El resumen vendría a ser que ningún partido ha obtenido un resultado que pueda ser calificado como "contundente". Tampoco lo ha hecho ninguno de los dos bloques ideológicos en los que hemos metido a cada formación grande con la encarnación de su extremo. Así las cosas la ventaja es para Pedro Sánchez, dado su probado historial de falta de escrúpulo para entenderse con el nacionalismo disolvente, valga la redundancia.
No es un panorama político nuevo. Se lleva repitiendo desde las elecciones de 2015. La etapa multipartidista quedará marcada porque ninguna suma de dos partidos estatales afines obtuvo mayoría absoluta.
De modo que no es la primera vez que uno mira el mapa de los resultados como un estratega militar en la war room y se le ocurre pensar que la mejor solución sería un acuerdo entre el PP y el PSOE. Decirlo en voz alta ya es otra cosa. El aparato de creación de opinión lo ha conseguido: la llamada "gran coalición" es un tabú. Se ha desplegado sobre ella la artillería pesada del argumentario. Ojos en blanco, risitas contenidas, resoplidos que delatan la paciencia que hay que tener. "Ya está otro cursi con esto. Este Fulano no se ha enterado de nada". Aquí confluye el equipo de sincronizada del oficialismo gubernamental (en funciones) con los más atronadores altavoces de Vox.
Unos y otros vuelven a aparecerse iracundos como el coro griego de Poderosa Afrodita, convirtiendo a cualquiera que ose llevarles la contraria en un Woody Allen con inseguridad reforzada.
CORO: ¡Pero cómo se atreve Feijóo a pedirle nada a Sánchez ahora! ¡Basó su campaña en "derogar el sanchismo"!
Sí. Pero el resultado electoral le ha privado de poder llevar a cabo ese propósito, si bien le ha situado como ganador poco rutilante. En este escenario, lo que toca es buscar una salida que permita formar un Ejecutivo operativo. Lo contrario es basar la gobernabilidad de la cuarta potencia económica de la Unión Europea en los mismos criterios de simpatías personales con los que los concursantes de los realities deciden sus nominaciones.
CORO: ¡Alemania nos muestra que la "gran coalición" es un error! ¡Sólo sirve para fortalecer a los extremos que deja fuera!
Puede ser. Pero no se trata de dibujar escenarios a futuro sino de jugar con las cartas que los españoles repartimos hace dos domingos. En ese contexto, pareciera deseable un entendimiento entre el conservadurismo más o menos liberal y la socialdemocracia. Sacar adelante un gobierno que ponga el país a funcionar sin depender de los legatarios del terrorismo ni del tipo que huyó de la responsabilidad de su desafío constitucional encerrado en un maletero.
No sucederá, claro. De ahí ese esfuerzo por que cualquier defensa de la idea venga con demonización preventiva. El caso de Ceuta resulta especialmente ilustrativo.
Los líderes locales de PP y PSOE estaban decididos a converger sobre la base de unos intereses comunes superiores. Fueron abortados desde Ferraz. Dicen que no se puede pactar con "con el partido de los bulos, las mentiras y los insultos liderado por Feijóo", contaron por aquí Prieto y Ramírez. Incluso dando tan peculiar interpretación por buena, cabría añadir que Juan Jesús Vivas ya llevaba 21 años gobernando la ciudad autónoma cuando Feijóo sentó sus posaderas en Génova 13.
Nada. Antes veremos a Sánchez celebrando el acuerdo de investidura con Puigdemont en la casa de Cadaqués de Pilar Rahola. Aunque hablamos de alguien capaz de aprender a andar al revés con tal de no reconocer que su posición ha girado 180º. Imaginemos que se viera tan apurado como para intentar el apoyo patriótico del PP. (Venga, sí, habéis ganado, pero sólo puedo gobernar yo. O esto o el fugado. Vosotros veréis). Quizá a alguno de los extras de Esther Williams le pille con el paso cambiado:
-¿Va a entenderse con Feijóo, presidente, después de todo lo que le ha dicho?
-Bueno, en campaña todo se magnifica.