Mónica García le ha afeado a Enrique Ossorio, vicepresidente de la Comunidad de Madrid, que cobre el bono social de ayuda a familias numerosas teniendo un nivel de renta alto. "No es tolerable tanta falta de ética", le ha espetado. Y con eso ha cumplido.
No le ha acusado de ilegalidad. Le ha reprochado su falta de moralidad.
Esa superioridad moral que pone por encima de la ley objetiva las conductas subjetivas de las personas es la patita blanca del lobo. Ellos han venido para dar ejemplo a los suyos y lecciones a los demás. La panza llena después del desayuno y la conciencia satisfecha tras la lección moral de cada día.
Por la noche, después de saberse que su marido también cobra ese bono y de haber recibido el baño de realidad que a veces son las redes sociales, Mónica García rectificó, dijo que no sabía que ella estuviese recibiéndolo y que lo devolverá, porque no lo necesita.
[Mónica García recibe el mismo bono social que Ossorio: "Reconozco el error. Voy a devolverlo]
Los 195€ de ayuda anual recibidos no serían más que una simple conversación de bar si no fuese por todo lo que hay detrás. Es creíble que Mónica García no lo supiese. Es una cantidad pequeña que se recibe de forma automática y puntual si antes se ha solicitado el bono energético. Es una ayuda que no ayuda, que no sirve para nada, y yo mismo he de confesar que no sabía de su existencia.
Y es precisamente este el gran problema, ¡que no lo sabía! Y no lo sabía porque no le hacía falta. Es una ayuda que no ayuda, como tantas otras, y a Mónica García no parecía importarle demasiado. Es lo que pasa cuando se gobierna para Twitter. Cuando en el horizonte sólo se avistan los likes y la movilización de los tuyos.
Pero ahí fuera, al otro lado de las redes, hay personas vulnerables a las que no les importan tus 'zascas'. Les importa que les ayuden y no que se riegue la opinión pública con mensajes efectistas.
A mí, en particular, que no me acerco ni por aproximación al nivel de renta del núcleo familiar de Mónica García, 195€ de ayuda no me sirven de nada. Pero ese dinero, multiplicado por miles de familias, es una cantidad enorme que podría hacer un gran bien si no se diluyese como una gota en el océano.
Esto no se puede permitir. No estamos para gastar dinero público sin sentido, ni podemos permitir que la gente que lo necesita no reciba una ayuda efectiva.
Hay un fallo en el diseño del reparto de ayudas públicas que, gracias a la metedura de pata de Mónica García, ha llegado por fin al debate público.
No tiene sentido que una familia, por muy numerosa que sea, reciba una ayuda económica si disfruta de un alto nivel de renta. Ni para placas solares, ni para comprarse un coche eléctrico, ni para pagar el gas. No todo el mundo tiene las mismas necesidades y, por tanto, no todos necesitan la misma ayuda.
No se trata sólo de recaudar cada vez más, sino de repartir mejor lo que ya se tiene.
Más allá de las lecciones morales de la portavoz de Más Madrid y de su muy dudoso concepto de ejemplaridad ética, Mónica García debería preocuparse por un mejor diseño del reparto de ayudas sociales. Y preguntarse quién hizo esa norma que le regala a ella una ayuda que no necesita.