Todo lo que rodea al caso Negreira está adoptando unas características cada vez más oscuras, cada vez más siniestras que, sumadas, amenazan con transformarlo todo. No solo cómo hemos vivido el mundo del fútbol, en especial las últimas dos décadas, en nuestra máxima competición nacional.
Lo que en realidad está en juego ahora es el futuro inmediato del F.C. Barcelona. La relación del club con el árbitro Enríquez Negreira puede abrumar al conjunto de la Ciudad Condal de un modo inédito. Tanto es así que ya está más cerca la posibilidad de que no se le permita disputar la Liga de Campeones del próximo curso.
La Real Federación Española de Fútbol, en línea con las decisiones recientes del Real Madrid y de LaLiga, se ha personado en el caso. Porque el asunto parece, cuando menos, grotesco. Tanto, que hasta el peculiar y normalmente discreto Giano Infantino, presidente de la FIFA, se ha manifestado al respecto, y lo ha hecho con rotundidad: "No es bueno para el fútbol". No, no lo es.
Pero, sin duda, es peor para el Barça.
Dentro del bucle de circunstancias extrañas que rodean este caso de potencial corrupción deportiva, la última es el robo sufrido por la magistrada encargada de la investigación, poco después de que la Fiscalía de Barcelona presentara una denuncia por esos presuntos pagos al exvicepresidente del Comité Técnico de Árbitros.
El del fin de semana constituyó el primer robo sufrido por la jueza en su domicilio. Sin duda, puede tratarse de una casualidad. Pero resulta tan sorprendente que invita a indagar un poco más.
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En mayo se sabrá si la UEFA invita al Barca a jugar la Champions, condición necesaria para disputarla (además, claro está, de clasificarse en la competición nacional). Para eso tiene que haber absoluta claridad sobre la ausencia de fraude deportivo y también un riguroso juego limpio financiero.
Mientras esperamos el desenlace, resulta sorprendente cómo ha cambiado la perspectiva del caso en estas últimas semanas. Ahora el foco se ha redirigido hacia donde debía haberlo hecho desde el principio: hacia la dirección del club. Pero antes, durante las primeras semanas, tras conocerse que el equipo catalán había estado pagando al número dos de los árbitros españoles, la atención caía mayoritariamente sobre Negreira.
Sobre lo que cobró (casi siete millones de euros). Sobre durante cuánto tiempo lo hizo (17 años). Sobre cómo ocurrió (al parecer, en parte, utilizando a su sociedad y a su hijo). Sobre qué tipo de servicios prestaba (oficialmente, informes sobre árbitros que, en realidad, apenas parecían tener valor alguno).
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Pero todas estas cuestiones, que no son malas preguntas, eluden sin embargo la principal, íntimamente relacionada con la obligatoriedad de que, para que exista alguien que se corrompa, es necesario que haya alguien o algo que desee corromper.
No, no es al exárbitro a quien hay que registrar, que también, por supuesto. Sino al club. Que la Fiscalía investigue al Barça por posibles delitos de corrupción continuada entre particulares, administración desleal y falsedad documental ya supone una tragedia para el equipo azulgrana.
Pero lo peor está por llegar.