Hay cien agresores sexuales en la calle que no van a volver a entrar en ella y casi mil pedófilos, violadores y abusadores con las condenas rebajadas y cuyos beneficios no se pueden revertir. Por dejar claro de qué habla Pedro Sánchez cuando dice que la ley del 'sí es sí' ha provocado "efectos indeseados".
Para paliar estos efectos (algo imposible porque el daño es ya irreversible) han pactado PP y PSOE una reforma de la ley que el Ministerio de Igualdad había convertido en su gran victoria feminista contra la violencia sexual. La foto del acuerdo, que deja al margen a Podemos, no puede ser más desoladora para Irene Montero: han tenido que llegar los mayores a arreglar su chapuza.
El Ministerio de Igualdad actúa ahora como un grupo de primos que hubiesen roto una lámpara por accidente mientras jugaban aburridos un domingo en casa de la abuela.
Un primer momento de silencio. De miedo. No está rota, se puede arreglar. Forcejeos. Aceptación de la realidad. Está roto. Ligero ataque de histeria por parte del pequeño, que se ve ya sin sus cromos de fútbol durante una semana. Pero uno de los más espabilados toma el control de la situación y da instrucciones, que todos acatan antes de que los mayores, alertados por el ruido, crucen la puerta y descubran el pastel.
Todos a sentarse en el sofá. De aquí no se mueve nadie hasta que salga quién ha sido. Pero nadie sale. Todos cierran filas por solidaridad, por pereza o por miedo a quedar como un apestado en la próxima reunión familiar.
La secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, Ángela Rodríguez Pam, ha sido esa prima mandona que impone a los demás la estrategia común: "Aquí el cafre lo estábamos haciendo todos, así que a callar".
Rodríguez Pam es la misma que en enero bromeaba sobre la salida de prisión de varios agresores sexuales después de la entrada en vigor de su ley. "De los creadores de 'las personas van a ir al registro a cambiarse de sexo todas las mañanas' llega '¡los violadores a la calle!", exclamaba, ingeniosa.
Siempre ha sido más importante reírse de la derecha que proteger a las víctimas.
"No puede ser que todo lo sucedido sea culpa de Irene Montero", decía Rodríguez Pam el miércoles en una entrevista en La 2. Montero ha roto la lámpara, pero nos podría haber pasado a cualquiera, viene a decir, empática, Rodríguez.
Es lo que tiene la culpa, que es fácil de repartir. Podría haber sido cualquiera. Los abogados oportunistas, que pedían rebajas. Los jueces machistas, que aplicaban la ley. El PP, que secuestraba los derechos de las mujeres. E incluso el PSOE, que se humilla y traiciona a sus socios. Han repartido tanta culpa por el camino que ya no les queda ninguna para ellos. Generosos que son. Como si alguien más que ellos hubiese buscado culpables.
La realidad es que los ciudadanos quieren menos culpas y más responsabilidades. Porque la culpa es esa cosa infantil que te paraliza y te acaba convirtiendo en víctima. La responsabilidad es aquello en lo que se educa a los niños para que se conviertan en adultos consecuentes con sus actos.
"Responsabilidad: cargo u obligación moral que resulta para alguien del posible yerro en cosa o asunto determinado", dice la RAE.
En un universo normal con semejante desautorización Irene Montero habría presentado su dimisión. Pero esto no va de las ideas, siempre fue cosa de la moqueta. Se extrañarán cuando Yolanda Díaz les haga pasar al olvido.
— Pilar RL (@pirlosantos) April 20, 2023
El 2 de noviembre de 2022, Irene Montero, cuando estaba todavía en ese momento de incredulidad en el que uno piensa que puede recoger los trozos sin que nadie se entere, declaraba: "No se conoce una sola reducción de penas. Y no se va a conocer. Es propaganda machista".
El silencio que se escucha ahora, a la espera de que alguien levante el brazo, se haga responsable y diga "he sido yo", es insoportable. Esto no es un juego de niños traviesos. Nadie se comerá el postre tranquilamente después de que el culpable confiese la verdad. Porque mil condenas rebajadas no son una lámpara rota. Pero, por lo menos, habrá más dignidad.
Alza la mano, Irene, y di que has sido tú.