Si del caso Vinicius sólo se puede decir que hubo gritos racistas en Mestalla, se acabó. No hay nada más que decir. Punto final.
Pero entre personas inteligentes imagino que, una vez admitido ese hecho, pueden y deben decirse más cosas.
Por ejemplo, que entre 46.000 espectadores fueron un puñado ¿dos? ¿cuatro? ¿diez? los que se comportaron de forma intolerable en la grada. Vinicius no señala a una fila, ni a un grupo. Apunta a uno y le dice: "Has sido tú". Las cámaras del campo y la Policía identificaron a dos.
La prueba de que no fue algo general es que el árbitro no había visto ni escuchado las ofensas. De haberlo hecho en ese momento o en cualquier otra fase del partido, habría ordenado detener el juego y lo habría incluido en el acta. Pero sólo toma nota a instancias del jugador.
La prueba de que no fue algo general, también, es que ninguno de los periodistas que retransmitía en directo desde el propio estadio -y los había a decenas y muchos de ellos llegados desde Madrid- denunció esa circunstancia.
Y la prueba de que no fue algo general, por último, es que los delegados de antiviolencia de la Liga no registraron gritos o cantos racistas, y son muy metódicos en sus informes.
¿Qué es lo que desencadena, entonces, las reacciones de medio planeta, desde Lula Da Silva al presidente de la FIFA, Gianni Infantino, cuando antes se han producido otras escenas semejantes con el propio Vinicius y otros futbolistas en España?
Lo primero, en mi opinión, la reacción de Carlo Ancelotti. El entrenador del Real Madrid declaró nada más concluir el partido que nunca había visto algo parecido y que todo el estadio había coreado gritos racistas. Dicho por un hombre con su trayectoria y credibilidad, esas manifestaciones daban pie -dieron pie- a un escándalo mayúsculo. Cuando quiso matizar, ya era demasiado tarde.
Lo segundo, la existencia de imágenes que son visualmente muy potentes: Vinicius señalando a un espectador y parando un partido, y Vinicius saliendo expulsado en medio de la bronca.
Evidentemente, está también la trascendencia mediática del jugador y del propio club. No es lo mismo, se quiera o no, Iñaki Williams que Vinicius, ni el Athletic que el Real Madrid. Esa es la puñetera realidad.
Luego hay que contar el efecto amplificador de las redes sociales. Como en el juego del teléfono escacharrado, todo el mundo opina de lo que alguien ha dicho que ha pasado, pero sin entrar en matices ni comprobar la veracidad de todo lo que se publica. Conozco a gente muy cabal que ha patinado en las últimas horas retuiteando vídeos groseramente manipulados. Las redes nos invitan, casi nos obligan a hacernos un juicio apresurado de las cosas. Coincido en eso con el delantero Byung-Chul Han.
Qué decir de los periodistas. Soy periodista. A todos nos cuesta quitarnos la camiseta. Desde el domingo he visto excepciones honrosas en un mar de hooliganismo.
Y no olvidemos que el fútbol es un negocio en el que, siempre que se puede, quienes mueven los hilos tratan de sacar ventaja. Bajo la expresión de los más nobles sentimientos se esconden a veces las peores artimañas.
Todos estos elementos han provocado que el lamentable episodio sufrido por Vinicius haya sido utilizado por no pocos para saldar viejas cuentas y reverdecer rencillas. Bajo la excusa de acabar con el odio, alimentarlo. Señalar con aspavientos al otro sin ver las vergüenzas que tantas veces mostraste en tu propia casa.
Viendo y oyendo a algunos, uno se queda con la sensación de que en lugar de querer finiquitar el racismo, el racismo es el pretexto para sacar la cachiporra y atizarle al de enfrente. Sea blanco o negro. O blanco y negro. Y ya está bien de linchamiento.