Cuatro días para el Día Internacional de la Mujer (antes trabajadora, ahora sin apellidos). Cuatro días para celebrar, al menos en España, no se sabe muy bien qué.
El año pasado fue el de la fractura. Feminismo clásico frente a feminismo adanista. Este año, a pocos días de haber aprobado la Ley Trans (con el voto de las clásicas, por cierto), esa sima que se abrió ha dado paso a la nada, al vacío, a la indefinición total, a una pancarta tras la que no importa quien se cobije, porque estará mintiendo.
"Ser mujer no es un sentimiento", gritó una asistente a un acto de Irene Montero. "Fascista", le contestaron. Una semana después, una vez publicada la ley en el BOE, ese grito es un delito y la atrevida espontánea, una delincuente.
¿Exagero? Maldita la manía que tenemos de quedarnos en la espuma de las leyes, dejando de lado la parte de las sanciones y la larga retahíla de todo los que puede ser sancionado. Y en esta ley hay mucho de eso. Probablemente porque hay más fanatismo, ideología y revanchismo que deseo de proteger a nadie.
Quedamos entonces en que ser mujer sí es un sentimiento. Para la Ideología de Género era un constructo social producto de la educación y del entorno y, sobre todo, de siglos de dominación heteropatriarcal.
Ahora es eso y al mismo tiempo una condición que depende de adónde me lleve la fluidez de mi género. O de mi autopercepción ante el funcionario del Registro Civil. O ante la cámara de mi móvil mientras subo un vídeo a TikTok.
Sabiendo entonces a lo que me expongo, planteo un par de cuestiones sobre las que ya advertía cuando me referí a la Ley Trans como el caballo de Troya del feminismo.
Los crímenes machistas se definen así porque hay en el hombre un no sé qué que le hace cometer actos de violencia sobre las mujeres por el sólo hecho de serlo. Es decir, hay algo en el hombre que le predispone a agredir a la mujer o a tratarla de forma impropia, porque siglos de masculinidad tóxica han predeterminado al hombre a comportarse así y porque la biología, su constitución y su superior fuerza física, se lo permiten.
Pero ¿cómo justificar el determinismo de esa pulsión y las consecuencias legales de ese planteamiento si ser mujer no es sino sólo un sentimiento y ser hombre también? Es más, uno que para algunos/as viene y va.
Hablo de consecuencias como una Ley de Violencia de Género en la que se prima el testimonio de la mujer sobre el del hombre, se invierte la carga de la prueba y se beneficia a las mujeres víctimas de esa violencia marcada por el género del agresor y de la agredida.
Pero si la condición de uno y de otra es contingente, no se puede señalar al hombre ni victimizar a la mujer por su género o su identidad sexual. No si nos atenemos al espíritu de la Ley Trans y a toda la teoría queer que la inspira.
Vayamos a lo positivo. ¿Techo de cristal? ¿Listas electorales paritarias? ¿Facilidades para acceder a según qué puestos de trabajo? ¿Discriminación positiva? ¿Qué sentido tienen si ser mujer no es más que un sentimiento que puede compartir cualquier ser humano, tanto da si sus cromosomas son XX o XY?
Hasta aquí, lo que dicta la lógica. La realidad es que el feminismo gubernamental y toda su red clientelista pretenden seguir manteniendo su discurso de la perpetua victimización de la mujer, a la vez que desmontan la realidad biológica de la misma.
Hacen trampas y lo saben (y no sólo con la Ley del sólo sí es sí). Sólo esperan que no nos demos cuenta de que su discurso es contradictorio, que no pueden sostener lo uno y lo contrario y que si lo siguen haciendo es porque cuentan con el poder de la progrez (en la política y en los medios de comunicación), el temor y la autocensura de quien puede denunciarlo y porque, por si acaso, con sus leyes, han llenado de minas el camino de quien se atreva a hacerlo.
El miércoles, miles de personas saldrán a la calle en España. La mayoría, mujeres.
No lo saben, pero como para Stan/Loreta en La vida de Brian (1979), esas manifestaciones, esos actos no serán más que “un símbolo de su lucha contra la realidad”.