La derecha pisa la calle como cuando se sale de un after y te encuentras con el barrendero. Sin saber si vas o vuelves, dando las buenas noches al que se acaba de levantar. Siempre un minuto tarde, en el escenario equivocado. No se puede ir de niño bueno y oler a tabaco y colonia de abrazos pasajeros.

Aznar no es totalitario por animar a la movilización civil ante la amenaza cierta de una ley de amnistía a cambio de unos votos. Con el Estado no se mercadea y no hay relato que valga para resucitar a Puigdemont.

Lo que no comparto es el empeño del niño bueno en parecerse al malote de la clase.

Esteban González Pons, Cuca Gamarra, Elías Bendodo y Alberto Núñez Feijóo bromean con Borja Sémper en el Congreso.

Esteban González Pons, Cuca Gamarra, Elías Bendodo y Alberto Núñez Feijóo bromean con Borja Sémper en el Congreso. Efe

A veces pienso que se echa de menos la época más dura del zapaterismo, cuando la derecha, que todavía no se había escindido entre liberales, moderados y conservadores, era capaz de convocar a un millón de personas. Pero no se entiende. De aquello no salió ni una sociedad más unida, ni un partido reforzado, ni un electorado más convencido, sino la implosión de la derecha y el contagio de los modos y maneras de la izquierda.

En la derecha hay buenos alumnos de aquella época que hoy son mayores de edad y saben jugar al mismo juego de la provocación, la movilización y el zasca en redes. Saben dar la batalla. ¿Pero saben ganar elecciones?

Si el escenario más apocalíptico no ha rendido el poder a sus pies; si con la batería de leyes desquiciadas del populismo de izquierdas más radical, que ha conseguido dividir hasta las filas del feminismo más fiel; si con una crisis sanitaria y económica de por medio; si con un electorado socialista desmovilizado y harto; si con los populismos en retroceso la derecha mediática y social, en el pico de su motivación, no ha conseguido ganar, ¿no se podría plantear que hay una vía de agua en el barco?

La calle ya no vale y las distintas declinaciones del antisanchismo, incluido el "¡basta ya!", no encajan con el momento.

No es fácil concurrir a las elecciones generales sabiendo que, antes de empezar, ya cuentas con 50 escaños menos. O, lo que es lo mismo, que tu adversario, sin hacer nada, ya lleva 50 y tú ninguno. Ya se sabía. Zapatero se lo explicó a Sánchez y entre los dos han hecho que el independentismo y el nacionalismo tengan al PSOE como su único interlocutor. No es lo mismo ganar las elecciones autonómicas o locales que ganar las elecciones generales. La derecha lo tiene muy complicado.

Por eso hay una cosa, sólo una, con la que la derecha española debe hacer cuentas: también contaba con un capital social extraordinario que no ha sabido aprovechar. Dándolo por descontado, prestó más atención al cabreo y la indignación que a un votante que ya está de vuelta de la otra década ominosa, la que va de 2011 a 2020. Es pronto para hacer historia, pero ya se escribirá sobre esos años basura de la política española. De aquellos años, Covid mediante, ha salido una masa electoral aprendida y distinta, que calla porque no tiene quién la escuche.

Ahora toca, al menos, darse cuenta de que se ha perdido la iniciativa. Y si además se dan cuenta de que recuperar la iniciativa no es copiar las formas de la izquierda radical, mejor que mejor. Lo decía Balmes, un tipo cabal de derechas. Frente a los pocos que gritan, hay que encontrar el lenguaje con el que hablan los muchos que callan.