Las elecciones sobrevenidas del 23 de julio serán las primeras en 19 años en las que ningún partido "tercerista" parte con posibilidad de obtener representación parlamentaria.
El elector inclinado por esta clase de formaciones puede optar por ver el vaso medio lleno. La concatenación de UPyD y Ciudadanos le ha permitido tres lustros seguidos de presencia en las Cortes generales. Dada la historia cruel de los partidos centristas en España, no es un botín pequeño.
Escuchaba el otro día que el adiós de Inés Arrimadas resulta más simbólico del ocaso del partido que el anuncio de la decisión de no presentarse a los comicios veraniegos, realizado un par de días antes por los que la sustituyeron en la dirección de la formación. Nadie podrá negarles arrojo para sacar a bailar a la más fea. Pero la comparación palidece. Y no sólo porque la jerezana sí sepa decir "plebiscito".
No hemos sido justos con Arrimadas. Ella y Guillermo Díaz han sido los mejores parlamentarios de esta legislatura muerta por golpe de calor. Recuérdese: jamás fue cabeza de cartel en unas generales. Lo único que ha hecho como número uno es gestionar la herencia de Albert Rivera.
Si la tríada pandemia/volcán/guerra le sirve a Sánchez para sacar pecho, cómo no va a explicar la carrera de obstáculos que ha supuesto la legislatura para un partido en shock por quedarse en diez diputados cuando todavía quedaba confeti en el suelo de la celebración de los 57 de unos meses antes.
La propia historia de Ciudadanos se resume bien en ese dato: de todas las legislaturas que estuvo en el Congreso, la que más cerca estuvo de consumir el máximo de su tiempo fue aquella en la que su representación fue menor.
El proyecto fundado hace 18 años por un grupo de intelectuales catalanes perece víctima de sus errores, nos dicen los postes repetidores de mantras. Tenemos ya sobado eso de que todos los partidos cometen errores, pero sólo los de centro los pagan con su propia existencia. Aunque no nos negarán que mantiene frescura.
Los mantras han sido particularmente eficaces con Ciudadanos. Dos destacan por encima del resto.
Uno alude a Albert Rivera. Es aquel que condena al averno a la formación por no haber alcanzado un acuerdo con Sánchez en la primavera de 2019.
[Opinión: Inés Arrimadas, la montapollos que escapó dos veces]
Estamos de acuerdo en que el líder carismático del centrismo español tenía que haber hecho alguna clase de ofrecimiento al ya por entonces inquilino de Moncloa. De ahí al relato que se ha ido imponiendo estos cuatro años media un abismo. Sánchez no movió un músculo. La única imagen que tuvimos fue la del "¡con Rivera no!" de Ferraz. Ha dado igual. Este sábado, un editorial de El País acusaba al ex empleado de La Caixa de "frustrar" un "pacto de gobierno con Pedro Sánchez".
El otro refiere a la propia Inés Arrimadas. Pues claro que con el paso del tiempo su salida de Cataluña fue un error. Pero a ver quién lo veía en aquella cresta de la ola de hace cosa de un lustro.
"No se presentó a la investidura", le reprochan los que tampoco parecían muy felices con su victoria histórica de 2017. Bueno. Hubiera estado bien que levantara la mano en señal de "aquí estoy". Pero cualquiera que sepa cómo funciona ese proceso (en el que la voz cantante la lleva el presidente del Parlament) sabe que hubiera sido un azucarillo del protagonismo informativo.
Llama la atención la transversalidad de la poco disimulada alegría que despierta el momento crítico de Ciudadanos. Están todos. Desde los altos cargos de Rajoy que con su soberbia y falta de olfato tanto hicieron por el auge del partido a la intelligentsia del humor y la creación de opinión progresista, que pasó a obviar a Génova 13 en sus dardos y chascarrillos cuando los naranjas parecieron perfilarse como partido alfa de lo que empieza un milímetro a la izquierda del PSOE. Aquellos meses post-abril de 2019 en los que la repetición electoral resultaba improbable.
El partido no se ha disuelto. Afirma mantener sus esperanzas en las europeas de 2024. En el marco mental de hace una década podría parecer una buena idea. Sobre la base de un gobierno del PP, con o sin Vox, que empiece a causar las decepciones en cuanto a regeneración democrática que hasta ahora han sido inherentes a los pilares del bipartidismo. Pero si un poso dejará Sánchez es el entierro de aquella pulsión.
Quién sabe. Quizá con un hipotético ejecutivo de Feijóo sí empecemos a escuchar los lamentos que caracterizaron los años de orfandad tercerista. Opinadores sacando la lira para reclamar un partido intermedio entre populares y socialistas que pueda ejercer de bisagra. Pero, a ser posible, que le vote otro.