El discurso de Alberto Núñez Feijóo, y no sé yo si la estrategia, partía de una mentira fundamental, de esas que se van diciendo para no tener que decir la verdad.
Y la verdad, tan obvia que hasta se le perdona el amago, es que si Feijóo no puede ser presidente no es por dignidad democrática o patriótica, sino, simplemente, porque no es cierto que tenga "los votos necesarios para serlo".
No podía tener los votos de Junts, con su amnistía y su referéndum o sus sucedáneos, y conservar al mismo tiempo el apoyo de Vox. Y prueba de ello es que no entrase en detalles sobre el hipotético pacto contranatura. Porque de hacerlo, de ser cierto o parecerlo, acabaría de una vez por todos con su mayor problema, que se llama Vox.
Y por eso el recurso retórico de dirigirse a los votantes de Junts, a "lo que quede de Convergencia", y a los del PNV, preguntándoles si votan para que se hagan las políticas económicas de Sumar, puede ser mucho más efectista que efectivo.
Porque ni los nacionalistas son tan peseteros, ni Feijóo es tan distinto a la política económica de Sumar. Y ya no digamos de la del PSOE, que es quien se supone que tiene que gobernar, y a quien no cita para hacer más creíble el susto y la distancia.
Es algo que costará de entender a todos aquellos de la derecha marxista que creían o fingían que el procés era una batalla económica entre la rica burguesía catalana y los pobres españoles. Es difícil de entender que "lo que queda de Convergencia" aprovechase la pandemia para subir el impuesto de sucesiones y cargarse con ello a la clase media trabajadora que se levanta cada mañana ben d'hora, ben d'hora, ben d'hora para levantar la persiana de la botigueta, a la que se suponía que tenían que defender y representar.
Es difícil de entender, claro, si se insiste en creer que "lo que queda de Convergencia" es la extrema derecha nacionalista y que la extrema derecha nacionalista tiene algo que ver con el liberalismo económico.
No les votan, efectivamente, para que hagan las políticas económicas de Sumar. Pero los votan con una creciente indiferencia sobre las políticas económicas y sobre cuánto se parezcan a las de Sumar.
Porque la pela será la pela. Pero para el nacionalista, la protección de la lengua, la cultura, la autonomía y la nación, todas esas cosas que Vox menosprecia y amenaza y el PP a ratos y a conveniencia, son mucho más importantes.
Por eso, y porque en términos generales vivimos cada día más instalados en un fatalismo económico del que no parece que el PP tenga ninguna intención de sacarnos. Un fatalismo que normaliza el paro más alto y la recuperación más lenta y la inflación enquistada y el empobrecimiento generalizado, año tras año y ya durante décadas. Y por el cual toda la culpa es siempre externa. De las subprime, de los millonarios de Silicon Valley, del metaverso o de la guerra en Ucrania. Y toda solución vendrá siempre de los socios (fondos) europeos.
En su discurso, Feijóo abogó por subir el salario mínimo, alargar las ayudas y mantener las tasas a la banca y las energéticas. Y, lógicamente, ni una palabra de tocar las pensiones. Es decir, abogó por más gasto, más deuda, más socialdemocracia, más dependencia económica y por lo tanto política de Europa. Y, en justa correspondencia, menos libertad y menos democracia.
Feijóo no conseguirá ahora esos votos de las burguesías periféricas que tan desesperadamente buscaba, pero los encontrará muy probablemente, y muy a pesar nuestro, más pronto que tarde. Cuando, nuevamente, al PSOE ya no le baste con ser el más socialdemócrata de la clase para purgar los recortes que vendrán.