Luis Rubiales está triste, ¿qué tendrá Luis Rubiales? El mundo cambió sin avisar y le ha dejado vendido, raro, desvestido, como en aquel cuento de Andersen donde nadie se atrevía a decir que el rey iba en cueros (se suponía que el traje era de un material mágico, invisible para los estúpidos o incapaces de su cargo) hasta que alguien se envalentona y lo señala. Sólo así la multitud pierde el pudor y lo acaba reconociendo a voces: "¡Va desnudo, va desnudo!".
En este caso, la voz elocuente y realista, la voz brava y primera que ha revelado que el comportamiento de Rubiales es del todo inapropiado y rancio ha sido el feminismo, un invento aterrador (por radical) que analiza los procesos tramposos y que resulta francamente incómodo.
Es incómodo porque funciona de una forma muy sencilla. Es como si toda la vida hubieses caminado con una china en el zapato y pensases que eso era andar, que las cosas eran así y no más, que ese tránsito doloroso era lo orgánico, lo natural. Hasta que un día te da por descalzarte y descubres la piedrita clavada en el talón. Ya nunca podrás dejar de pensar en ella.
Ahora te explicas que vivir nunca debió joder tanto.
***
Todo esto a Rubiales le trae por la calle de la Amargura. No lo entiende y, sobre todo, no lo quiere entender. No le interesa, porque eso supondría el fin de la vidorra que gasta. Una existencia feliz, campechana, gamberra e impune donde cada desbarre queda justificado por la ligereza, por la espontaneidad, por la alegría de vivir española. Son sus costumbres y hay que respetarlas, o algo de eso. Siempre se hizo así. Siempre fue gracioso.
¿Qué se le escapa a nuestro desdichado hombre de la semana? Que España ya no es Rubiales, y eso a él le duele. Crecimos. Aprendimos algo. Cambiamos de pantalla. Primera noticia para nuestro atónito amigo. ¿Cuándo pasó todo esto, coño?
Luis espanta las cejas. Flipa sinceramente con esta vaina. Él no se coscó. Estaba yendo a por hielos para la penúltima ronda, en su estilo distendido. Conocemos bien a este tipo de gente. La gente que sólo es generosa con el resto cuando necesitan que no se acabe la juerga.
***
Rubiales se ha hecho mayor de golpe. Es como tener cincuenta años y darte cuenta una noche, entre las luces de la discoteca más sórdida de la ciudad, de que tus amigos ya no están ahí. Se piraron de esa misma pista hace más de una década. Llevas todo este tiempo bailando solo y no querías verlo. Para, por favor. Esto es de una nostalgia sebosa, ciega y patética.
Así de vulnerable e incomprendido se siente Luis hoy, persistente y cada vez más aislado en ese antiguo y truculento hábito suyo de poner las pelotas por delante.
Estamos ante un claro caso de "yo es que soy así", el argumento más sucio, cerril y ególatra que se recuerda. El favorito de los chicos que hacen de la tradición una excusa. Rubiales está atrapado en sí mismo, en su código de normas propio (o inexistente), una moralidad curiosa que se pone los umbrales donde los apetitos. Rubiales es autárquico. Nada hay fuera de él. Nada que sea divertido, nada que merezca la pena ser escuchado.
Él vive en un videoclip donde hay un único protagonista. Sorpresa, es Rubiales. Él lleva la batuta. Los demás (las demás) son secundarias y danzan a su son.
***
Rubiales es bueno. Somos nosotros los que nos hemos vuelto "un coñazo". Ya uno no puede comerle la boca a una colega agarrándole la cabeza con las dos manos, ni hacer una broma, ni engancharse el paquete tribalmente, como mascullando un "comed de aquí". De verdad, este país es soporífero.
Nunca fueron orgías pagadas con dinero de la Federación, eran amigas, ¿o es que ya no se puede tener amigas? Putas las estás llamando tú, yo no. Si hablaban con ellas y todo. Ellas pasaban un buen rato. ¡Estaban encantadas! A ver, es que era un fiestón, como para no. ¿Ahora también hay que pedir perdón por ser el Gran Gatsby? Porque él es el Gran Gatsby, no Jesús Gil.
Los genios nunca piden perdón. Los genios son indomables.
Cuando se estrenó Huevos de oro, de Bigas Luna, allá en el 93, bien que os gustó. Ahí nadie abrió el pico. ¿Cuándo han pasado treinta años por aquí? Luis se sonríe, melancólico. Se ve un poco reflejado en el protagonista, Benito (ese hombre obsesionado con tener dos falos) interpretado por un divino Javier Bardem, cuando decía: "A mí cuando veo una tía buena, me pasa como los bogavantes, o me ponen una gomita o me lo como todo".
Ojalá ser un personaje de ficción, sueña hoy Rubiales. Así nunca le obligarían a pedir disculpas. Así no tendría que cambiar ni que respetar las mojigatas normas del mundo real. Así bastaría con ser profundamente quien es. Para siempre, para siempre, para siempre.