Nos hemos acostumbrado a que nos traigan todo a casa. Quizá porque no estamos nunca en casa. Y ya ni sabemos dónde podemos comprar hilo blanco si no nos lo autoenviamos.
Sudorosos mensajeros corren sobre el asfalto para cumplir el fantasioso objetivo de reparto impuesto por su empresa, subcontrata de subcontrata. Y se cagan en todos los muertos del destinatario cuando el portal no está a pie de calle, porque eso significa perder un tiempo precioso que no tienen.
Porque lo queremos ya. Aunque después se quede semanas sobre la mesa del comedor.
Antes de llegar a nuestras manos, ese paquete ha recorrido medio país en tiempo récord. Las madrugadas se llenan de furgonetas en estado precario recorriendo España, azuzadas por conductores somnolientos que saben que no llegarán a tiempo si respetan los límites de velocidad.
El martes al amanecer, una de estas furgonetas atropelló mortalmente a dos ciclistas en Montserrat, Valencia.
Y se dio a la fuga.
Dos días después y a cientos de kilómetros de allí, la Guardia Civil ha detenido al conductor, un joven de 25 años en situación irregular, sin permiso para residir en nuestro país. Un crío asustado —piensen ustedes en sus 25 años— que huyó tras matar a dos personas en el país en el que intentaba vivir con algo de dignidad. Y que acabó engullido por un sistema que lo ha convertido en el responsable de la muerte de dos personas. Le espera la cárcel.
En la pobreza, recuerden, no hay libertad. Nadie trabaja en precario si tuviera otra opción.
¿Qué empresa contrató a ese joven? ¿Quién lo puso a los mandos de un vehículo que tenía que saltarse las normas de circulación para cumplir con su cometido imposible y llevar en hora la libreta, el juguete o la barra de jabón que habíamos comprado tan solo unas horas antes y que estaban almacenados a cientos de kilómetros de casa?
¿Quién apura tanto los márgenes que para tener el beneficio deseado obliga a que cada día cientos de personas pongan en peligro sus vidas, y las de los demás, transitando como locos?
Nadie, por cierto, de esa empresa de mensajería se ha puesto en contacto con las familias de los dos ciclistas asesinados. Ni siquiera un mensaje de condolencias.
Sobre lo que llevaba con tanta prisa, no lo sabemos. Pero sí que nunca llegó a su destino.