Para buscar piso en Madrid hay que tener un látigo, un sombrero y apellidarse Jones, Indiana Jones. Con el látigo y la mano izquierda se doman inmobiliarias y se corrige a propietarios que se creen que tienen un apartamento en el cogollo del meollo del bollo de la cotorra, como si el final de arriba de la calle Alcalá hiciese esquina con Serrano.
En Madrid le llaman baño a un aseo y habitación a cualquier cosa. Por ejemplo, a un rincón junto a la cocina separado por tabiques ecosostenibles hechos de nada. Si lo viese el Lazarillo diría que por lo menos su jergón tenía condiciones más dignas. También es cierto que en Madrid le dicen caña doble a una normal y sin pretensiones, de las de toda la vida.
Me propuso mi hermano pequeño acompañarle a buscar piso ayer. "Así te enteras de como están las cosas en Madrid para un artículo". Y después de los treinta y cinco grados y el paseo por el zoológico inmobiliario, preferiría haberme ido de corresponsal a Ucrania. Aunque yo, como Raúl del Pozo, siempre llego tarde (incluso a la columna) no sea que alguien tenga la feliz idea de que podría contar algo del frente de Zaporiyia.
Hoy preferiría seguir viviendo en la ignorancia de mi Españita, que es Valladolid y donde por 1.000 euros (no hay alquileres mucho más caros) puedes sentirte un ser humano con dignidad, que es casi como ser terrateniente y hasta asomar la cabeza por un balcón. Pero esto es España. Los hay que peregrinan a Santiago en busca de una indulgencia plenaria, y luego los estudiantes, que peregrinan a Madrid en busca de la indulgencia de algún casero que les dé cobijo sin exigir a cambio un riñón, los sesos y las asadurillas en doce meses más gastos y calefacción.
El Gobierno de Pedro Sánchez, que vende cada decisión como si hubiesen ganado Lepanto, la ocasión más alta que vieron los siglos, aseguró haber terminado con el mes de más que cobraban las inmobiliarias a los arrendatarios. Pero como casi todo en el sanchismo es humo, la cosa sigue igual: "Unos que vienen", otros que se van".