Uno:
"(…) Los titulares de mañana están escritos, los editoriales de los periódicos ya están dictados y los comentarios de los tertulianos, decididos y previamente redactados en los equipos de comunicación de los partidos políticos y gobiernos que hoy financian, subvencionan y compran a una buena parte de la prensa española. Todo lo que se dirá mañana en los medios de comunicación está previamente escrito (…)".
Y otro:
"(…) El poder mediático es un poder real, es el cuarto poder; la gente lo reconoce. Pero ¿sabe cuál es la diferencia del poder mediático con respecto al Poder Ejecutivo, al Poder Legislativo y al Poder Judicial? Que no hay ningún elemento de control democrático (…) ¿cuáles son los dispositivos de control de la ciudadanía sobre un poder tan inmenso? (…) que los poderes mediáticos no puedan ser contrapoderes sino más bien brazos mediáticos de poderes económicos, yo creo que merece una cierta reflexión. Hay muy pocos medios de comunicación que sean rentables. Algunos, incluso, reconocen abiertamente que viven de la publicidad institucional. ¿O cómo se han generado estructuras de poder en determinados territorios? No es rentable, señoría, no es rentable. Por eso, algunos entienden que no hay ningún problema en perder dinero si con eso se puede tener influencia mediática".
Vayan por delante los entrecomillados, a modo de escudo. Es un pertrecho necesario cuando se va a esbozar la teoría de que en algunos asuntos el discurso de Podemos se confunde con el de Vox. Empezar siquiera el argumento implica la respuesta furiosa de aquellos que más se identifican con uno u otro partido.
Ambas citas proceden del Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados. Es posible que tengan más fresca en la memoria la primera, pronunciada por Santiago Abascal el martes, cuando justificó la moción de censura con Ramón Tamames como recambio gubernamental. La segunda se ha quedado algo más lejana en el tiempo: febrero de 2021, en un debate muy interesante entre el entonces vicepresidente Pablo Iglesias y el diputado de Ciudadanos Guillermo Díaz.
La de Abascal obró un auténtico milagro. Pedro Sánchez dijo en sede parlamentaria que los medios de comunicación españoles eran "libres e independientes". Calimero no terminó de quitarse el cascarón ("se lo dice alguien que recibe muchas críticas", el Gobierno "sufre" los editoriales) pero supone un alivio después de casi un año de "poderes ocultos" y "derecha mediática".
El diagnóstico común dibuja a gobiernos y partidos teledirigiendo redacciones. La publicidad institucional, ya saben. Que no falte el pantallazo del "salimos más fuertes" pero que nadie se tome la molestia de abrir los periódicos de ese día para comprobar qué decían. El convencido puede al fin respirar tranquilo. ¡Menos mal que hay políticos fundando medios de comunicación que contrarresten a las cabeceras tradicionales, vendidas a los políticos!
No hace falta cavar demasiado profundo en el lamento de Podemos y Vox para concluir que no demandan un periodismo menos sesgado. No. Lo que exigen es la cuota de sectarismo a favor que creen que les corresponde. De ahí su entusiasmo por las vías alternativas de información, terreno tan abonado para la propaganda reconfortante.
Es en este contexto en el que está teniendo lugar un cierto resurgir de la "prensa de partido". Es un ahorro de tiempo y dinero. Para qué dictar consignas a periodistas cuando puedes contratar militantes que las escriban motu proprio. El público al que se dirigen es ese tan ideologizado que se muestra sinceramente convencido de que el panorama mediático está totalmente dominado por el lado contrario al que ellos defienden.
Algunas de las mejores prosas de su generación han abandonado el periodismo independiente para enrolarse en las hojas parroquiales de partido. Mientras, Pablo Iglesias ha conseguido al fin poner en órbita su Canal Red. El visionado produce una hipnosis que creíamos reservada a las galas de José Luis Moreno. Las escaletas como reflejo de las obsesiones temáticas de su promotor. Cualquier noticia es susceptible de ser llevada al terreno en el que el gurú que se convirtió en político para volver a tornar en gurú está más cómodo: la circunferencia que traza su propio ombligo.
Pero nada como conseguir terminar la escritura de un artículo para arrepentirse del principio. Llegado ese punto, es más fácil pensar que eso del dictado quizá no sea tan mala idea.