Jaume Collboni, el primer alcalde gay de la historia de Barcelona, tampoco es lo suficientemente LGTBI friendly. Porque ha encargado a la escritora Najat el Hachmi el pregón de las fiestas de la ciudad, y eso ha causado una enorme indignación entre todos aquellos observatorios, departamentos y librepensadores a sueldo del partido que han hecho de la indignación su modo de vida.
Han acusado a Najat el Hachmi de tránsfoba y lo han hecho gratuitamente, como siempre, porque ese es su trabajo. Porque esa es exactamente su función. Creados desde el gobierno para mantener la hegemonía cuando vuelvan, si vuelven la oposición. Para seguir despertando conciencias y linchando herejes por tierra mar y Twitter. Pagados siempre con dinero público porque a ver qué derecha extremizada se atreve a retirar fondos a un instituto en defensa de los derechos trans.
Así han salido, por ejemplo, el Observatori Contra l'Homofòbia (OCH), ACATHI, Unitat Contra el Feixisme i Racisme (UCFR) y la Plataforma Trans Estatal a exigir una rectificación. Y así, el Consell Nacional LGBTI+, que forma parte del Departament de Igualtat de la Generalitat. Todos ellos juntos y al unísono a demostrar que la naturaleza de este trabajo y de esta causa es la naturaleza propia y bajísima de las luchas partidistas. En este caso, de la lucha de ERC y Podemos, Sumar o lo que sea, contra el PSC. Para recuperar el terreno perdido y crear un bonito clima de negociación.
Todos ellos al servicio de una misma causa liberticida y de una misma violencia verbal, retórica, como posmoderna, que no por ser tan evidentemente impostada y ridícula deja de ser peligrosa y preocupante.
Son gentes a las que les va el sueldo y, aunque a menudo no sean conscientes de ello, algo más que eso. Si te pagan por encontrar tránsfobos, tienes que encontrar tránsfobos. Y tienes que denunciarlos con gran violencia para que nadie dude de su condición. Ni, sobre todo, de tus convicciones.
De ahí lo ridículo e impostado de estos discursos, manifiestos y linchamientos tan violentos. Es evidente para cualquier persona alfabetizada que El Hachmi no dijo nada tránsfobo. Pero también es evidente que no va de eso sino de monopolizar la discusión sobre el tema. De advertir al discrepante de a qué se expone quien hable sobre el tema. Por si la pereza por escribir (¡un pregón, además!) no fuese aliciente suficiente para el silencio.
Se trata de acabar con la discusión para que, sobre este tema, sólo queden sus discursos y sus decretos leyes. Incontestados, incontestables. Pero va, sobre todo, de mantener la tensión grupal, tribal, de quienes viven siempre, pero especialmente ahora, al borde de la división interna y la vuelta a la irrelevancia política.
Porque como dice, meridiano, Cormac McCarthy, "lo que une a los hombres no es compartir el pan sino los enemigos". Hay algo más importante que la paguita, pero no precisamente mejor, que explica el insulto y la descalificación gratuitos a los que se ha sometido a Najat el Hachmi.
Por eso es especialmente significativo que una de sus críticas más agresivas y a la vez de las más cobardes haya sido de la diputada de ERC Najat Driouech Ben Moussa, musulmana ejemplar, con velo y cartelitos en árabe para cazar votos. Y secretaria, ni más ni menos, que de "Derechos sociales". Porque demuestra hasta qué punto la violencia retórica es sólo el disfraz de la contradicción ideológica. A más violencia, mayor la contradicción que hay que cabalgar.
El trabajo de la diputada de Esquerra es aquí fundamental, porque es el que tiene que recoser las miserias presentes con las miserias futuras. Y no sólo de su partido. Y no sólo de su país. La diputada Driouech Ben Moussa tiene que jugar aquí el dificilísimo e histórico papel de alargar tanto como se pueda la ficción de que es posible, e incluso necesario, ser una buena progresista y una buena musulmana.
[Opinión: Dejad en paz a Najat el Hachmi]
Como bien advirtió Houellebecq, aquí se juega el futuro de su formación y de buena parte de la izquierda europea. Y aquí se jugaría también y por cierto su futuro la derecha populista si decidiese de una vez cuáles son sus auténticos valores.
La diputada Driouech Ben Moussa se puso el velo para demostrar que no hay contradiccón entre ser musulmán y defender la causa LGTBI. Porque lo que quería su partido, en guerra con socialista y sumados, pero de espaldas a tantos y tantos musulmanes, es convertirse en los auténticos portavoces de la comunidad musulmana en Cataluña.
Se trata aquí de ofrecer a los musulmanes una de las suyas a quien poder votar. Y de ofrecer a los medios un ejemplo tranquilizador para no tener que preguntarse cuántos musulmanes algo más tránsfobos que Najat el Hachmi hay en Cataluña. Y, sobre todo, para evitar que alguien responda.
¿Se contradice nuestra izquierda? Y más que lo hará. Porque nuestra izquierda es queer. Y contiene multitudes.