Agosto es esa España que todavía merece la pena. La que no se altera por nada. La que no se exalta porque hay cosas más urgentes, como una sandía fría y una hamaca.

Hay una mesilla pendiente de libros que aligerar. Agosto es un helado que se deshace, y lo domamos con la lengua sabiendo que algún día acabará, pero eso será en septiembre. Por ahora es agosto. Agosto es la tranquilidad de que Pedro Sánchez nos deje unos días en paz, que si no son vacaciones, se le parecen.

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones, junto a su familia, de viaje en Marrakech.

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones, junto a su familia, de viaje en Marrakech. Kech24

Ahora nos quieren quitar agosto, que es la posibilidad de irse al mar. Agosto es mirarlo todo con distancia de kilómetros y moral. De agosto se vuelve cuando no hay más remedio y a ser posible moreno, que es la armadura que se trae puesta el español contra la precariedad.

Dijo Meritxell Batet que los españoles no tienen problemas para pagar el alquiler, tal vez porque no conozca ningún español. O puede que porque no vea las decisiones que ha tomado su partido gobernando. En España cada vez hay más pobres con sueldo y por eso nos quieren vender lo guay de la precariedad. El subsidio mínimo vital, el bono cultural, comer gusanos por lechazo a falta de otra proteína que poder pagar, compartir piso en eso que algún periodista emocionado y sin muchas nociones de español nombró como "coliving". 

Ahora habla La Vanguardia de que se impone la moda de quedarse en casa voluntariamente como forma de veranear. No conozco a nadie con dinero que se quede en casa en agosto si no es porque tiene que trabajar. No veo a Sánchez, de vacaciones en Marruecos como si fuese una influencer de esas que dan abrazos a los niños pobres como si en eso consistiese la caridad, quedarse en la Moncloa. Tampoco que las marcas de lujo aspiren a los mileuristas como mercado cool al que conquistar. 

La pobreza, se pongan como se pongan, siempre será pobreza. Y la aspiración a mejorar económica y socialmente, la única forma de hacer próspero un país.

Porque España siempre fue un país aspiracional. Primero aspiraba a la democracia, después a pisar cada verano el mar. Y ahora, por lo visto, aspira a quedarse en casa en agosto, según algún gurú de la Agenda 2030, como antes dijeron que era una barbaridad que cada español aspirase a un coche con el que moverse libremente y sin depender de lo público. 

Decirle a un español que su último medio siglo ha vivido mal, que sus padres vivieron peor y que en agosto debería quedarse en casa imaginando que el sofá es Menorca y la ducha una cala y el champú la espuma del mar, mientras se embadurna de protector solar para que no le calcine el brillo del televisor, sólo puede acabar mal.