El CIS ha entrado en campaña pocas horas antes de su inicio oficial y lo ha hecho con un barómetro en el que, como no podía ser de otra manera, da la victoria al PSOE en todas las comunidades cuyo resultado no está cantado a favor del PP, como la de Madrid. Según el CIS, el PSOE ganará las elecciones con el 31,7% del voto por un 27,3% del PP, y conservará las comunidades de la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha, Extremadura, Aragón, Asturias y Navarra. También conservará los ayuntamientos de Sevilla y Valencia, aunque se quedará a las puertas en Barcelona.
Después de cinco años de tezanismo, nadie puede llevarse a engaño. El presidente del CIS ha usado todas las herramientas y los recursos que proporciona el Estado para que el PSOE, su partido, conserve sus principales ayuntamientos y autonomías tras las elecciones del 28 de mayo. Un primer paso no suficiente, pero sí necesario para que Pedro Sánchez venza en las generales de finales de año, donde las encuestas privadas apuestan por un vuelco político a favor de la derecha.
El último barómetro del CIS es, por lo tanto, apenas otra prueba más de las maneras desprejuiciadas del Gobierno y de la sumisión de un instrumento del Estado originalmente independiente a los intereses de un único partido. Lo que transpira de los nuevos datos es, en definitiva, un ánimo de rescate de Pedro Sánchez cuando el balance sale negativo. Lo que hizo ayer jueves el CIS sería considerado como un escándalo en cualquier otro país europeo. En España se da ya por amortizado.
A nadie se le escapa que, con los resultados proyectados del CIS para regiones estratégicas como la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha o Aragón, el organismo está estimulando la movilización de los votantes del bloque de izquierdas. En las tres comunidades autónomas, sus tres presidentes conservarían el poder. Contrasta con la media de las encuestas privadas, que no descartan la derrota de Ximo Puig en Valencia y de Emiliano García-Page en Toledo. En el caso de Javier Lambán, su victoria pende de un hilo por la suma de PP y Vox.
El estudio del CIS ofrece, incluso, datos detallados de las principales ciudades en disputa. En la capital madrileña, por ejemplo, condiciona la continuidad de José Luis Martínez Almeida en el ayuntamiento a que la lista de Unidas Podemos sea incapaz de subir del 4,5% de estimación de voto al 5%. Es decir, a que alcance el porcentaje necesario para obtener representación en el consistorio.
Las encuestas del CIS, en fin, ya no resultan de interés por la fiabilidad de los resultados que arrojan, sino por la curiosidad que despierta su descarada alteración de la realidad. Los fines electoralistas son claros.
Clama al cielo que el servicio sociológico presidido por Félix Tezanos infle, de manera sistemática y sin excepción, las posibilidades electorales del PSOE y de sus socios. Hasta el extremo de que sus estudios son los únicos que mantienen a la formación de Sánchez por delante del PP en casi todas las regiones, a la contra de las conclusiones de todos los institutos demoscópicos privados del país.
El descaro en la manipulación de la realidad ha llegado hasta el punto de que el propio Tezanos niega que su militancia en el PSOE sea un obstáculo para ocupar la presidencia del CIS amparándose en que los españoles han luchado mucho para convertir en un derecho la participación política de los ciudadanos. El cinismo es flagrante.
Tampoco está abandonado al azar el momento escogido por el CIS para anunciar las encuestas: el día previo al inicio de la campaña electoral y a pocas horas del tradicional pegado de carteles. También en esto llueve sobre mojado. Se trata de la misma técnica empleada en 2019, cuando Tezanos insufló esperanza entre los votantes socialistas al pronosticar sobre la bocina un éxito arrollador de Sánchez en toda España.
Si algo ha demostrado Tezanos en sus cinco años de presidencia del CIS es una falta de profesionalidad y escrúpulos que ha hundido el prestigio de una institución de la democracia española hasta cotas irrecuperables. Al mismo tiempo, se vuelve muy difícil albergar alguna esperanza de que, en el último año de legislatura, Tezanos abandone la guerra sucia, abrace el sentido de Estado y deje de servirse de los recursos públicos a su alcance en beneficio de sus intereses particulares.
Porque, desde luego, la guerra sucia va más allá de las proyecciones inverosímiles de un CIS denostado. Incluye la promesa de un plan de vivienda irrealizable e improvisado, los ataques cargados de hipocresía contra el PP andaluz a cuenta de Doñana o el uso propagandístico de las ruedas de prensa posteriores a los Consejos de Ministros. Y todavía quedan dos semanas para las primeras elecciones de un año decisivo.