según la personalidad del productor, y su formación, y también las necesidades del artista, el trabajo puede limitarse a dar forma sonora a un disco, o llegar hasta la contratación de la discográfica, la organización de giras, la representación y todo lo que uno se pueda imaginar. Rubin, en treinta años de carrera, ha experimentado con todos los géneros, desde el heavy metal de Slayer, al rap blanco de Eminem, la resurrección acústica de Johnny Cash (im-pres-cin-di-ble), el funk limpio de los Red Hot Chili Peppers, el Ballbreaker de AC/DC o las últimas grabaciones de Adele. No se puede entender el éxito del Nu Metal, la reinvención del heavy en los 2000, sin él porque a lo que Rubin le gusta es cruzar lo limites, pero… ¿Es Rubin un productor capaz de grabar a cualquier artista? Parece que si, pero solo si le gustan.
Con su imagen de cazador de osos grizzly (ursus arctos horribilis), sus ojos azul caribe y su casa en Malibu, hace años que Rubin se ha convertido en algo más que un productor, es un gurú. Alguien que te dice si te cocó con mi varita mágica cambiará tu vida artística. La historia de la música popular tiene muchos casos de productores iluminados y a Rubin luz parece sobrarle.
¿En qué momento se produjo la transformación? Aunque pueda parecer que fue con el éxito planetario de los Beastie Boys (muy recomendable el documental que ofrece Apple en su plataforma), no sucedió hasta la resurrección de Johnny Cash. Rubin convenció al mito del country de que aun tendría éxito. Ni el propio Cash, cuya timidez es conocida, se lo creyó en un primer momento. Rubin le hizo enfrentarse a un manojo de clásicos, -su Personal Jesus de Depeche Mode es historia- puso la voz aguardentosa de Cash en primer plano y tan solo una guitarra. El resultado de American Recordings, su trigesimoséptimo álbum (1994) además de devolver a Cash al Olimpo del que nunca debió salir nos hizo fijarnos en Rubin. Grabaron siete discos juntos. ¡Este tipo vibra con algo más que con el rap de Brooklyn!
Su figura empezó a crecer, y su cuerpo a engordar. Y Rubin, siempre barbado, ocultó el mentón con unos pelos largos a lo papa Noel, y se puso a meditar. Ahí nació el gurú, capaz de escuchar entre líneas.
El siguiente paso fue limpiar el sonido de los Red Hot Chili Peppers, la guitarra de John Frusciante (52) empezó a sonar en los discos, limpia, cercana, próxima, como las viejas guitarras que nos emocionar en los cincuenta, las de los Shadows, la de Les Paul, la de Mark Knopfler en los primeros Dire Straits. Y el funk regresó a las fiestas con Give it Away. Fue entonces cuando nació el Rick Rubin productor del “menos es más”. ¿Cuánto tuvo que ver el minimalismo sonoro de Rubin con su veganismo y la meditación? Parece que mucho. Mientras en las plataformas conviven dos series sobre el maldito final de Phil Spector ya se está preparando una serie sobre las andas de Rubin.
Rubin acaba de publicar su primer libro The Creative Act: A Way of Being (El Acto Creativo, una forma de ser 432 páginas) y el legendario programa de la CBS 60 minutos se ha fijado en él rodándolo en su estudio de grabación en Malibú, California, frente al océano Pacífico, sobre las colinas de Zuma, bautizado en honor de la utopía Himalaya, Shangri-La. Escrita con la ayuda del periodista de Rolling Stone Neil Strauss, no espere el lector encontrar un rosario de anécdotas porque se trata más bien de pequeñas reflexiones -el libro está organizado en 78 capítulos breves- sobre que significa ser un artista en estos tiempos en los que cualquiera pueda acceder directamente a los canales de distribución y colgar su obra sin intermediarios. Sin la necesidad de un productor.
Para Rubin, cofundador en 1984 del sello neoyorquino de rap Def JAM, que apenas sabe tocar la guitarra y poco más, criado en un instituto interracial de Nueva York, nunca antes la definición de mente creativa estuvo tan desdibujada. Algo así como el minimalismo sonoro pero aplicado a todos los estilos que uno pueda imaginarse. Quizá por eso el verdadero protagonista del libro es The Source, la fuente creativa, la inspiración que para el autor empieza por la respiración. “Lo primero que le enseño a los artistas que produzco cuando vienen a Shangri-La es a ponerse bien los calcetines. Si los calcetines te hacen arrugas, y un rebuño te aprieta los dedos del pie, que es con lo que te conectas con la tierra, tu mente se incomoda y la creación sufre”. ¿Contratar a Rick Rubin para que te enseñe como ponerte los calcetines bien? Parece caro, ¿no?