Las turbas no han estudiado Derecho, ni los que ponen la tabla para pasar por la quilla a todo el que no les cae bien. La Inquisición, que ahora se pronuncia por Twitter, piensa que el Código Penal es una lectura para fascistas.
Netflix no sabe lo que es el in dubio pro reo, y el deporte de moda en el mundo es la lapidación. Sólo hay verdugo, fusilaron al tribunal. Son malos tiempos para la honra.
Quien tiene honor es tan sospechoso como un monárquico durante el franquismo. Como un judío converso. O peor, como un pangolín sin cartilla de vacunación. Todo es del Estado, incluso los hijos, (lo dijo Celaá, no Lenin). Lo que no sabíamos es que también el honor.
Y tal vez a los americanos o a los ingleses les sea indiferente, pero a un español, que es lo único que tiene, no. El honor es una propiedad sin hipotecas. Y como el Gobierno no puede grabarla decidió acabar con él. Prefieren que cada español se compre una bicicleta para ir a pedales por la M-30 a que vaya por la vida con honor.
Quien tiene honor y sobre todo sentido de él, es tan peligroso como el que tiene una idea propia. Y por eso colgaron a Kevin Spacey en todas las plazas y lo retransmitieron en directo, para que sirviera de escarmiento desde aquí a Sebastopol. Esto es lo que ocurre en los tiempos del Me Too: que nos volvimos salvajes. regidos por los sentimientos y no por la Constitución.
A Kevin Spacey, como a Johnny Deep antes que él, lo ofrecieron para no enfadar a los dioses nuevos, que es a los que le reza Irene Montero cuando señala a Pablo Motos y le llama acosador. Les rezan con batucadas, con el puño en alto, en lenguas muertas que terminan en "e" para no ofender al dios fluido que no fluyó. Les ofrecen sacrificios humanos, que son todos a los que juzgaron públicamente y luego un tribunal absolvió.
Lo que nadie les ha explicado, porque para eso volatilizaron la Filosofía de las aulas, es que podrán quitarte la casa, el trabajo o la vida. Pero lo que no pueden arrebatarte, por más que quieran, es el honor.