Quizás hoy, en la novena de la resaca de la desvestidura de Feijóo y en vísperas de la inventidura de Sánchez, es un buen día para reivindicar el humor en la crónica parlamentaria. Algo que se está perdiendo como el cubata en vaso de tubo o el 4-4-2, por culpa de la crispación plebiscitaria del sanchismo y de la circunspección de la politología, una disciplina que ahora okupa los periódicos en detrimento de la literatura.

Reivindicar el humor, sí. Máxime si tal día como el presente (un 3 de octubre de 1916), estrenaba el maestro de la humorada en el Congreso, Wenceslao Fernández Flórez, sus "Acotaciones de un oyente" en ABC. Unos artículos que en sus inicios se publicaban sin firmar.

El diputado de Junts Eduard Pujol, tras su voto erróneo en el Congreso el pasado viernes, tras el debate de investidura.

El diputado de Junts Eduard Pujol, tras su voto erróneo en el Congreso el pasado viernes, tras el debate de investidura. Sergio Pérez EFE

José Peláez, que ha tenido a bien recuperar el título bajo el que escribía el escritor coruñés para el dintel de sus actuales crónicas parlamentarias, me hace llegar gentilmente este primer artículo de Wenceslao que, como decimos, data de un día como hoy de hace 107 años y que se titula "Un republicano habla de Marruecos. Cambó, Alba y los proyectos de Hacienda". Dice:

"El señor [Manuel Hilario] Ayuso contempla el vientre de [Julián] Nougués y sufre. Aquella exhibición de adiposidades temblorosas perjudica terriblemente el ideal en cuyo servicio dejó Ayuso crecer su barba y ensayó a ahuecar su voz…".

Como se puede concluir de este fragmento de crónica, WFF deja patente su estilo desde el minuto uno, como Bellingham en el Real Madrid, poniendo el politiqueo al servicio de la humorada. Y llamando gordo al gordo y calvo al calvo, pero con gracia.

A ver quién tiene narices (aparte de Yolanda Díaz) para llamar hoy gordo al gordo y calvo al calvo. O, peor aún, gorda a la gorda, calva a la calva y negro al negro. Porque sí, no se crean, Wenceslao también se ganó por ello varias demandas de diputados. Y es que, como dice Rebeca Argudo del debate de investidura de Feijóo:

"A ver, que Francina Armengol iba hecha una mamarracha y Ángela Rodríguez Pam es gorda. Ni machismo ni machisma: la realidad. Que es muy puta."

A Pam, Pam, y al vino, vino.

No sé qué escribiría hoy Wenceslao, pero seguro que afilaba la punta de su caricaturesco lápiz, de estos personajes parlamentarios sacados de un tebeo de Ibáñez o de una película de Berlanga. Como el tal Herminio Rufino Sancho (un pancista de manual: "yo votaré lo que tenga que votar"). O el pánfilo Alberto Casero. O el propio Puigdemont, que pese a todo no puede caer mal porque mueve a la risa. Es un fantoche tipo Mortadelo, con un flequillo inverosímil que se fugó en un maletero.

¿De dónde salen? ¿Acaso hacen castings a propósito? Porque lean detenidamente:

"Soy Sancho. No soy Sánchez. Sancho sí. Soy Sancho. No. Soy Sancho. Mi apellido es Sancho. En honor a mi padre y a mi familia: yo soy Sancho. Sancho sí, no. Que soy Sancho sí. Que soy Sancho, no Sánchez. He dicho 'Sancho, sí'".

¿Pero qué maravilla es esta? Mariano Rajoy a su lado es un columnista anglosajón de frase corta y estilo directo.

Con estos mimbres surrealistas, ¿por qué hacemos crónicas tan ásperas como de esparto? Ponemos el foco en Aitor Esteban (que parece el Txingurri Valverde pasado de cachopos) y en Óscar Puente (el oso judío de Malditos Bastardos), dejando de lado el cachondeíto, como si la seriedad y la solemnidad fuesen lo importante. Lo serio.

¿Desde cuándo nos tomamos en serio lo solemne, y a coña lo humorístico?

Recuerdo una crónica magnífica de David Gistau aludiendo a las esposas que llevó Gabriel Rufián al Congreso, e imaginándose al de ERC junto a Tardà entrando en un sex-shop de la Castellana a comprarlas. Insuperable.

¿Acaso a nadie se le ocurrió en su día comparar a esta pareja de diputados indepes con los Guitarrí y Guitarró de La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza?

De este par de emisarios mandados a Madrid por la comisión de la Expo de Barcelona de 1888 para sacarle unas perras al gobierno central, narra con maestría el novelista lo que sigue:

"Lo que más les hacían sufrir eran las visitas matutinas al Ministerio. El enjambre de zánganos y sablistas que allí habitaban les habían compuesto unas coplillas hirientes que oían tararear por doquier a su paso".

¡Unas coplillas a Guitarrí y a Guitarró! ¡Qué bueno!

Y también está esa otra de Gistau, de cuando el alcalde de Valencia a la sazón, Joan Ribó, salió al balcón del ayuntamiento con las tres reinas magas republicanas: "Parecen las tres meretrices con las que ha pasado la noche el señor Ribó en la casa consistorial", escribió este clavando su humor en el centro de la diana de la imagen.

No me olvido de la de Manuel Jabois, que cuando en su día unas activistas de Femen se pusieron en tetas en la tribuna del Hemiciclo mientras tenía la palabra Cristóbal Montoro, le dio la vuelta a la tortilla y empezó su crónica de la siguiente y magistral manera:

"La sesión transcurría con normalidad, con varias mujeres en tetas gritando colgadas de una grada, cuando fue interrumpida bruscamente por un grupo de ujieres que entraron en la tribuna para neutralizarlas y permitir que unos caballeros, vestidos de arriba abajo, empezaran a preguntarse cosas sin aparente reivindicación hasta que por fin un espontáneo dijo que los salarios estaban creciendo en España".

En definitiva, parafraseando al manoseado Julio Camba: no me tomen demasiado en serio si no me toman demasiado en broma.