Hace mucho ya que Podemos vive de las rentas. Hace mucho ya que es como un amigo de segunda fila, de tus tiempos de peta en el césped de la Complu, la pasmina y la revolución kurda, cuando le decías "camarada" hasta a tu padre por las mañanas y él te miraba pensando "este hijo mío es tonto": tú cambiaste, al menos renunciaste a la autoparodia, pero este colega sigue así, atrapado en esa época antierótica hija de las batucadas, del aro de coco en el lóbulo y de la palabra "resistencia". Los años del champú sin acondicionador, sin mascarilla: creo que me explico.
Un notas un poco chiflado, trasnochado, histriónico, sentimental, alguien con una camiseta del Mägo de Oz que quizá dé juego a partir de las 2 am, cuando no se pone a meter con calzador citas de Bertolt Brecht en cualquier conversación o a cantar La Internacional a la quinta cerveza.
Cuando os echan de la terraza del bar porque no son horas, te dice que si un desalojo y otra okupación o que podrán cortar las flores pero no pararán la primavera. Algo así. La arruga del entrecejo no perdona. Está enfadado sin interrupción. La vida le contraria. Dice que tiene "ilusión", dice que "sonriamos", pero se le ve apagadillo. Avinagrado. Te mete una chapa mortal de la que huirás fingiendo incontinencia urinaria. Te mira regular cuando te pides una Coca-cola, aunque haga 40 grados a la sombra, pero luego le pillas con unas zapas del Zara.
Le haces una bromilla y no se ríe, porque el activismo es muy severo, está a la que salta, digamos, va como un carro en llamas, habla que parece que rapea, te monta un pollo enseguida en mitad de una mesa con comensales que apenas conoce. Hace sentirse a todo el mundo incómodo, enrarece el ambiente, jode a la peña, pero luego siempre está hablando de que lo importante es "la gente", "el pueblo", qué sé yo. El pueblo son ellos (doce y el del tambor), los fachas son los otros, pero la democracia es del pueblo, pero el pueblo vota a los fachas, no sé cómo decirte, es un lío de dialéctica rajoyniana.
Podemos es el nuevo partido más viejo del mundo. Huele a cerrado, ha dejado de ser sexy, de ser inspirador, de crear convocatoria. Una vez cambió el mapa político, una vez fue clave, fue histórico y fue digno, una vez fue popularmente poderoso y temido, que era de lo que se trataba. Ahora sólo es ridiculizado. No sabemos con quién se están peleando, quién carajo es "el poder" si ellos están en el Gobierno. Lo último que se pierde será la esperanza, pero lo último que debe perderse es el carisma, y de eso no queda aquí ni gota.
Eso se acabó con el mejor Pablo Iglesias, el de los primeros años, cuando la vida y las puñaladas políticas, la sensación de conspiración mundial y el juego sucio de ciertos medios aún no le habían arrollado.
Ahora los de Podemos son una especie de secta regañona, una empresa familiar venida arriba que cambió algunas cosas, pero nunca las suficientes, feministilla pero no tanto, liderada en la sombra por un hombre que no se calla ni debajo del agua y en primera plana por dos mujeres, dos joyas, no sabes ni con cuál quedarte para echar la tarde en el frenopático.
Son esloganeros, padecen unos delirios de grandeza sonrojantes y escupen proclamas o bien extrañas o bien turboverbeneras, alucinadas, como de mal viaje de tripi, porque o no entiendes de qué te están hablando (gracias a "les compañeres" que ponen "el cuerpo", dice Belarra, pero ¿qué es poner el cuerpo?, ¿se están prostituyendo?) o caracterizan a sus candidatos como si fueran superhéroes de Marvel, con un par. Lache.
"No somos una consultoría demoscópica, ni un gabinete de imagen, ni una anécdota. Somos la rebeldía española, somos el hilo rojo y morado que recorre la historia, somos los que han conseguido más que nadie en 40 años, somos los que cometen errores pero nunca se equivocan de bando", dice Echenique, totalmente flipado, sin pudor, sin abuela. Pablo, cari, no sé, bájate unos tonitos.
"A veces bajo un sol radiante, las más de las veces bajo una noche sin luna, siempre en equipo y siempre empujando un país más feminista, más justo, con derechos, más democrático. Salimos siempre a ganar, y cuando no lo conseguimos, lo volvemos a intentar. Podemos", escribe Irene, como llegando de after, con la lírica de un niño de 8 años. Pues mira, déjalo, corazón, no lo intentes más, no sea que vuelvas a toquetear una ley y pongas en peligro a todas las mujeres.
Lo que ha hecho Montero, "empujando", como ella dice (en su estilo matón, corpóreo, de esto que ves que te está escupiendo un poco mientras habla y no sabes si el riego es controlado o no), ha sido dividir al movimiento feminista de este país (la auténtica revolución nacional de los últimos años, y no ellos), herirlo de muerte para siempre con sus necedades woke, con su cultura frívola, mamarracha, importada.
Podemos está esquizofrénico, un poco entre el obrero rancio del mono azul y un tal Adolfo, con cara de Adolfo, que dice que es "madre" de tres "niñes".
Que se vaya. Que se vaya ya. Que se sacrifique o la sacrifiquen. La marcha de Garzón (la absoluta nada, un tipo al que recogieron medio por pena y que ahora se la clava al partido que le salvó de su propia irrelevancia) dirección al equipo económico de Yolanda le ha abierto la puerta, pero se hará la loca, porque es ególatra y personalista, y porque cree, como su marido, que la formación es un culto a su figura, aunque no la quieran ni los de dentro.
Tienen que unirse a Sumar. Eso significará que aún ponen la causa por encima del yoísmo. Eso significará que su vanidad aún no les ha cegado completamente: la única manera de que esta estrategia de izquierdas funcione es que Sumar diluya las caras de los morados y su propuesta parezca lo menos podemística posible. Porque "la gente" (que parecía que era su target, pero no) les tiene atragantados.
No me encanta Yolanda. No me encanta nadie. Votaré con la nariz tapada. Pero hay que aprovechar este momento trágico para la izquierda para decirle adiós a una de las peores políticas de la historia de la democracia, la ministra del "dilo, reina", del "yassss" y del "sola y borracha quiero llegar a casa", la absurda ministra de las "tías xulísimas" que nunca hizo nada por nosotras. Es hora del relevo generacional. Bienvenida, Alejandra Jacinto. Tienes mucho que hacer aquí.