El 23-J Vox no pensaba en España. Tenía puestos sus ojos en Europa. Lo de España estaba claro desde 2018, cuando Casado pidió a la formación de Abascal que no se presentase en algunas circunscripciones a cambio de colaborar juntos. Algunos lo tacharon de ingenuo, pero la lógica electoral es la que es. Y, oye, Pablo, es que cada voto me da 0,81 euros y no estoy para regalártelos. Que se fuese Sánchez era otra historia en 2019, y también en 2023.
Y, si no, ¿qué hubiese pasado si todo esto se hubiese desencadenado antes de las elecciones? Gobernaría Feijóo y Vox hubiese desaparecido.
La marcha de Iván Espinosa de los Monteros obedece a una lógica europea ganadora y estamos tardando en comprenderla. El Vox nacional, que pugna con el internacional y con el tradicional, ha desaparecido. Era simpático, cañí y popular, mitad liberal y mitad popular. Era algo que en parte es muy nuestro y que respondía con retranca castiza al melodrama de la izquierda puritana.
Pero no tenía recorrido. Ha estado bien, se ha agotado y toca pasar a la página siguiente, que tiene una intensidad en el drama y una tensión en el relato muy diferentes.
Hoy en día no hay ningún partido, a no ser que sea de algún tipo de nacionalismo regionalista, que tenga oportunidad de subsistir si no se inserta en alguna formación europea. Aquel Vox guasón y cañero que la izquierda llama "Cayetano" no tiene nada que hacer en Bruselas. Allí son más serios, y eso es malísimo para la derecha. Cuando la derecha se pone seria es terrible.
Lo que hace bien es tomarse a broma los sueños de emancipación de la izquierda comunista y preocuparse de la vida concreta. Pero cuando remeda el mesianismo de los hijos de Lenin, entonces los que tenemos que ponernos serios somos nosotros. Porque saben hacerlo, y saben hacerlo muy bien.
Esa derecha sabe cómo apretar las filas, organizarse y conseguir el objetivo. Y esto es lo que viene de Europa, y nadie puede quedarse fuera. Es lo que me preocupa del liberalismo patrio, que todavía vive de las rentas del telón de acero. Yno sabe muy bien cómo responder a esa ola de la derecha iliberal europea.
El cambio no tiene nada que ver con la Iglesia y con el triunfo de las filas más católicas. Algunos lo dicen porque no entienden los movimientos internos de la Iglesia. No les culpo, no es nada fácil. Pero la Iglesia, la de Roma, es una roca en el zapato para la nueva derecha internacional. Algunos obispos todavía confiaban en la alternativa, pero eran pocos y ha sido cuestión de tiempo que hayan perdido la confianza en que un partido pueda "defender la fe".
No, la nueva derecha va por otro sitio. Es una derecha de partido único, de jerarquía firme y bases anchas. Social, transversal y popular. Que se toma en serio la imagen y la comunicación, y que confía más en el Estado que en la sociedad. Que sabe prometer futuro y combatir con virilidad. Es una derecha seria, sin ironía ni humor. Para entendernos, sería como Juan Carlos Monedero, pero con pantalones de pinzas y chaqueta.
Un análisis tacticista nos podría hacer pensar que es una buena noticia para el PP y para España porque los extremos se diluyen como un azucarillo. Y podría llegar el momento de una política moderada, de pactos de Estado y tranquilidad social. Pero creo que esto sería un error cortoplacista de primer orden.
Vox ha hecho lo que tenía que hacer si quería sobrevivir. Y, en ese sentido, lo ha hecho bien. Ahora ya está dentro de una corriente fuerte y, como saben los navegantes, será menos vulnerable a la deriva de los vientos cambiantes. Antes Vox era un barquito velero deportivo saliendo de puerto. Ahora es un buque de gran calado. Es una mala noticia para el PP, regular para Sánchez, y buena para la derecha iliberal europea.