Empezó como crimen, pasó a ser una realidad inevitable y se ha consagrado como un derecho fundamental. El aborto ha tenido una evolución a ojos de la opinión pública que ni la de Camilla Parker.
El Constitucional ha hablado y el debate ha concluido. Eso dicen. Pero es mentira.
La decisión del Tribunal cuenta un par de historias. La del éxito de la izquierda, que da un golpe de gracia en periodo electoral y pone fin a un asunto abierto desde hace trece años. Y la del gran fracaso del movimiento antiabortista, que dejó que la derecha abanderara una causa que aparcó en la cuneta en cuanto vio que no tenía rentabilidad electoral.
Esa derecha está ahora muy agradecida. Por fin tiene una sentencia que le permite decir que a ellos les encantaría dar la batalla, pero que el Constitucional ha cerrado el debate. Como si fuese el papa hablando excátedra: Roma locuta, causa finita.
A ojos de la sociedad, la postura antiabortista queda relegada a un par de machistas retrógrados que defienden la vida como podrían defender el sadomasoquismo con tal de controlar el cuerpo de la mujer. O eso les gustaría hacer creer. Pero el Constitucional no cierra ningún debate, por mucho que se empeñen en afirmar que sí. Qué presuntuoso es ese legalismo que pretende callar conciencias.
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Otro gallo cantaba en 1985, cuando el mismo Tribunal Constitucional determinó la constitucionalidad de la ley de Felipe González que despenalizaba el aborto en algunos supuestos.
Ojo al primer párrafo de los fundamentos jurídicos:
"Se trata de un caso límite en el ámbito del Derecho. En primer lugar, porque el vínculo natural del nasciturus con la madre fundamenta una relación de especial naturaleza de la que no hay paralelo en ningún otro comportamiento social. Y, en segundo término, por tratarse de un tema en cuya consideración inciden con más profundidad que en ningún otro ideas, creencias y convicciones morales, culturales y sociales. El Tribunal no puede menos de tener en cuenta, como una de las ideas subyacentes a su razonamiento, la peculiaridad de la relación entre la madre y el nasciturus a la que antes hemos hecho mención. Pero ha de hacer abstracción de todo elemento o patrón de enjuiciamiento que no sea el estrictamente jurídico, ya que otra cosa sería contradictoria con la imparcialidad y objetividad de juicio inherente a la función jurisdiccional, que no puede atenerse a criterios y pautas, incluidas las propias convicciones, ajenos a los del análisis jurídico".
El Tribunal acertaba aquí al reconocer la verdadera naturaleza del conflicto del aborto. Y acertaba también al afirmar que abarcar todas las dimensiones del problema supera sus competencias. Y es que el aborto trasciende el carácter coyuntural de los planteamientos de un tribunal.
No es que el Constitucional se haya deconstruido desde 1985. Es que en 1985 era más honesto intelectualmente. Y esa honestidad es lo que hoy se echa de menos en el debate. Quizá los que desean afirmar que la conversación sobre el aborto ya no interesa son los mismos que prohíben dar información sobre las alternativas o que eliminan el periodo de reflexión.
Más que ganar el debate público del aborto, se dinamita a cañonazos.
Díganle a un médico que el debate está cerrado y que no hay diferencias entre la decisión de una mujer que pasa por su consulta para el quinto aborto con la de la que lo hace porque su bebé tiene una enfermedad incurable.
Díganle a una mujer que ha perdido a su hijo en la semana 14.ª (o en la 12.ª o en la 10.ª) que no se preocupe. Que lo que echa de menos es una idea porque lo que llevaba dentro era sólo un puñado de células.
Defienda en un juicio que el hecho de que una mujer embarazada haya sufrido un aborto durante una agresión no es un delito añadido.
Crear un marco jurídico más amable para la mujer que se plantea abortar es deseable. Pero argumentar que lo que determina el derecho del feto a seguir viviendo es el deseo o no de la madre de tenerlo no hay jurista (ni persona) que lo sostenga.
Así que dejen de decir que el debate del aborto está cerrado.
[El Tribunal Constitucional declara el "derecho a la autodeterminación de la mujer" para abortar]
Seguirá vivo mientras la mujer se siga planteando por qué es una cuestión que le atañe sólo a ella y qué dónde está el tío que no quiso ponerse el condón. Seguirá vivo mientras la mujer se pregunte por qué su empresa le paga el aborto o la congelación de óvulos, pero le hace imposible la conciliación.
Seguirá vivo porque la propia realidad de un embarazo (indeseado o no) despierta preguntas complejas. ¿Qué es la vida? ¿Cuándo empieza? ¿Cuál es mi responsabilidad hacia ella?
Así que seguirá vivo en cada mujer que se enfrente a la decisión y descubra que la ley le dice lo que puede hacer, pero la deja sola con sus preguntas.
Seguirá vivo. Y alguien recogerá el testigo y decidirá que vale la pena volver a colocarlo en el espacio público. Ojalá se produzca entonces una conversación que no sitúe a asesinas a un lado y a machistas al otro, porque eso no ha funcionado. Ni para las mujeres ni para nadie.
Roma locuta, sí. Pero causa infinita.