Pase lo que pase, el domingo todos van a decir que han ganado y tendrán que ponerse ante el vacío de la victoria. El "y ahora que ya estamos, ¿qué hacemos?" podría llegar a ser aterrador con vistas a diciembre. Son las municipales y autonómicas. Las generales van de otra cosa.
Los alpinistas, que son los últimos conquistadores de lo inútil, saben bien que uno se encoge cuando llega a la cima. En la cima no he visto a nadie gritar "Jerónimo" con los brazos abiertos. En lo alto callas y, con suerte, te atreves a mirar un poco alrededor, con mucha timidez, y nada más.
Kílian Jornet, uno de los alpinistas más importantes de la historia, habiéndolo conquistado todo, se pregunta: "¿Qué se puede hacer cuando con 25 años ya he conseguido lo que quería lograr en toda una vida? Ganar ha perdido todo su significado, porque ya no supone para mí un sueño por cumplir".
Una tristeza parecida embargó a Eugenio Montale después de ganar el Premio Nobel de poesía. Y mucho de eso hay en la depresión postcoital. El ánimo permanece en el que todavía no ha conseguido su objetivo. Por lo menos tiene la ilusión de ganar algún día.
Recuerdo las palabras de Fernando Alonso cuando perdió la última carrera del Mundial de Fórmula 1 con Ferrari: "La tristeza se había transformado en ganas de ganar". Pero el que ya ha ganado, el que ha conocido el éxito, no tiene nada que hacer. La victoria se ha convertido en tristeza. Ha llegado al final del camino.
Ganar las elecciones este domingo puede poner a muchos ante su propio vacío. Sólo estaban llenos del impulso de la batalla, pero no del ánimo de la paz, y eso no sirve para las generales. Es difícil abandonar el papel de soldadito valiente que se nos contagia cada cuatro años, dejar a un lado al héroe desatado en campaña en el que sin querer nos convertimos, envainar el sable y quitarse el uniforme. Es difícil cambiar la pregunta de "cómo ganar" por la de "cómo construir".
El periodo electoral es un ejercicio de esquizofrenia colectiva al que nos sometemos cada cuatro años. Muchos se pueden descubrir como el que se viste de hooligan y grita "Uh, uh" y llama mono a Vinicius, y al día siguiente se pone su camisa de currante. Muchos se pueden llevar un susto el lunes después del partido y, en lugar de salirles un hipo, escapárseles un "uh, uh".
La política se parece mucho más a un lunes que a un domingo. El deporte está hecho para el día de la competición, la política empieza el día después. Cuando el hooligan está de resaca, el político empieza su trabajo. El lunes miraremos los escombros humeantes y nos preguntaremos por todo lo que destruimos y todo lo que queda por hacer. ¡Ay de los vencedores!
El lunes habrá que mirar a la cara a la división territorial y pensar en políticas que puedan tener una pedagogía del bien común, como la del agua o la educación. Habrá que dirigirse a los que se insultó y pedirles ayuda. Habrá que ser amable.
¿Quién conservará la legitimidad moral para ofrecer un proyecto de futuro, que no es lo mismo que un mensaje triunfalista? Habrá que darle la razón al que la tenía en lo que la tenía. Será necesario sofocar el odio que hemos cultivado si queremos hacer algo juntos. Cambiar el mensaje local por el nacional. Tendremos que sembrar una idea de "nosotros" donde antes sólo hablábamos de "los nuestros".
España tiene la enorme ventaja de tener una sociedad más unida, homogénea y estable de lo que parece a la luz de los mensajes electoralistas. Quien conserve más o menos intacta la capacidad de dirigirse a esa España tendrá más opciones de tener éxito en las elecciones generales. El que haya explotado el nicho de la crispación llegará mucho más tocado. Los hooligans están de resaca los lunes.