Cuando el común de los ciudadanos guardaba estrictas restricciones por la pandemia de Covid en toda España a comienzos de esta década, una secreta facción con un pie en el Parlamento nacional celebraba fiestas privadas en Madrid como Boris Johnson hacía en Downing Street.
El Partygate del caso Mediador es la parodia cutre de presuntos implicados en una trama de corrupción que se ha descubierto fortuitamente tras una desavenencia colateral.
En el futuro será recordada por las fotos en prostíbulos y hoteles, las rayas de coca y el mote de la amante de uno de los detenidos, el Chocho Volador. Tiene guasa, una guasa cruel.
Lo cierto es que el esperpéntico complot de sobornos con la supuesta participación de un diputado del Congreso al estilo de la griega Eva Kaili en el Qatargate del Parlamento Europeo, sacude la política española y canaria e interfiere en la campaña electoral de mayo.
Un intermediario que habla hasta por los codos ha irrumpido, en mitad de la guerra de Ucrania, como un lobo solitario armado con una metralleta en la plaza pública. Algunas cabezas rodarán en los carteles electorales. Y a él le ha llovido una tromba de querellas. No se recuerda un delator con tanto desparpajo. Ni su referente, Villarejo, ni Vladimiro Montesinos, el asesor de Fujimori, célebre por sus vladivideos del año 2000 con imágenes de políticos y empresarios peruanos ensobornándose in fraganti. Ninguno se dedicó a revelar con tal facundia sus grabaciones piratas como el mediador incontinente que se ha metido en el personaje.
En la churrigueresca metodología del caso hay un baúl de 128 gigas de archivos sonoros, vídeos y fotografías mezclados como una serie de Netflix que se hizo realidad. Los actores concertaban sus banquetes y orgías en pleno estado de alarma y confinamiento. Captaban con prostitutas, viagra y drogas a sus objetivos, y en el equipo figuraban el diputado Juan Bernardo Fuentes; el director general de Ganadería en Canarias, Taishet Fuentes; el mediador, Marco Antonio Navarro Tacoronte, y un general de la Guardia Civil, Francisco Espinosa Navas, para impresionar.
Este último aporta una metáfora que ennoblece el guion sobre la pandemia y sus fajos de billetes en una caja de zapatos. "Creí que se iba a acabar el mundo", le dijo a la jueza.
Esta no es una época de discreción. Y numerosas familias lo están pagando.
El debate de la nacionalidad en Canarias, del 28 de febrero al 2 de marzo, era el cuadrilátero del cuatrienio de los espantos. Ni el turismo resucitado en las Islas contra todo pronóstico (pese a la pandemia, el volcán de La Palma y la guerra), ni el récord de empleo alcanzado después de 15 años, han podido con el caso Mediador, peso pesado de la chismografía nacional.
Es como darse una vuelta por la España de Luis Roldán huido en el 94 y capturado con ayuda del espía Paesa, por cobrar comisiones al frente de la Guardia Civil.
La madrépora de la corrupción crece en los bajos fondos de la vida pública y empresarial, donde no llega la luz.
[Un empresario vinculado al general del 'caso Mediador' recibió 800.000€ en contratas en cinco años]
Nos hemos habituado a consumir la realidad como si fuera una novela negra. Este sería un homenaje póstumo a la ficción de Alexis Ravelo, autor canario de novela negra fallecido recientemente. Como, hace cuarenta años, hubo otro personaje narrativo en el Puerto de la Cruz (Tenerife). Jean-Paul Raguet, un espía francés involucrado en negocios turísticos turbios, el karateca que sabía demasiado con cuartel general en la discoteca Golden Blue. Un crimen también de novela. Historias de la Canarias profunda.
Los ingredientes del caso Mediador -como ha puesto de manifiesto Lorenzo Silva- son de tal género. Canarias, en efecto, es un plató de cine. El caso Mediador hace méritos para seguir la estela de la serie Hierro y otras sagas por el estilo.
El mundo venía de la demolición por la pandemia y desembocamos en el Mar Negro, el destino inevitable: la guerra. Medvedev, el feroz profeta ruso, mano derecha de Putin, dijo el otro día que habrá que olvidarse de la anterior vida durante siglos. Es probable que haya dicho la verdad. Pronto no nos reconoceremos.
La corrupción no se arrugó ante el virus, tal para cual. Y tiene secuelas políticas. A Sánchez le ha roto los planes y es una chepa en la espalda del PSOE. Nada beneficia tanto a la oposición como un caso Mediador en vísperas electorales. Es de manual. Los focos no dudarán a dónde dirigirse.
En Cantabria, Revilla ve cómo las corruptelas en los contratos de las carreteras obliga a dimitir a su consejero de Obras Públicas, por falta de control.
En la paz y en la guerra, esa lacra no conoce excepción. En Ucrania han descubierto una trama de mordidas en los contratos de Defensa. Mientras caen las bombas, unos se juegan el tipo y otros se llenan los bolsillos.
El presidente canario, el socialista Ángel Víctor Torres ha sobrevivido con nota alta estos cuatro años a su apocalipsis particular. Doctorado en crisis naturales y catástrofes de toda índole, chapotea ahora el caso Mediador. ¡Qué estrambote!
Se trata de un engendro miserable y disoluto de una época aterrorizada cuando la ética se jubila. Este caso de corrupción que nos perturba tanto insulta a toda una sociedad aún conmocionada por años de fuego y desolación que han costado numerosas vidas.