La banderización es un mal endémico en la política española. Serviles frente a liberales y afrancesados, conservadores frente a progresistas, fascistas frente a comunistas.
Son distinciones que suponen la división de los españoles en bandos, no rivales, sino irreconciliables. Bandos donde uno aparece a los ojos del otro como producto de una oscura y abominable conspiración que sólo se puede combatir con la execración y aniquilación del bando contrario. De lo contrario siempre va a representar una rémora para la armonía social, se represente esta como se represente.
Para el podemita, el fascismo siempre está al acecho y cualquier victoria electoral de la derecha se verá como una oleada reaccionaria que conspira contra el gobierno de progreso y sus avances.
Para el voxero, la dictadura globalista, con el correctismo como mecanismo ideológico totalitario, está permanentemente conspirando contra las instituciones tradicionales (familia, empresa, iglesia) que rigieron la vida, una vida social estable, durante siglos. El cultivo de lo que Javier Herrero llamó el "mito reaccionario", mutatis mutandis, está al orden del día en Vox.
Hay que decir que tanto PSOE como PP se benefician, por lo menos de momento, de las fatwas que un bando arroja sobre el otro.
Las pretensiones antibipartidistas del 15M, con toda su parafernalia verbal y propagandística transversal ("no nos representan", "PPsoe") que trataba de sustituir el dualismo izquierda y derecha por la dualidad arriba y abajo, se esfumaron al poco.
El agitprop de los partidos políticos volvió a la comodidad de la bandería teológica, maniquea, infantil, de buenos y malos, recomponiendo esta dualidad, ya no en dos partidos, pues había más, sino en bloques constituidos por PSOE-Podemos, por un lado, y PP-Vox, por el otro. Bloques que se han consolidado definitivamente en las últimas elecciones al desaparecer Ciudadanos.
En realidad, son dos bloques que prolongan el bipartidismo, a pesar de las apariencias, porque tanto Podemos como Vox son escisiones del PSOE y del PP respectivamente (como el morado es una derivación del rojo y el verde del azul).
Tras el varapalo electoral que recibió el bloque del gobierno de coalición, ambos partidos han tenido la necesidad de recomponerse. El PSOE, con Pedro Sánchez al frente de la secretaría general y como presidente del gobierno, ha tenido a bien adelantar las elecciones generales, probablemente para no dejar tiempo a que se le pidan explicaciones por la derrota. Al precipitar una campaña electoral prácticamente sin solución de continuidad con la anterior no queda margen apenas para la crítica interna y de este modo la derrota no le pasa factura en su partido.
Además, todos dan por supuesto que la razón de la derrota electoral procede del eslabón débil de la coalición. Esto es, Podemos. En particular, de las políticas performativas del Ministerio de Igualdad, con Irene Montero al frente. De su empecinamiento en el error de la aprobación de la Ley de garantía integral de la libertad sexual (más conocida como ley del 'sí es sí'), que supuso la excarcelación de muchos condenados por violación y que fue lo que volvió inconsistente al gobierno de coalición.
Parece ser que llegaron a la conclusión de que el mascarón de proa de Podemos en el gobierno, representado por Montero y Belarra al frente de sendos ministerios, el de Igualdad y el de Asuntos Sociales, con unas políticas de marcado carácter ideológico, fueron la causa de la derrota de la coalición, saliendo la formación morada muy mal parada (y no tanto el PSOE, que absorbió, por la lógica del bibloquismo, el voto de la debacle podemita).
Por lo menos, este es el parecer en la nueva formación fundada por Yolanda Díaz, Sumar, que ha vetado en sus listas a Irene Montero. A Belarra la ha incorporado, pero de número cinco por Madrid, por debajo del "traidor" Errejón, que ocupa el número 4.
Yolanda Díaz, que estaba y sigue estando en el mismo gobierno en el que estaban Montero y Belarra, y que apoyó explícitamente las políticas performativas de ambos ministerios, también la de la ley del 'sí es sí', da un giro oportunista y quiere sacrificar a Irene Montero, con su veto, en aras de la "unidad de la izquierda a la izquierda del PSOE". Como si esa ideología podemita que Montero exhibía como nadie no tuviera nada que ver con ella. Con la Yolanda Díaz a la que Pablo Iglesias, por cierto, puso digitalmente al frente de la formación morada.
Yolanda Díaz no ha dado ningún tipo de explicación ni justificación doctrinal para dar ese paso y sacrificar a Montero. Tan sólo ha manifestado que lo importante es que "el país" (creo que se refiere a Mozambique) "nos está esperando", en referencia a la "unidad de la izquierda", y que los asuntos de egos personales son peccata minuta, no siendo este el caso, porque Montero representa la esencia y el no va más de la ideología redentorista podemita.
Está por ver si esta resta que Yolanda Díaz aplica sobre Montero, y por tanto sobre Podemos, para tratar de consolidar la suma de Sumar (son catorce formaciones las que se han unido) no termina por llevar a la formación por debajo de cero, a los números negativos, y por liquidar a la izquierda a la izquierda del PSOE, por lo menos a nivel parlamentario.
O sea, está por ver si con Montero como chivo expiatorio no se quema también Yolanda Díaz.
Probablemente, en el PSOE se estén frotando las manos con la resta de Irene Montero. Porque saben que la dialéctica de bloques le va a favorecer (ningún votante de Podemos va a cambiar su voto para apoyar a la mala, malísima, extrema derecha, y menos en el contexto de una "ola reaccionaria"), pasando el PSOE a monopolizar el voto del bloque rojo en las próximas elecciones.