Da vértigo asomarse al caudal de tinta vertido sobre la guerra abierta entre Unidas Podemos y el recién nacido Sumar. Pero la mayoría de opiniones y análisis se han centrado en la derivada electoral de la disputa, marginando otros aspectos de la cuestión no menos relevantes.
Mucho se ha dicho también sobre los melifluos y aparentemente inanes parlamentos de Yolanda Díaz, no aptos para estómagos diabéticos. También, sobre la pobreza doctrinal del programa de ese nebuloso y etéreo "espacio de Yolanda Díaz".
Pero cabe argumentar que la estética y la retórica enarboladas por la vicepresidenta apuntan a un cambio no sólo en la forma, sino también en el fondo del discurso en los confines de la socialdemocracia. Algo que va más allá de una mascarada para un cainita juego de sillas en el reparto de las listas electorales. Y de mayor calado que la representación de Sumar como una suerte de podemismo de rostro amable.
Esta línea de análisis la ha explorado convincentemente el politólogo Juan Rodríguez Teruel, que entiende el despunte de la vicepresidenta como "una rebelión de las confluencias".
El inexorable reemplazo de Podemos por Sumar evidencia que el segundo ha arrebatado al primero el liderazgo de la refundación de la-izquierda-a-la-izquierda-del-PSOE. Una tarea de la que Pablo Iglesias, hijo díscolo del PSOE, fue pionero.
En los pronunciamientos de Sumar no quedan trazas de una de las consignas idiosincrásicas de Podemos, el desmantelamiento del "régimen del 78". En un tono menos ambicioso, las reclamaciones de Yolanda Díaz se circunscriben a una ampliación y radicalización de los derechos recogidos en la Constitución.
"Queda atrás la enmienda total a la democracia representativa, sustituida ahora por una agregación de reivindicaciones políticas concretas", afirma Rodríguez Teruel. Efectivamente, la "nueva izquierda radical" ya no contempla al PSOE como puntal de ese bipartidismo corrupto y esclerotizado a batir, sino como un "aliado estratégico" con quien formar tándem electoral.
En Sumar, en definitiva, "queda superada la retórica populista que tiñó los primeros años del movimiento indignado. Ya no se contraponen los de abajo a los de arriba, el pueblo contra la élite, sino que se apela a la voluntad de mayoría social".
La figura de la vicepresidenta representa el agotamiento de la fórmula indignada en el actual momento pospopulista. También, la maduración institucional de la izquierda antiestablishment y el aprendizaje (o escarmiento) de los epígonos del 15-M después de haber coagulado en Gobierno.
Está claro que el camino emprendido por Yolanda se desvía de la senda (senda hacia el precipicio, cabe decir) a la que Podemos se ha mantenido relativamente fiel desde su fundación. De ahí que uno de sus ideólogos, Juan Carlos Monedero, cargase contra la vía pragmática de la heredera fallida de Iglesias en una encíclica reciente.
Monedero, guardián de las esencias antisistema, es incapaz de asumir la traición de la ministra de Trabajo a su alma mater que para él representa su apuesta posibilista. "Es evidente que el bipartidismo quiere una izquierda más amable, es decir, una izquierda que regrese a los cauces", cavila el profesor chavista.
Frente a la domesticación que impone el ahormarse a la institucionalidad, el indómito Monedero hace un llamamiento a "que las aguas de la transformación recuperen su salvaje cauce".
El inflexible Peter Pan morado reivindica que "uno de los rasgos del populismo es el enfado permanente". ¿Cabe mayor refrendo para la tesis del yolandismo como superación de la política indignada que este empecinamiento de los padres fundadores podemitas en el eterno enfurruñamiento infantil de la izquierda?
El filósofo Ernesto Castro dio en el clavo cuando cuestionó la idoneidad de la "dignísima indignación" como "virtud ético-política", considerándola poco más que un "complejo de superioridad moral". Un sentimiento que se aplica sólo a los demás, nunca a uno mismo, porque "sólo los dignos tienen derecho a indignarse".
[Podemos vaticina un "batacazo" a Yolanda Díaz: "¿Cuándo un comunista ha sacado votos moderados?"]
Deshollando las tesis del libro de Stéphane Hessel que bautizó al movimiento 15-M, ¡Indignaos!, Castro sostiene que en 2011 había en España más motivos para el arrepentimiento que para el enfado. Y muestra la inoperancia a largo plazo de la indignación como emoción política.
Lo que ha demostrado el pobre desempeño gubernamental de Podemos en los últimos cuatro años es que no se puede construir nada sobre el fango de la mera exasperación ante la injusticia y el rencor hacia los "sinvergüenzas", en palabras de Monedero.
El odio febril, a la postre, no tiene potencial para transfigurarse en esperanza, emoción que sí posee realmente fuerza movilizadora. Por eso resulta tan patético ver cómo ese "Frente Indignado de Liberación" (Monedero dixit) se sigue empantanando en una manía persecutoria que cada vez resulta más risible.
El vicepresidente segundo emérito, personaje casi trágico, se atrinchera en su menguante búnker de feligreses incondicionales, sobre los que siempre pesa igualmente la sombra de la guillotina. Sus fatwas cada vez más furibundas contra la herejía rosada denotan la impotencia de quien se enroca en una fórmula indignada que cada vez interpela a menos gente.
Y es que Yolanda Díaz, aunque sólo sea por la novolatría ambiental contemporánea, tiene los mimbres para generar ilusión entre los fatigados con la política airada del populismo primitivo.
Que la vicepresidenta lograse llenar hace un par de semanas un polideportivo con todos los damnificados del caudillismo iglesista evidencia que las exfranquicias territoriales de Podemos están ya en otro momento vital. Mientras, el irredentismo morado sigue atrapado en el bucle melancólico de una acampada en Sol.